Sáb
1
Jun
2019

Evangelio del día

Sexta Semana de Pascua

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San Justino

San Justino

Mártir cristiano, filósofo y apologeta, autor de la Primera Apología de los cristianos y a quien debemos la primera descripción del rito eucarístico. Fue uno de los primeros filósofos cristianos y es considerado patrono de los filósofos. Es venerado como Santo de la Iglesia católica, que considera entre uno de los Padres de la Iglesia.

El nombre completo por el que a veces se le conoce es: San Justino filósofo y mártir. Pero se le pueden añadir otros títulos no menos merecidos, como teólogo y exegeta, además de apologista.

Nacimiento y formación

Nació en Flavia Neápolis, ciudad fundada el año 72 por el emperador Vespasiano, apenas terminada la guerra judía, guerra sellada por la destrucción del templo de Jerusalén. Estaba situada en el terreno de la antigua Mabarta («El Paso»), en Samaria, entre los montes Ebal y Garizín, cerca de las ruinas de la bíblica Siquén. […]

El nacimiento de Justino debió de ocurrir en torno al año 100, finales del siglo I o comienzos del II. […]

La extensión y profundidad de sus conocimientos, que podemos comprobar en sus obras supervivientes, suponen un ambiente familiar capaz de proporcionarle una formación cultural de base muy notable y de ponerle en condiciones de enfrentarse incluso con doctrinas difíciles y muy especulativas, como las que presentaban los gnósticos de su tiempo.[…]
Esa formación y su propia índole intelectual y espiritual le inclinaron muy pronto hacia el campo de la filosofía. A ella se dedicó por entero, tan pronto como terminó los estudios liberales o medios.[…]

Para Justino, «la filosofía es el mayor de los bienes en realidad, y el más precioso ante Dios, al cual ella sola nos conduce y nos recomienda. Y santos son, en verdad, aquellos que consagran su inteligencia a la filosofía» (Diál. 2, 1). Esto lo dice Justino, naturalmente, cuando ya era cristiano, pero constituye, sin duda, el programa que balizó todo su largo itinerario hacia una meta que él vislumbraba, en su anhelo, pero que aún no conocía.

El proceso de ese itinerario filosófico y espiritual lo dejó él consignado en los primeros capítulos de su Diálogo con Trifón. Quizás la redacción es una elaboración y una reconstrucción literaria, pero el fondo corresponde a la realidad histórica, pues todas las etapas aludidas han dejado algún poso, alguna huella, aunque desigual, en las obras conservadas de Justino. En esa búsqueda filosófica de Justino, que desemboca en una conversión al cristianismo, hay, efectivamente, varias etapas que marcan su evolución, aunque no tienen igual duración. Parece que primeramente frecuentó a un estoico.[…] Acudió luego a un peripatético o seguidor de la doctrina de Aristóteles. […] El tercer filósofo al que acudió, siempre en busca de «lo que es peculiar y más excelente en la filosofía», era un pitagórico, de no poca fama, que «tenía pensamientos muy elevados acerca de su propia sabiduría». […] Por fin recaló en la escuela de Platón. […]

Conversión al cristianismo

En este momento preciso es cuando, en «aquel paraje solitario, no lejos del mar», tuvo su casual —providencial— encuentro con «aquel anciano, de aspecto no despreciable, que manifestaba poseer un carácter suave y venerable» y que le abrió el camino hacia la verdadera «filosofía que produce felicidad», haciéndole ver que «la inteligencia humana jamás será capaz de ver a Dios, si no está adornada con el Espíritu Santo» (3, 7). El anciano le habló de los maestros que superaban con mucho a todos los filósofos, incluidos los más grandes, le habló de «los hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, que hablaron inspirados por el Espíritu divino, y divinamente inspirados predijeron el futuro, aquello justamente que ahora se está cumpliendo; son los llamados profetas, los únicos hombres, anteriores a todos los filósofos, que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni adular a nadie, horros de vanagloria y llenos del Espíritu Santo» (7, 1).

