
Jun
Evangelio del día
“ ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo ”
Primera lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 1-10
Hermanos:
¿Hay que gloriarse?: sé que no está bien, pero paso a las visiones y revelaciones del Señor.
Yo sé de un hombre en Cristo que hace catorce años - si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe - fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que ese hombre - si en el cuerpo o sin el cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe - fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que un hombre no es capaz de repetir.
De alguien así podría gloriarme; pero, por lo que a mí respecta, sólo me gloriaré de mis debilidades.
Aunque, si quisiera gloriarme, no me compartiría como un necio, diría la pura verdad; pero lo dejo, para que nadie me considere superior a lo que ve u oye de mí.
Por la grandeza de las revelaciones, y para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido:
«Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad».
Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo.
Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Salmo de hoy
Salmo 33, 8-9. 10-11. 12-13 R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor
El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen
y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. R/.
Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor;
¿hay a quien que ame la vida
y desee días de prosperidad? R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 6, 24-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: No estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
San Pablo en su carta a los Corintios nos ofrece una poderosa enseñanza sobre la humildad, la debilidad y la gracia de Dios. Reconoce que ha sido herido por una “espina en la carne”, algo que lo humilla, que lo hace frágil; sin embargo, en su fragilidad, descubre la fuerza de Cristo y al reconocerse débil es precisamente cuando se abre a la gracia que lo sostiene. Aunque podría presumir de sus grandes experiencias espirituales, elige hablar de su debilidad, porque ha comprendido algo que va al corazón del Evangelio: la fuerza de Cristo se manifiesta con mayor claridad en nuestra fragilidad.
Aunque pidió ser liberado de “la espina que tenía en la carne”, el Señor le respondió: "Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad." Estas palabras no son una resignación, sino una revelación. Dios no siempre quita nuestros problemas, pero sí nos da la gracia para sobrellevarlos y para que, en medio de ellos, brille más su poder. Pablo nos enseña que no debemos esconder nuestras debilidades, ni vivir frustrados por ellas. Más bien, debemos acogerlas como lugares donde Dios puede actuar con más libertad, donde su poder se perfecciona.
En nuestra sociedad, que valora la autosuficiencia, el éxito visible y la fortaleza externa, este mensaje parece paradójico: ser fuerte en la debilidad. Pablo nos invita a mirar más profundo. La verdadera fuerza no nace de nuestras capacidades, sino de nuestra unión con Cristo. Al reconocer nuestras limitaciones y ofrecerlas al Señor, nos abrimos a una gracia que transforma.
Confianza plena en la providencia
El mensaje de vivir con humildad y confianza, abandonándonos a la gracia de Dios, encuentra eco en las palabras de Jesús en el Evangelio: “No os agobiéis por la vida”. El Señor nos invita a soltar el control, a dejar de vivir esclavizados por las preocupaciones del tener, del comer, del vestir... En definitiva, de vivir ansiosos por el mañana. Él nos recuerda que valemos más que los lirios del campo o que los pájaros del cielo, y que nuestro Padre sabe de qué tenemos necesidad. Pero hay una condición: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura.”
Las lecturas de hoy nos enseñan dos grandes caminos espirituales: abrazar nuestra debilidad con humildad, como lo hizo san Pablo, y vivir con confianza plena en la providencia de Dios, como nos lo pide Jesús en el Evangelio. Estas dos actitudes se encuentran vivamente encarnadas en la vida de San Luis Gonzaga, cuya memoria también celebramos hoy.
San Luis, joven noble del siglo XVI, era heredero de una familia poderosa, con acceso a la corte, la riqueza y los honores; con solo 17 años, renunció a su título y a su herencia para abrazar la vida religiosa como jesuita, porque había descubierto que sólo Dios bastaba. Pero su entrega no fue solo radical, también fue humilde. Murió muy joven, con apenas 23 años, tras cuidar a enfermos durante una epidemia. Su vida demuestra que no importa la duración de los años, sino la intensidad del amor con que se viven.
Cuando unimos los mensajes de Pablo y Jesús, entendemos que la verdadera libertad no está en tenerlo todo resuelto, sino en poner nuestra confianza en Dios. Al igual que Pablo, podemos estar heridos, limitados o incluso agobiados, pero si nos abrimos a la gracia y buscamos primero el Reino, viviremos una fortaleza que no depende de nosotros mismos. Hoy San Luis nos recuerda que la debilidad no es obstáculo para la santidad, sino camino hacia ella.