Dom
7
May
2017

Homilía IV Domingo de Pascua

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

¿Qué tenemos que hacer hermanos?

Con el corazón traspasado tras el anuncio de que a Jesús el crucificado Dios lo ha constituido Señor y Mesías, la multitud de los que escuchaban a Pedro se hacían esta pregunta: ¿qué tenemos que hacer después de haber enviado a un inocente a la muerte? ¿Qué tenemos que hacer después de haber gritado con la efervescencia de la multitud que lo crucificaran? ¿Qué tenemos que hacer tras haberlo pisoteado, insultado y ultrajado? ¿Cómo íbamos a saber que era el Señor y el Mesías?

Es una pregunta que no pierde actualidad ¿ante el anuncio de Cristo resucitado qué tenemos que hacer?

La respuesta para Pedro está clara: Convertíos y bautizaos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados. Porque la promesa vale para vosotros y vuestros hijos, y para todos los que llame el Señor, aunque estén lejos.

La promesa de salvación no queda encerrada en el tiempo, ni tampoco en la historia abarca también nuestros días, Dios sigue llamando a la fe, y sigue llamando a una vida comprometida con el Evangelio a nuevas generaciones. El Reino de Dios se ha establecido con Jesucristo resucitado de entre los muertos, y es en el ahora cuando hemos de dar una respuesta clara a su llamada.

Pero ¿cómo ir aquellos que están lejos, a los jóvenes, educados en la indiferencia y en el desconocimiento de Dios? ¿Cómo hacer atractiva la vida de una vocación? El mensaje está ahí para aquellos que quieran aceptarlo, pero han de escapar de esta generación perversa. Escapar de toda corrupción, escapar también de toda actitud beligerante que confunda a Dios con todos los pecados de la Iglesia, escapar de las nuevas corrientes antirreligiosas que impiden acercarse a Dios.

Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios

Hacer el bien a veces, está ligado a la persecución. Muchos son los cristianos en países de oriente, y no tan lejanos que son humillados, cristianos que incluso llegan a dar su vida, comprometidos por su fe. Existen países en los que se está alimentando el odio a la Iglesia por sus pecados (nuestro país es un buen ejemplo de ello).

Sin embargo, no hemos de tener miedo ante estas injusticias, para esto hemos sido llamados, a padecer los mismos sufrimientos de Cristo. No devolver el insulto, y no proferir amenazas es la clave para no caer en el lenguaje del odio y la venganza, no dejar que mi corazón sea arrastrado por la agresividad del ambiente en el que vivimos. Ponerse en manos del que juzga justamente, en manos de Dios es lo adecuado.

El ladrón solo entra para robar y hacer estragos

Con una simbología pastoril, Jesús habla a los fariseos para decir que quien accede a Dios y no lo hace por la vía más directa, por la puerta del aprisco, sino que saltan las vallas que lo circundan, ese no es limpio, ese viene con intención de robar y crear estragos, para crear confusión.

La vía más directa no son las leyes, ni el templo, sino Jesús mismo, su palabra y su encuentro con él son la puerta para acceder a Dios más directa y más limpia que cualquiera puede encontrar. No son la puerta los pastores que invitan a que accedas a Cristo, que a veces se quedan en un encuentro superficial y ritualista. Cristo es quien da la vida y la da en abundancia. Por esa puerta puedes entrar y salir con libertad.

Cuando muchos hablan de que no creen en Cristo por cómo han sido los cristianos, hemos de preguntarle si nuestros errores no son una justificación para que su negación a Dios sea desde un planteamiento más profundo. Nosotros podemos ser un escaparate más bello o más feo, un maniquí que imita la sombra de un Dios, con mayor o menor acierto, y como tal una sombra imperfecta, pero con el suficiente coraje para no justificar la negación de la fe en errores pretéritos de los hombres de Iglesia.
La búsqueda de Dios se encierra en el acierto o desacierto de tu propia comprensión de un encuentro personal con Dios. El tiempo dedicado a un encuentro con su palabra y la comprensión de sus gestos para con los más pobres. Decir que Cristo es mi vida, y la puerta de mi salvación implica a los otros, pero no tanto como para que los otros sean el motivo o la razón para mostrarle mi adhesión a Dios o mi desafecto.