El anciano, pues, le orientó al estudio de las Sagradas Escrituras, y él, reflexionando sobre ello, una vez despedido del anciano, halló «que ésta es la única filosofía segura y provechosa», y que ahora era cuando él podía sentirse «filósofo de verdad». […] Todo ello le condujo a una sincera y total conversión a la fe cristiana. No era una «conversión filosófica» más de las muchas que hallamos entre sus contemporáneos —y aun anteriores—, y eso que, como ya se apuntó, para la mayoría de los intelectuales y de la gente de cierta cultura de entonces la filosofía no era un mero estudio, más o menos estéril, de problemas metafísicos y morales, sino que realmente se la consideraba como un género o método de vida, muy emparentado con lo que hoy es la religión en general, que tenía repercusiones serias en todo el ser y proyección de la persona.

Filósofo cristiano

Solamente es «conversión filosófica» en cuanto que Justino, al final de su itinerario filosófico, considera al cristianismo como la «verdadera filosofía». En la Escrituras, en la vida cotidiana de los cristianos y en el ejemplo de los mártires, Justino ha descubierto valores humanos esenciales cuya necesidad se ha agudizado en su época, pero sobre todo ha encontrado la novedad de Cristo, que aporta al hombre no sólo la gracia necesaria para un cambio radical en el corazón y en las costumbres —conversión—, sino sobre todo la renovación total del hombre, con reflejos de vida nueva en el mundo circundante.

En Cristo ve al único Logos —razón, palabra— de Dios, que da sentido al hombre y al mundo. La conversión al cristianismo era sobre todo una adhesión personal y total a Cristo, con todas las exigencias de la fe y todas las consecuencias para la vida de cada día, individual y comunitaria. Por eso escribe Justino en su Apología, hablando, como cristiano ya, en primera persona: «Los que antes nos complacíamos en el libertinaje, ahora estamos enamorados de la castidad; los que recurríamos a la magia, ahora estamos enteramente consagrados al Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo el dinero y las propiedades, ahora ponernos en común lo que poseemos, y lo compartimos con el necesitado; los que mutuamente nos odiábamos y unos a otros nos matábamos, los que no admitíamos en nuestro hogar a extranjeros, por su raza y costumbres, ahora, después de la manifestación de Cristo, compartimos con ellos mesa y techo, rogarnos por nuestros enemigos y nos esforzarnos por convencer a quienes injustamente nos aborrecen, con el fin cíe que, viviendo según los buenos preceptos de Cristo compartan con nosotros la esperanza de recibir, por parte de Dios, Soberano del Universo, los mismos bienes que nosotros», (14, 2-3). […]

Maestro laico

En ningún momento parece que Justino tuviera la menor intención de formar parte del clero en alguna comunidad, y menos de la jerarquía eclesiástica. Fue siempre un laico, pero un laico incondicionalmente comprometido con su fe cristiana, y comprometido con lo que él considera su carisma personal: la enseñanza. […] Justino será un didáskalos, un maestro, y allá donde vaya abrirá un didaskaléion, una escuela para impartir sus enseñanzas.
En uno de sus viajes, llegó a Roma, y allí se quedó. Mediaba el siglo II. Estableció un didaskaléion, donde pudiera enseñar.

Teólogo

Consciente y responsable de los dones que Dios le había regalado, especialmente para comprender y explicar las Escrituras, desde su conversión se dedicó sin reservas a estudiarlas a fondo, con miras siempre a hacer a los demás partícipes de sus hallazgos. Para ello puso en ejecución los instrumentos intelectuales que le había deparado su largo itinerario preparatorio. Esta base y su inevitable contacto con la intelectualidad pagana y con las especulaciones de los pujantes movimientos gnósticos, le llevaron a un esfuerzo de exégesis o interpretación de la palabra de Dios y a una seria, metódica y profunda reflexión sobre la misma y sobre la regla de fe, que le convirtieron en el primero en merecer el título de «teólogo».

