Dom
31
Dic
2017

Homilía La Sagrada Familia

Jesús iba creciendo y se llenaba de sabiduría

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

La familia está experimentando profundas transformaciones, en su estructura, formas  y dinámica familiar. Los cambios (demográficos, sociales, económicos, jurídicos y  axiológicos) han afectado profundamente al papel de la mujer (con su incorporación a la vida pública, al mundo del logos y al ámbito científico), a la valoración y estatus de las personas mayores, a la percepción y lugar de los jóvenes (rasgos de las sociedades pre y pos figurativas de M. Mead). Y se ha producido un proceso de “despotenciación de la familia”: ha perdido muchas de las funciones que desempeñaba en la sociedad tradicional y ha reforzado alguna como la afectiva.

El amor es lo que define a la familia moderna. En la sociedad  posmoderna la familia y el matrimonio se  ve sobre todo como un contrato, mientras dure el amor, un amor con frecuencia  romántico y  egocéntrico: “tú me harás feliz”. Paradójicamente “la puerta de la felicidad se abre hacia afuera” por lo que la pareja se convierte en una búsqueda siempre insatisfecha.

Pero la familia sigue siendo hogar en un mundo inhóspito, donde el niño encuentra el afecto, acogida,  protección y seguridad que necesita para crecer y madurar como persona;  en esta “sociedad líquida” es  el ámbito de socialización donde se aprende la entrega y el amor gratuito, el respeto, la tolerancia en la diversidad, el sentido de pertenencia, solidaridad y compromiso. La familia nos proporciona raíces para crecer y alas para volar.

Y sigue siendo también una célula básica de la sociedad. Como algunos gustan decir, es el “mejor ministerio de asuntos sociales”, donde encuentran segura protección y asistencia los niños y ancianos, los enfermos y deficientes, los parados y divorciados, las personas frágiles y marginadas a las que ningún sistema social puede cubrir en todas sus necesidades. Quizás por eso es la institución más valorada en la sociedad actual.

La fiesta nos invita a revalorizar la familia como clave de la salud,  el equilibrio y la paz, y por tanto de felicidad. Nikoshi Nakajima, Presidente del Consejo Mundial de la salud, en la inauguración del Congreso Mundial de Psiquiatría, en agosto  de 1996 afirmó: “Solo la vuelta a la familia, reducirá la enfermedad mental”. Y no era un congreso sobre la familia sino sobre psiquiatría. Como alguien dijo “Felicidad se escribe con “F” de familia”. (A. Aláiz)

Hoy celebramos a la Familia de Nazaret como modelo de la familia creyente. Fiesta reciente, establecida por León XIII para dar a las familias cristianas un modelo evangélico de vida. No se trata de reproducir  el modelo de familia patriarcal que fue el suyo ni de consagrar los “códigos  domésticos” vigentes en el Imperio Romano, que recogen algunos textos del NT (Col 3,18-21 que se lee en esta fiesta; I Ped 2,11-3,12; Ef. 5,21-6,9; I Cor 11,2-10; II Cor 11,2-3; I Tim 2,11-12). Se trata de contemplar y descubrir en ella la configuración y actitudes que deben animar una existencia familiar desde el evangelio de Jesús.

 La Palabra de Dios  no da soluciones técnicas para la vida familiar o social pero nos ofrece las claves (más) profundas, humanas y cristianas, de esa convivencia. La 1ª lectura, Eclco. 3,2-6, habla de las relaciones entre hijos y padres cuando envejecen. Es como una glosa del 4º mandamiento: honra a tu padre y a tu madre. Escrito en un momento de crisis social y cultural que amenaza los fundamentos de la Tradición de la Ley de Moisés, alerta a los jóvenes contra las modas griegas y les recuerda que respetar a los padres es tarea sagrada que reporta grandes beneficios;  resalta la piedad, el respeto y la honra a los padres, el temor de Dios, valores centrales aquella familia patriarcal y de toda familia.  Resulta profundamente actual,  en una sociedad que margina con frecuencia a los mayores y en la que la vejez es un desvalor y una carga. “¡Qué grande es ser joven!”, era el eslogan del Corte Inglés hace unos años.

