Dom
1
Abr
2012

Homilía Domingo de Ramos

Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)

Realmente este hombre era Hijo de Dios

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

La homilía podría comenzar exhortando a los fieles a hacer real el calificativo de “santa” que tiene esta semana, invitándoles a participar activamente en las celebraciones, sobre todo en los actos litúrgicos y en alguna celebración comunitaria de la penitencia, que tendría su momento apropiado el martes o el miércoles santo. Un modo de hacer “santa” esta semana es vivirla desde la conversión, la vuelta a Dios, y el agradecimiento por todos los bienes salvíficos que nos han venido con Jesucristo.

El relato de la pasión según Marcos está lleno de contrastes. Comienza con uno de los “temas” principales de la predicación de Jesús, a saber, el amor al dinero, que nos insensibiliza ante los bienes del Reino. Los que critican a la mujer por haber comprado un perfume caro para honrar a Jesús no están en realidad preocupados por los pobres. La mujer criticada ha entendido que todo lo que se gasta para manifestar amor y solicitud por Jesús y por los pobres en los que Jesús se hace siempre presente, es un buen gasto, que complace a Dios. En contraste con este buen gasto, los sumos sacerdotes emplean el dinero para pagar al traidor, hacer daño a Jesús y matarlo.

Un segundo contraste aparece en la cena de Pascua que Jesús celebra con sus discípulos: “os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Y, sin embargo, Jesús entrega su cuerpo y su sangre, su vida toda, también en beneficio de aquel que le entrega. Porque Jesús muere, como diremos luego en la liturgia eucarística “por todos los hombres para el perdón de los pecados. Por “todos”, también por los que le crucifican, sino no estarían “todos”. En el contexto de la traición de Judas, los otros discípulos se hacen los valientes, dispuestos a morir con Jesús. Pero cuando los sumos sacerdotes, llegan para prenderle “todos le abandonaron y huyeron”. Judas es el paradigma de nuestras traiciones, Pedro y los otros discípulos el paradigma de nuestras cobardías. Pero Pedro es también el paradigma de nuestros arrepentimientos y de nuestra vuelta a Jesús. Pedro no puede disimular que es de los suyos, incluso cuando le niega. El diálogo que mantiene con la criada del sumo sacerdote es significativo. “Se te nota demasiado que eres de los suyos”, viene a decirle la criada. Este diálogo podría provocar en nosotros esta oración: “Señor, ayúdanos, cuando te neguemos, a hacerlo tan mal, que en este hacerlo mal, esté el principio de nuestra vuelta a ti”.

Contraste también entre las acusaciones incoherentes de las que es objeto Jesús y su silencio. Solo responde a la pregunta fundamental, formulada por el Sumo Sacerdote: ¿Eres tú el Mesías? Pero el Sumo Sacerdote no entiende nada. Ve una blasfemia donde Jesús le indica el camino de la salvación del mundo. Algo parecido ocurre en el diálogo con Pilato: tampoco entiende qué tipo de realeza es la de Jesús. Y aunque, en el fondo, el gobernador romano está convencido de la inocencia de Jesús o, en todo caso, no está seguro de la fuerza de las acusaciones, “queriendo dar gusto a la gente”, o sea, al populacho manipulado por las autoridades judías, suelta a Barrabás y entrega a Jesús para que lo crucifiquen. La conciencia de Pilato, convencido de la inocencia de Jesús, pasa a un segundo plano cuando se trata de conservar el poder. Hay algo en esta actitud que nos toca de cerca: las presiones del ambiente pueden ser muy poderosas, pero nunca deben ahogar nuestra conciencia de cristianos.

Con Jesús crucificado “toda la región quedó en tinieblas”. Y, sin embargo (otro contraste y éste fundamental), en medio de tanta oscuridad y sin sentido aparecen signos de esperanza. Un pagano, el centurión romano, “al ver cómo había muerto” (había muerto como había vivido, había muerto amando, sin insultos, ni amenazas, ¡perdonando a sus enemigos!, como dirá el evangelio de Lucas), confesó: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”. Otro signo de esperanza: “unas mujeres miraban desde lejos” y cuando un hombre bueno, José de Arimatea, se hace cargo del cadáver, estas “mujeres observaban dónde lo ponían”. Tener la vista siempre fija en Jesús, sean cuales sean las circunstancias, es mirar hacia el lugar del que puede surgir la vida. Nosotros hoy, los aquí presentes, estamos invitados a identificarnos con el centurión y “al ver cómo ha muerto” y cómo ha vivido, al recordar su obra y su mensaje, confesar nuestra fe en Jesús, Hijo de Dios, salvador del mundo. Y estamos invitados a identificarnos con las mujeres, que nunca pierden de vista a Jesús, porque saben que en él está su única esperanza de salvación; él es la referencia a la que acudir, también en la hora de nuestras muertes.