Apologista

[Justino] No tiene inconveniente en dirigir a las autoridades del imperio una defensa razonada del cristianismo, no sólo contra las acusaciones de la plebe ignorante, sino también, y muy especialmente, contra las provenientes de los intelectuales paganos, que consideraban al cristianismo como «perniciosa superstición, entre otras lindezas. Justino piensa que lo más efectivo para lograrlo es convertir la defensa en propaganda, por eso presenta una exposición, sencilla pero íntegra, de la fe y de la vida de los cristianos correspondiente a esa fe. En sus Apologías hallamos la descripción fiel, entusiasta y emocionada, de cómo los cristianos vivían su fe, es decir, de cómo la vivía él mismo. […]

Mártir

Justino había luchado y luchaba en varios frentes: pagano, gnóstico y judío, por lo que estaba muy expuesto. Sin embargo, el peligro acechaba por otro flanco. Su labor de maestro filósofo tenía en Roma mucho éxito, y su discipulado seguía creciendo no sólo en número, sino sobre todo en calidad, con un seguimiento que iba mucho más allá de lo puramente intelectual. Era una época en que abundaban, según quedó ya señalado, los filósofos y seudofilósofos itinerantes, tan bien retratados por Luciano de Samosata, que en todas partes buscaban la polémica y se hacían feroz competencia. Alguno se establecía en una ciudad, como el propio Justino había hecho. Era natural que abundaran en Roma.

Es Justino mismo quien nos cuenta en su Apología las agarradas que sostuvo con el filósofo cínico Crescente, del que, por ello, temía lo peor. Y el historiador Eusebio de Cesarea, que cita ampliamente a Justino, aporta nuevas noticias sobre dicho individuo nada halagüeñas, tomadas del apologista Taciano, discípulo de Justino, y afirma sin vacilar: Justino, «según su predicción, murió víctima de las maquinaciones de Crescente» (HE IV 16, 7).

Así, pues, el martirio coronó la vida y la obra de Justino.

Un día arrestaron a Justino y a unos cuantos discípulos de los más relevantes, que tuvieron que comparecer y responder de sus vidas ante el prefecto de Roma Quinto Junio Rústico.[…]

[En los interrogatorios] ante la pregunta pertinente: «¿Eres cristiano? —Responde Justino: Sí, soy cristiano». Es también la respuesta definitiva, la que irán repitiendo uno tras otro sus discípulos y compañeros del trance: Garitón, Evelpisto, Hiéraco, Peón y Liberiano. Entonces Rústico le insiste a Justino: «Vas a ser azotado y decapitado, ¿crees que subirás al cielo? —Responde Justino: Confío lograrlo con mi perseverancia, si no dejo de perseverar. Sé que esto está reservado a los que llevan una vida recta, hasta la conflagración universal. —Preguntó el prefecto Rústico: ¿Entonces tú opinas eso, que subirás? —Respondió Justino: No es una opinión: estoy absolutamente convencido de ello. —El prefecto Rústico dijo: Si no obedecéis, seréis ajusticiados. —Y el prefecto Rústico proclamó la sentencia: Todos cuantos no han querido sacrificar a los dioses, que sean azotados y conducidos a la ejecución, conforme al procedimiento de la ley». Y Justino y sus compañeros fueron ajusticiados, mártires de Cristo.

Debió de ocurrir hacia el año 165. […] En Oriente se le dio culto muy pronto, a Justino solo; más tarde, con el culto de Justino ya introducido —y sin duda por la llegada de las Actas del martirio— se le celebró junto con sus compañeros de martirio, y siempre el 1 de junio, según los menologios. En Occidente, se les celebra juntos ya desde el comienzo. Los Martirologios de Usuardo y Ación señalan la fiesta el 13 de abril. El papa León XIII extendió la fiesta a toda la Iglesia.

Argimiro Velasco Delgado, O.P.

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.