Jue
23
Ene
2014
Tú eres el Hijo de Dios

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel 18, 6-9; 19, 1-7

En aquellos días, cuando David volvía de haber matado al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel al encuentro del rey Saúl para cantar danzando con tambores, gritos de alborozo y címbalos.

Las mujeres cantaban y repetían al bailar:
«Saúl mató a mil,
David a diez mil».

A Saúl lo enojó mucho aquella copla, y le pareció mal, pues pensaba:
«Han asignado diez mil a David, y mil a mí. No le falta más que la realeza».
Desde aquel día Saúl vio con malos ojos a David.

Saúl manifestó a su hijo Jonatán y de sus servidores la intención de matar a David. Jonatán, hijo de Saúl, amaba mucho a David. Y le advirtió:
«Mi padre busca el modo de matarte. Mañana toma precauciones, quédate en lugar secreto y permanece allí oculto. Yo saldré y me colocaré al lado de mi padre en el campo donde te encuentres. Le hablaré de ti, veré lo que hay y te lo comunicaré».

Jonatán habló bien de David a su padre Saúl. Le dijo:
«No haga daño el rey a su siervo David, pues él no te ha hecho mal alguno, y su conducta ha sido muy favorable hacia ti. Expuso su vida, mató al filisteo y el Señor le concedió una gran victoria a todo Israel. Entonces te alegraste al verlo. ¿Por qué hacerte culpable de sangre inocente, matando a David sin motivo?».

Saúl escuchó lo que le decía Jonatán, y juró:
«Por vida del Señor, no morirá».
Jonatán llamó a David y le contó toda aquella conversación. Le trajo junto a Saúl y siguió a su servicio como antes.

Salmo de hoy

Salmo 55, 2-3. 9-10ab. 10c-11. 12-13 R/. En Dios confío y no temo

Misericordia, Dios mío, que me hostigan,
me atacan y me acosan todo el día;
todo el día me hostigan mis enemigos,
me atacan en masa, oh Altísimo. R/.

Anota en tu libro mi vida errante,
recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío,
mis fatigas en tu libro.
Que retrocedan mis enemigos
cuando te invoco. R/.

Así sabré que eres mi Dios.
En Dios, cuya promesa alabo,
en el Señor, cuya promesa alabo. R/.

En Dios confío y no temo;
¿qué podrá hacerme un hombre?
Te debo, Dios mío, los votos que hice,
los cumpliré con acción de gracias. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 7-12

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea.

Al enterarse de las cosas que hacia, acudía mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón.

Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca, no lo fuera a estrujar el gentío.
Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.

Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él y gritaban:
«Tú eres el Hijo de Dios».

Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “Saúl tomó ojeriza a David”:

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, por eso en el principio el corazón humano estaba lleno de bondad y armonía, pero ésta fue destruída por el pecado. El diablo tentó a Eva y sucumbió a la tentación, con este hecho el demonio plantó la semilla del mal en el corazón humano, “la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo”, nos dice el libro de la Sabiduría.

Desde entonces, desde el pecado original, la naturaleza humana ha quedado dañada, y por este motivo la balanza del corazón del hombre está levemente inclinada hacia el mal. Esto es algo que el ser humano por sí solo no puede evitar.

El hombre ha sido y es capaz de hacer obras maravillosas, pero a la misma vez es capaz de hacer cosas monstruosas, hasta el punto de matar a su semejante. Hay un combate entre el bien y el mal dentro del corazón humano. Todos los días los cristianos somos tentados a hacer el mal, el Salmo de hoy nos lo señala: “todo el día me hostigan mis enemigos”.

En este 1ª lectura, vemos cómo Saúl, que era “un hombre más bueno que los demás”, dice la Escritura en otro lugar, que es tentado por el diablo, “un espíritu malo entró en él”, y su pecado de envidia le hace convertirse en un asesino, intenta matar a aquel que ha sido su defensor, que ha liberado a su pueblo de la muerte destruyendo al gigante Goliat. La pasión de la envidia le hace ver el mal donde hay bien. Ninguno de nosotros estamos libres de esta actitud de Saúl, porque el demonio tienta a todos, hasta al más justo.

En el texto aparecen dos actitudes más del ser humano. Por una parte David, que según san Agustín, personaliza al mártir, aquél que quieren aniquilar por vivir en la verdad y la justicia. Y por otro lado vemos a Jonatán, hijo de Saúl, que ante el horror de ver a su padre, ofuscado y ciego por el pecado de envidia, dispuesto a matar a David, intercede por David, su amigo del alma, e intenta hacerle ver a su padre que ése no es el camino que Dios quiere y que va a cometer un error. Los cristianos también estamos llamados, como Jonatán, a interceder a favor de los inocentes e ir en pro de la verdad siempre. Tenemos que ayudar a los que viven en tinieblas y en el error para que vuelvan al buen camino, al camino que Dios quiere. Tenemos que ser intercesores y procurar la paz donde no la hay, ayudar al que está ciego por sus pecados y llevarlo a la verdad.

  • Evangelio: “Tú eres el Hijo de Dios”:

Nos dice la Escritura que los demonios tiemblan ante Cristo. El demonio cree en la existencia de Dios, pero no tiene fe, porque la fe va unida a la caridad y a las buenas obras, ya lo dice el Apóstol Santiago: “la fe sin obras está muerta”.

La misma afirmación que hacen los espíritus inmundos, el demonio, la hace también Pedro, pero la diferencia radica en que Pedro tiene caridad, tiene amor a Dios, no sólo cree que existe Dios, sino que tiene fe en Dios.

Es curioso cómo el demonio reconoce a Jesucristo, al Hijo de Dios, y hoy en día hay tantos que piensan que Dios no existe. Por eso, todos los cristianos estamos llamados a anunciar a Cristo; como nos dice el Papa Francisco, a ir a las periferias, al que no conoce a Cristo y darlo a conocer a través de nuestro testimonio y de nuestras obras.

El Señor siempre va delante de nosotros. Por tanto confiemos en Él, como nos dice el Salmo: “en Dios confío y no temo”.