Sáb
1
Nov
2025

Homilía Todos los Santos

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

Bienaventurados

Pautas para la homilía de hoy

Evangelio de hoy en vídeo

Reflexión del Evangelio de hoy

La liturgia de la Palabra se propone hacernos comprender la trascendencia de esta solemnidad, no como una fiesta abstracta, sino como un compromiso con la vida, la verdad, la justicia y el amor en la cotidianidad del mundo actual cuya configuración pareciera ser cada vez más dramática, polarizada y confrontativa.

“No causen daño… hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios”

La primera lectura se enmarca en la extensa visión de Juan, a quien se la ha encomendado escribir lo que vea. Sin embargo, él no solo ve, sino que también escucha y habla. Ver, escuchar y hablar se presentan como aquellos verbos que llevan el desarrollo de todo el texto y que resultan sugerentes por sus usos: estos verbos nos sitúan en lo propio del testigo como alguien que es capaz de ver la realidad con mirada creyente. Una mirada que se entrena para llegar a la entraña de la realidad y descubrir allí que es sostenida por Dios y guiada por Él. Quizás por eso Jesús compara el Reino con la levadura que es capaz de fermentar toda la masa porque, como testigo de su Abba, ha descubierto su presencia actuante en el mundo.

De ahí que también es urgente saber escuchar lo que Dios nos dice por medio de los signos de los tiempos, reconociendo que son las visitas cotidianas de Dios a un mundo que se encamina al encuentro definitivo con Él. Por ello es necesario afinar el oído para sintonizar con los gritos de Dios en el mundo, con la alabanza a Dios expresada de múltiples maneras a través de tantos creyentes, de hombres y mujeres de buena voluntad, cuya forma de vivir son el grano de mostaza que va haciendo visible el Reino de Dios en el mundo.

Finalmente, ser capaz de hablar y esto en sentido amplio. Hablamos no solo a través de la palabra, sino a través de nuestras acciones, pero también de nuestros silencios. Los santos hablan con su vida lo que refuerzan con su palabra. Un hablar que es fruto de la contemplación y una vida que da lo contemplado.

Ahora somos hijos de Dios

La segunda lectura se sitúa en el reconocimiento de la inmensidad del amor de Dios por el cual nos llama hijos suyos. Vivir como hijos de Dios es un desafío de todo creyente que, la más de las veces, prefiere o tiende a situarse ante Dios como deudor o pecador.

Al parecer, nos cuesta vivirnos como hijos porque pensamos —como el caso del hijo mayor en la parábola del hijo pródigo—que debemos cumplir con el Padre acentuando más la relación de servidores-administradores, propio de una ligazón comercial, que la relación de filiación con Dios. Somos hijos en el Hijo.

Entonces, tomando la palabra, les enseñaba

El evangelio de las Bienaventuranzas comienza con Jesús viendo a la muchedumbre. Habiéndolos visto, sube al monte—lugar de encuentro con Dios— y comienza a enseñarles por medio de la palabra. Lo que Jesús enseña esta vez no es en el contexto de una sinagoga y, a diferencia de otras veces, no se dice que enseña sin más, sino que también se habla del contenido de su enseñanza: las bienaventuranzas.

Ellas son la buena ventura de Dios sobre todos aquellos que encarnan realidades sufrientes; un bien decir que está preñado de promesa, pero también de inmediatez. Es decir, se vuelca hacia un futuro que arranca en la situación concreta de quien está atravesado por el llanto, el hambre, la lucha por la justicia, el trabajo por la paz, la persecución, la pobreza, la mansedumbre.

Jesús—tal como señalábamos sobre la primera lectura—siempre es capaz de ver más allá y conectar con lo que palpita en el fondo del corazón humano y de la vida para proponer una palabra decisiva sobre aquello que amenaza nuestra humanidad y el camino a su plenitud que en Él se nos hace asequible.

Los santos y santas de Dios fueron hijos que se dejaron enseñar por la palabra de Jesús y vertieron sobre la realidad, personal y comunitaria, las bienaventuranzas de Dios con su vida y sus palabras.

 


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