Dom
8
Ene
2017

Homilía Bautismo del Señor

Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Celebrar esta solemnidad del Bautismo del Señor Jesucristo nos sumerge en el misterio cristológico de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y portador del Espíritu del Padre; a la vez que reclama que sea la nuestra una vida verdaderamente cristocéntrica para hacer de Él nuestra referencia constante y la clave de nuestro vivir y obrar.

El Espíritu de Dios se posaba sobre él

Por esta razón, porque Él es el Hijo de Dios y el portador de su Espíritu, en medio de la dispersión y diversidad de reclamos que nos invaden, suenan como fuerte llamada de atención las palabras del profeta Isaías: “Mirad a mi siervo… sobre él he puesto mi espíritu”. Nuestra vida como creyentes en Él y discípulos suyos, bautizados también en su nombre, nos exige esta atenta mirada a su persona y la encarnación de su palabra en nuestra vida para continuar la misma obra a la que le impulsó el Espíritu de Dios, instaurar la justicia y la paz, liberar de toda maldad y opresión, en un mundo roto, dividido y confrontado; lacerado por la violencia destructora y envenenado de codicias, y que aún continúa dramáticamente así.

Después de su bautismo el Señor Jesucristo inicia el anuncio de su Evangelio, la proclamación de la Buena Noticia de la llegada del Amor del Padre Dios que quiere hacerlo presente en todas sus hijas e hijos, particularmente a quienes el dolor y las adversidades de la vida, y la indiferencia excluyente de tantos otros, les han robado la dicha deseada por Él.

Volver nuestra mirada atenta al Señor Jesucristo, bautizado por Juan en el Jordán, reclama hacer nuestro su proceder.
En su magnífica obra sobre el profetismo en el antiguo Israel, el autor judío, Abraham Heschel, se interroga sobre cuál fue el mayor riesgo de Yahvé en la obra de su manos; para responder que no fue en la naturaleza, la cual sigue de forma cadenciosa y cíclica su devenir, sino en la historia, que, fruto de la libertad humana, se vuelve tantas veces de forma contraria sobre los designios del Creador. La obra titánica, y con frecuencia altamente arriesgada, de los profetas es reconducir el desarrollo de la historia por las sendas trazadas por Dios, sendas de justicia y paz, de comunión y esperanza, de vida dichosa para todos. El Señor Jesucristo, bautizado en el Jordán e impulsado por el Espíritu de Dios, asume esta misma en verdad humanizadora tarea, haciendo realidad lo expresado en el salmo responsorial: “El Señor bendice a su pueblo con la paz”.

Pasó haciendo el bien

San Pedro, con inspirada concisión, lo expresó en términos de bondad y de liberación del poder del Maligno, “porque Dios estaba con Él”.

La lucha entre el bien y el mal sigue formando parte de nuestra vida, en el interior de cada uno de nosotros y en el ámbito de todas nuestras relaciones.

Hoy se nos presenta una gran oportunidad para renovar nuestra apuesta por el bien. En ella se encierran tareas cotidianas: ceder, perder para que el otro gane, perdonar, tender puentes, escuchar, servir, acoger, incluir, comprender, abrazar, regalar dicha, consolar… y tantas otras acciones que nos saldrán al paso; aceptando como muy cierto aquello que se ha dicho: “de todos los excesos, el menos peligroso es el exceso de bondad”. ¡Y sin temer dar la mano a quienes comparten el mismo ideal: “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la condición que sea”, se nos dice en Hechos de los Apóstoles, en la segunda lectura de hoy.

Buena ocasión para renovar las promesas de nuestro bautismo y crecer en confiado abandono en el Amor de Dios manifestado en su Hijo, amado y predilecto. Y para que el impulso de su Espíritu nos encamine siempre por veredas de bondad, con una mirada muy atenta a los más necesitados de amor, dignidad y paz. Solo así, con este renovado compromiso, el nuevo año recién comenzado podrá ser mejor para todos que el que hemos dejado atrás.