Vie
25
Dic
2020

Homilía Natividad del Señor

El Verbo era la luz verdadera

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

En la fiesta de Navidad celebramos la Encarnación del Hijo de Dios. Las lecturas que hemos escuchado nos ayudan a comprender por qué es tan importante esta fiesta.

En los Evangelios hay dos formas de explicarlo. Por una parte, tenemos las narraciones que nos ofrecen san Mateo y san Lucas del nacimiento del Señor. Y por otra, tenemos el Prólogo del Evangelio según san Juan, que hemos escuchado hoy. Se trata de un texto que es fruto de una profunda reflexión y vivencia en el seno de la comunidad joánica. Fue escrito en torno a la década de los años 90, más de 60 años después de la muerte y resurrección del Señor. Es decir, en este texto el evangelista sintetiza bellamente cómo vivió la Navidad aquella comunidad cristiana durante más de seis décadas. Es un testimonio espiritual de aquellos primeros cristianos.

Jesús era para ellos la Palabra que había transformado su vida totalmente. Ellos vivían antes en tinieblas, pero la Palabra les trajo la luz. Dio sentido a su existencia. Sentían plenamente que era una Palabra venida del Cielo, enviada por Dios Padre para traer la felicidad a este mundo. Y era una vivencia que ellos compartían comunitariamente.

Pero aquellos cristianos conocieron a otras personas que, por desgracia, no supieron abrir su corazón a la Palabra y no permitieron que ella les transformase. Éstos escucharon la Palabra con oídos mundanos, cargados de egoísmo, rencor y superficialidad. Por eso no la reconocieron y siguieron con su vida de pecado. Sin embargo, los miembros de la comunidad joánica sí habían sabido escuchar la Palabra con los oídos de su corazón. Y movidos por ella, superaron su vida de caprichos, soberbia, y vanidad. A éstos, nos dice el evangelista que la Palabra les cambio la vida, les hizo conscientes de que son hijos de Dios. Y así, su vida se llenó de verdadero amor y de auténtica felicidad. Esto supuso para ellos un nuevo nacimiento, pasando a ser «hombres nuevos», como diría san Pablo.

Ante esta vivencia tan profunda, es lógico que aquellos cristianos viesen el nacimiento del Señor como la venida al mundo de la Palabra que estaba junto a Dios. Porque sentían que la Palabra es el mismo Dios y que es una Palabra de vida. Una vida que es la luz de la humanidad, porque da significado a toda la existencia. De ahí la alegría que aquellos cristianos experimentaban al celebrar la Encarnación del Hijo de Dios.

La lectura del profeta Isaías nos muestra muy bien esa alegría, pues nos lleva a uno de los momentos más felices del Pueblo de Israel. Es el año 538 antes de Cristo. El rey Ciro de Persia había vencido al imperio babilónico el año anterior y hacía unos 50 años que miles de judíos habían sido deportados por el emperador Nabucodonosor a Babilonia, como represalia por haberse revelado contra él. Muchas de aquellas familias judías fueron a vivir a la capital del imperio o a otras grandes ciudades.

Pero también hubo familias que se asentaron en pequeños pueblos situados en medio del campo. Y a estos pueblos llegaban las noticias por medio de mensajeros enviados desde la capital. Pues bien, el profeta Isaías nos habla de aquel impactante momento en el que se enviaron mensajeros para anunciar que el rey Ciro había decretado que los judíos que así lo deseasen podían regresar a su hogar: a Jerusalén. Es fácil imaginar el estallido de júbilo, alegría y felicidad que vivieron aquellos judíos. Su corazón se llenó de esperanza y de paz.

Bueno, pues eso es lo que vive la Iglesia el día de Navidad. Durante la Eucaristía, la comunidad cristiana celebra que, aquello que Dios prometió durante siglos por medio de los profetas, se ha cumplido hace unos 2020 años, cuando Jesús, el Hijo de Dios, nació en Belén. Pero sobre todo celebramos que se cumple hoy, pues Jesús nace ahora en nuestro corazón, y en el corazón de nuestra familia, tal y como hizo en la comunidad joánica en tiempos pasados.

Hoy es un día para mostrarse especialmente amables y alegres. Es un día para compartir la Luz que viene del Cielo para acampar entre nosotros. Siguiendo las palabras de la carta a los Hebreos que hemos escuchado, es un día para adorar en familia al Niño Jesús, junto a los ángeles de Dios. Porque Él es reflejo de la gloria divina e impronta de su ser.