Sáb
31
Mar
2018

Homilía Vigilia Pascual

Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)

No está aquí, ha resucitado

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Durante la larga vigilia, el Espíritu de Jesús –su gran testigo- habrá moldeado nuestro corazón como el alfarero la arcilla y habrá limpiado nuestros ojos para que logremos reconocer al Resucitado en medio de la comunidad.

Al igual que los dos discípulos desalentados que huían de Jerusalén a Emaús, también nosotros compartiremos unos con otros nuestra profunda convicción personal: “¿No sentíamos arder nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?” Y nuestros ojos le reconocerán “al partir el pan”, en la Eucaristía, en la fracción del pan (Lc 24, 32-35). Tendremos un corazón y una mirada nuevos. Como los discípulos de Emaús, nos diremos convencidos unos a otros que “realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”. Y regresaremos de nuevo a la comunidad para esperar al Espíritu.

La celebración de la Eucaristía de la noche de Pascua es una oportunidad para que la comunidad cristiana, dotada de una mirada nueva y con sus ojos bien abiertos, sea capaz de  descubrir a través de lo visible lo divino invisible que –a juicio del zorro de El Principito- es lo esencial. “Lo esencia –decía él- es invisible a los ojos”. 

El sepulcro vacío no es el lugar donde repose la muerte definitiva sino un lugar de conquista, donde, al tercer día,  la vida ha surgido airosa, y ha vencido a la muerte. Juan, el amigo de Jesús,  nos  confiesa que él “vio el sepulcro vacío y creyó” (Jn 20, 8).

En esta noche celebramos el fracaso definitivo de la muerte porque “sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él”. Es verdad que las cruces y las muertes entristecen y afean el paisaje de nuestro mundo, tanto que, a menudo, nos hace dudar del fracaso de la muerte: pienso en los emigrantes que naufragan de sus sueños de libertad,  a pesar de luchar y esperar y que, sin embargo, mueren en su angustia; pienso en las mujeres maltratadas; en los barrios marginados que la sociedad oculta porque avergüenzan, claman justicia y están de luto… y tantas otras muertes.

No obstante, los creyentes en el Resucitado confesamos esta noche: “la muerte ha sido vencida definitivamente. ¿Dónde, oh muerte,  está tu victoria?  ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?”  (I Cor 15, 54).

La comunidad cristiana está de fiesta esta noche, porque en el bautismo que ha renovado “nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte […], fuimos sepultados con él en la muerte […] para que así nosotros andemos en una vida nueva”. La comunidad es consciente de que ha resucitado con Cristo y que “nuestra vieja condición ha sido crucificada por Cristo […] Por tanto, -Pablo asegura a los cristianos de Roma, en la epístola-  si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él”. 

Celebramos, pues, la resurrección de la comunidad, su liberación pascual, su vida nueva. La Eucaristía de  esta noche es un sí a la Vida, porque eso es fiesta.

El envío del Resucitado es – nos dijeron las amigas de Jesús- que vayamos a Galilea, para ser sus testigos. Galilea es la ciudad con todo su trajín.

La celebración de la Vigilia pascual nos ha revelado el contenido, el por qué de nuestro saludo pascual, su sentido. ¡Que lo hagamos creíble, patente, a quienes saludemos en estos días de pascua!