El Catecismo de la Iglesia Católica, citando este pasaje, recuerda a los hijos sus responsabilidades con los padres: la obediencia a los padres  cesa con la emancipación, pero no el respeto que les es debido que permanece para  siempre… En la medida que puedan, deben prestarles ayuda  material y moral en la vejez y en la enfermedad y en momentos de soledad o de abatimiento (CCE 2217-18).

San Pablo, en la 2ª lectura, Col 3,12-21,  presenta un programa de vida comunitaria y familiar: Su uniforme, que la identifica y diferencia de las demás, es la misericordia entrañable,  la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el perdón, la gratitud y alabanza, la unidad, la paz.

Pablo suele presentar, la relación de Cristo con la Iglesia, como paradigma del matrimonio cristiano y este como signo de la relación Cristo-Iglesia. Pero la relación asimétrica y de dependencia de la Iglesia respecto a Cristo no puede ser utilizada como modelo social de la relación hombre-mujer.

 Este programa de vida familiar y comunitaria no es nada fácil y solo puede realizarse con la ayuda de Dios, apoyados en la fe, la oración y la certeza de saberse amados por Dios. Los tres miembros de la Sagrada Familia aparecen, a lo largo del evangelio, como personas que se distinguen por su escucha de la Palabra. 

El Evangelio de hoy pone  de  relieve que Jesús se  integra en la  tradición y en la cultura de Israel,  cumpliendo con los  requisitos de  la  Ley:  purificación  de  la  madre  y presentación del primogénito. (Simeón,  que significa “Dios ha escuchado”, simboliza la esperanza de todos los pueblos. Y anuncia a María su doloroso destino).  Presenta la infancia de Jesús, profundamente arraigado en su familia y en su pueblo. Será llamado “nazareno”  y en aquella aldea anónima de Galilea trascurrirá la mayor parte de su vida. En ella crece en edad y en gracia, en humanidad y en piedad. Me gusta pensar que su revelación del Abbá tiene mucho que ver con su experiencia de hijo de José y su evangelio del amor  lo vivió  primero- antes con sus padres en Nazaret.

La fiesta trata  también de recordar, junto al reconocimiento y apoyo a la familia, el anuncio evangélico de la primacía del Reino y de la subordinación de la familia al Reino:  “El que no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre,no puede ser mi discípulo” (Lc 14,26); “Sígueme y deja que los muertos entierren a los muertos” (Mt. 8,22); ”mi madre y mis hermanos son los que escuchan y cumplen la Palabra de Dios” (Lc. 8,19-21; 11,27-28). También Mc. 1,20; Mt 8,20;  Mc 1,16.

 Y nos recuerda,  finalmente, la llamada a hacer de toda la humanidad una sola familia de hijos de Dios.   Dios tiene un gran proyecto: construir en el mundo una gran familia humana. Atraído por este proyecto, Jesús se dedica enteramente a que todos sientan a Dios como Padre y todos aprendan a vivir como hermanos. Este es el camino que conduce a la salvación del género humano.

El Magisterio reciente de la Iglesia católica ha  explicitado y profundizado  la “buena noticia de Jesús para el matrimonio y la familia”. Pone de relieve la  verdad y belleza de la familia, como “íntima comunidad de vida y amor, sobre la alianza de los cónyuges” (Vat. II, LG 48), fundada en un amor único y exclusivo, fiel y fecundo.  Ve en ella una especie de “iglesia doméstica” (Vat. II,  LG 11),  la primera y más pequeña comunidad cristiana. Por otra parte, la familia, igual que la Iglesia, debe ser un  espacio donde el evangelio es trasmitido  y desde donde este se irradia” (Pablo VI, EN 71). 

El Papa Francisco resalta en AL la misericordia para con las familias heridas y frágiles. Desde ella, analiza  algunas situaciones dolorosas: la falta de trabajo para muchos, las rupturas de la convivencia entre las parejas, las distancias entre padres e hijos, los hijos rechazados y no amados suficientemente y situaciones especiales, a las que hoy se enfrenta mucha familias.

Hoy podemos decir al Señor: Bendícenos, Señor, bendice nuestras familias, bendice el amor de todas las familias del mundo, bendice a la gran familia humana.