Mi casa será casa de oración

Primera lectura

Lectura del primer libro de los Macabeos 4,36-37,52-59

En aquellos días, Judas y sus hermanos propusieron:
«Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el santuario y a restaurarlo».
Se reunió todo el ejército y subieron al monte Sion.
El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno (es decir, casleu), todos madrugaron para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos que habían reconstruido. Precisamente en el aniversario del día en que lo habían profanado los gentiles, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y timbales. Todo el pueblo se postró en tierra adorando y alabando al Cielo, que les había dado el triunfo.
Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Decoraron la fachada del santuario con coronas de oro y escudos. Restauraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. El pueblo celebró una gran fiesta, que invalidó la profanación de los gentiles.
Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar con solemnes festejos, durante ocho días a partir del veinticinco del mes de casleu.

Salmo de hoy

1Cro 29,10.11abc.11d-12a.12bed R/. Alabamos tu nombre glorioso, Señor.

Bendito eres, Señor,
Dios de nuestro padre Israel,
por los siglos de los siglos. R/.

Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder,
la gloria, el esplendor, la majestad,
porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. R/.

Tú eres rey y soberano de todo.
De ti viene la riqueza y la gloria. R/.

Tú eres Señor del universo,
en tu mano está el poder y la fuerza,
tú engrandeces y confortas a todos. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,45-48

En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:
«Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».
Todos los días enseñaba en el templo.
Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Alabar, agradecer

Vemos como el pueblo de Israel celebra la victoria sobre los enemigos que profanaron el templo alabando y dando gracias al Señor. Reconstruyen y adecentan el lugar sagrado, organizan fiestas y “holocaustos de comunión” según los antiguos ritos. Están convencidos de que Dios les ha ayudado y la euforia del triunfo no les hace olvidar a quien se lo deben todo. Cuando nosotros libramos nuestras batallas (problemas familiares, de salud, de trabajo…) acudimos al Señor en busca de ayuda y, muchas veces, cuando salimos del atolladero nos olvidamos de dar las gracias. Parece que pensáramos que Dios “ha cumplido” su deber con nosotros y seguimos nuestro camino como si nada hubiera ocurrido.

Una vez un amigo fraile me dijo: “Son muchos los que vienen a pedir y pocos los que vuelven a dar gracias” ¿Te acuerdas del pasaje en el que Jesús curó a diez leprosos y solo uno vino a darle las gracias? Debemos aprender del pueblo judío que no olvidó al Señor en el momento de la victoria, y tener el corazón lo suficientemente grande y humilde como para reconocer que “todo auxilio me viene del Señor”.

Expulsemos a nuestros mercaderes

Pasaje muy conocido y sobre el que se ha escrito de todo y bajo muchos puntos de vista. Yo me he puesto a reflexionar y quiero incidir en un aspecto: ¿Cómo andamos nosotros de mercaderes en nuestro templo? Hoy vemos a un Jesús airado, enfadado de verdad con aquellos que han convertido la casa de su Padre en un mercado, con los que se dedican a hacer negocio en el lugar donde solo se debería ir a orar, en el lugar donde solo se debería sentir la presencia de Dios.

Nosotros, los hijos de Dios, somos templos del Espíritu Santo, somos un lugar para el Señor, el sitio de nuestra alma inmortal ¿Cómo andamos de mercaderes? ¿Cómo andamos de materialismo, de rencor, de envidia? ¿Cuántos odios habitan en nosotros, cuántos olvidos del prójimo, cuántas faltas de caridad y amor? A poco que hagamos un examen de conciencia comprobaremos que poco a poco lo que es ajeno a Dios está invadiendo las estancias de nuestro interior, atenazando nuestro corazón y convirtiendo nuestro templo en un mercado donde todo se compra y se vende y donde queda poco espacio para el Señor.

El Evangelio de hoy nos dice que Jesús “todos los días enseñaba en el Templo” y la gente le escuchaba. Nosotros debemos limpiar nuestra casa, dejarla serena, para poder oír todo aquello que Cristo viene a decirnos, para recibirle con la paz que requieren las cosas importantes, sin distracciones ni ruidos que nos impidan entender el sentido profundo de la Palabra de Dios.