Dom
27
Dic
2020

Homilía La Sagrada Familia

El niño iba creciendo y la gracia de Dios estaba con él

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

La familia, reflejo del amor de Dios a los hombres

La verdadera familia, especialmente la familia cristiana, se debe basar en el amor. Un amor que manifiesta la relación de Dios con los hombres, y de los hombres con Dios. Esta es la base de este pasaje del libro del Eclesiástico, en el que acentúa la importancia de los padres/madres en la familia, y especialmente el respeto de los hijos hacia ellos, como reflejo del amor de Dios a los hombres.

Sin embargo, ese amor, ese respeto ha de ser entre todos los miembros de la familia: tanto de los hijos hacia sus padres, como de los padres hacia sus hijos… y de los padres entre ellos. Solo así seremos verdaderos reflejos del Amor de Dios en el mundo.

La familia, comunidad de Amor

Una familia es una comunidad de personas que viven el amor de Dios dentro de sus relaciones mutuas y en las relaciones con los demás. Pero… ¿cómo deben ser esas relaciones? ¿cómo deben ser esas relaciones en el seno de la vida cristiana?

San Pablo en este texto da respuesta a esos interrogantes, nos ofrece un programa perfecto de comunidad, que nosotros podemos aplicar a la familia: comprensión, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, perdón, agradecimiento, paz… Todas estas actitudes son la base de una vida en familia cristiana. Todas estas actitudes se pueden resumir en una única palabra: AMOR.

El amor es el vínculo de la unidad perfecta. Como el propio Pablo dice: “el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada”.

La base de una familia está, realmente, en el amor de todos sus miembros, entre ellos y hacia los demás. Pero en una familia cristiana ese amor no es un amor cualquiera, sino el reflejo del Amor de Dios. Para ofrecer ese Amor de Dios es necesario vivirlo, experimentarlo… y eso solo se puede hacer a través de nuestra relación con Dios, a través de la oración, oración personal y en familia; a través de interiorizar la palabra de Dios en nuestras vidas; a través del agradecimiento sincero por todo lo que nos regala Dios todos los días, especialmente por nuestros familiares y amigos, a los que debemos amar y por los que debemos dar gracias a Dios en cada momento.

El amor, la oración, el agradecimiento… son la base de una familia que quiere manifestar en el mundo el verdadero Amor de Dios a los hombres.

La familia, escuela de vida y amor

Pocos son los pasajes del Evangelio que nos presentan la infancia de Jesús. Este es uno de esos pocos, y realmente muy relevante. No solo nos presenta un momento de su infancia, sino que se reflejan en él dos realidades importantes: la naturaleza divina de Jesús, y la vida religiosa de la Sagrada Familia.

San Lucas nos presenta a una familia creyente, que cumple con lo que Dios ha mandado, son por tanto fieles a su religión, fieles a su fe…, y en ese momento se encuentran con Simeón y Ana, dos profetas de este tiempo, fieles también a los mandatos que Dios dio a su pueblo a través de Moisés.

Simeón y Ana reconocen en ese Niño al Mesías esperado. Los dos son hombres de Dios que dedican su vida al templo. Hombres y mujeres de oración y servicio, esto es lo que les abre los ojos para poder ver y reconocer la divinidad de Jesús, la presencia real y física de Dios en el pueblo de Israel.

¿Cómo podemos llevar este mensaje a nuestras vidas, a nuestras familias?

Un elemento central en la vida de una familia cristiana es la vivencia de los sacramentos como regalos que Dios nos ha hecho para creer y fortalecer nuestra fe; para crecer y fortalecer nuestra vida de familia.

Una labor importante de los padres es esa transmisión de la fe, y solo se puede hacer mediante la vida, viviendo en familia los sacramentos. Por eso es necesario que los padres acompañemos a nuestros hijos en ese crecimiento religioso personal, especialmente acompañándolos en el proceso de catequesis, y hacerles ver que esto es importante para el Señor, que cada uno de ellos, de nosotros, somos importantes para Dios. La familia debe ser la que transmita a sus hijos que la Eucaristía se vive en nuestros hogares, no como una imposición sino como el momento de la semana o del día en que estamos unidos a Dios y recibimos la Palabra y el alimento espiritual, pero, especialmente, que todo esto que recibimos se tiene que vivir en el día a día, en casa y en cualquier lugar en el que estemos, siendo reflejo de lo que vivimos en la eucaristía, siendo reflejo del Amor de Dios. La familia debe, con la vivencia de la eucaristía reflejo de ese programa de comunidad que hemos visto en la segunda lectura: programa de vida basado en el AMOR, amor que mana de la relación de Dios con los hombres a través de los sacramentos vividos en familia.

La familia debe ser también escuela de vida y de visión del mundo. Debemos enseñar a nuestros hijos a reconocer a Jesús, como Simón y Ana, en las personas que nos rodean, en todos aquellos que nos encontramos cada día, y de forma especial, aquellos que más nos necesitan. Los padres tenemos la obligación de enseñar a los hijos a vivir el amor de Dios en los demás; a valorar la vida por todo aquello que podemos dar, más que recibir; a entregarnos gratuitamente para crear en el mundo una comunidad de amor que manifieste el verdadero AMOR por el mundo.