Dom
18
Ago
2019

Homilía XX Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2018 - 2019 - (Ciclo C)

He venido a prender fuego en el mundo

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Dios: una opción que genera hostilidad

Ya sabemos que la vida y misión del profeta Jeremías no fueron nada fáciles. Su ministerio profético se enmarca en un momento muy crítico de la historia de Israel. El pueblo, que desoye sistemáticamente el mensaje divino anunciado por el profeta, camina hacia la fatalidad del destierro. El profeta lo está avisando. En honor a la verdad advierte de la ruina inminente. La verdad del profeta desmoraliza porque la vida de Jerusalén está en ese momento construida sobre una mentira. Que no se haga ilusiones la pequeña Jerusalén de que podrá contra el gigante babilonio. En lugar de reaccionar y cambiar decisiones, los príncipes prefieren callar al profeta, heraldo de la verdad divina, decidiendo su muerte.

El pobre Jeremías es echado a un pozo sin agua donde morirá hundido en el lodo. Optar por Dios, por el bien, por la verdad, genera en muchos casos sufrimiento, dolor, enfrentamiento y hostilidad. El mensaje divino ilumina, señala, desinstala, remueve y eso gusta poco. Quien enarbola y defiende dicho mensaje sufre las iras de los que prefieren seguir como están o mantenerlo todo como está, aunque sea caminando hacia la ruina.

Dios no puede dejar a su profeta morir en el lodo y así moverá el corazón de Ebedmelek, sensible a la justicia, que denuncia ante el rey el trato “inicuo” que ha recibido el profeta. No olvidemos que el profeta era “la voz de Dios” en medio del pueblo. Jeremías al final es salvado. 

Pero Dios es auxilio y liberación

El Salmo 39 está muy bien escogido después de esta primera lectura. Se trata de un salmo de confianza en Dios y de acción de gracias. El mensaje es claro: en medio de las hostilidades y las pruebas confía en Dios que es auxilio y liberación. Eso ha hecho el salmista y ha obtenido el favor de Dios por eso le da gracias con toda la fuerza de su corazón. Es más, Dios mismo es el que le pone en la boca ese himno de acción de gracias: “me puso en la boca un cántico nuevo”. Esperaba con ansia y el Señor “escuchó su grito, lo levantó de la charca fangosa, afianzó sus pies y aseguró sus pasos”.

Esta actuación divina evidente ha tenido un efecto: “muchos al verlo quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor”. Bien podíamos decir que este salmo refleja la situación de Jeremías: hundido en la charca fangosa ha sido al final liberado. Dios no se olvida nunca de los que lo aman, lo sirven y por ello sufren, sabe resarcirlos con su bondad y misericordia.

Fijos los ojos en Jesús

La fe es un tema central en la carta a los Hebreos. Su autor, que busca animar a su comunidad en medio de las dificultades que experimenta, exhorta a lanzarse a la carrera “que nos toca”, el camino de la fe, y para ello hay que sacudirse todo lo que estorba, es decir, el pecado que impide avanzar.

Hay algo que nos da seguridad: fijar los ojos en Jesús que es precisamente el que inicia y lleva a plenitud nuestra fe. Él es el verdadero modelo de la fe auténtica. Él hizo el camino de la fe sin miedo a la ignominia, asumiendo la Cruz y soportando la oposición de los pecadores. La clave está en mirar a Jesús. Él da fuerza para seguir caminando, para seguir en la brecha, en la lucha, que todavía no ha llegado a sus últimas consecuencias.

Jesús es nuestro consuelo y esperanza. Mirándolo siempre a Él nuestra vida fluye y nuestra fe se fortalece aún en medio de los problemas y las dificultades que puedan venir por ser cristianos.

Es hora: ¡ya! 

La cosa está que arde… El evangelio de hoy va de “fuego”. Jesús ha comenzado ya su viaje a Jerusalén y de pronto lanza a sus discípulos estas enigmáticas palabras. Lucas ha hecho del viaje a Jerusalén el eje de su relato evangélico. Ese viaje, esa subida, ese éxodo de Jesús, se convierte en el camino programático para todo seguidor de Cristo. Ese viaje conduce a la Jerusalén que “mata a los profetas”.

Recordemos el caso de Jeremías en la primera lectura. Jesús ha comenzado el viaje presentando las exigencias y condiciones que conlleva su seguimiento. Se trata de un camino de plenitud y de vida abundante que pasa necesariamente por la Cruz, por la entrega de la propia vida.  Los discípulos están ya en camino con el Señor, deben tener claro qué significa ir con Él, deben estar dispuestos y decididos a vivir como Él asumiendo las consecuencias.

Jesús es consciente de que le espera un difícil destino, un “bautismo de dolor” que le causa angustia, pero camina con decisión hacia él. Les dice a los discípulos que ha venido a prender fuego y desea que estuviera ardiendo. Es un fuego que trae disensión y odio. Ese fuego es su mensaje, su evangelio, el Reino. Esto causa disensión y odio pues quema como el fuego sacando a la luz las intenciones del corazón humano.

Recordemos las palabras de Simeón en la presentación en el Templo: “este será bandera discutida, signo de contradicción, está puesto para que muchos caigan y se levanten…” Jesús va a correr la suerte de los profetas, su palabra causa hostilidad. Esa hostilidad y rechazo no solo será social sino que va a surgir hasta en la propia familia. La opción por Cristo puede crear confrontación hasta entre los miembros de la familia. El seguidor de Jesús puede sentir este rechazo y esa confrontación no solo procedente del mundo sino de su entorno más íntimo.

¿Qué cabe ante todo esto? Decisión. Jesús no se para, sigue adelante. Y nosotros ¿qué hacemos?... Nuestra propia experiencia nos hace comprender estas palabras de Jesús. Jesús es una opción con “riesgo”. La respuesta urge y es sí o no. No cabe tibieza ni mediocridad. Optar por Él implica valentía, osadía, la que procede de saber bien “de quien me he fiado”. El Señor nos anima porque en medio de cualquier hostilidad por su causa Él siempre es auxilio y liberación.