Dom
24
Jul
2016

Homilía XVII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

Pedid y se os dará

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Oración humilde y sencilla

Hay personas que en la oración buscan elevarse tanto a los bienes de arriba y adentrase en altas consideraciones y meditaciones místicas que olvidan los hechos ordinarios de la vida diaria como si lo esencial de la oración fuese descubrir nuevos misterios o aspectos insólitos de los misterios cristianos. Encontramos personas que se muestran felices y dichosas después de un momento de oración porque en él han disfrutado de una experiencia mística especial que nunca habían sentido antes. Estas personas se asemejan a ciertos agentes de pastoral o monitores litúrgicos que al encargarles redactar unas peticiones para la Oración de los Fieles buscan llamar la atención con peticiones de alta teología que con frecuencia son poco inteligibles y que le quitan la espontaneidad y frescor propios de una oración sincera.

Un ejemplo de la sencillez y espontaneidad de la verdadera oración lo encontramos en la Primera Lectura de la Misa de hoy cuando Abraham se dirige una y otra vez a Dios en favor de las ciudades de Sodoma y Gomorra, que Dios está dispuesto a destruir, y le repite varias veces una súplica que bien parecería pronunciada por un niño: “No se enfade mi Señor, si sigo hablando”…, “perdón, si me he atrevido a hablar a mi Señor”. Y es que la oración requiere por sí misma una actitud humilde y sencilla en el orante. Eso mismo quiso significar Jesús cuando nos enseña a orar comenzando la oración invocando a “Dios” como “Padre nuestro”, “Papaíto nuestro”, a cualquier hora del día o de la noche.

  • Encuentro con Dios y diálogo filial

La oración cristiana es ante todo y sobre todo una “comunicación personal” con Dios, como hablan dos amigos de sus cosas o un hijo con su padre o madre de los asuntos familiares. La Biblia relata así los primeros encuentros de Moisés con Dios: “Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo (Ex 33,11).

Para entenderlo mejor pensemos que, dada la condición de creyentes que responden y aceptan la “Palabra” de Dios, nuestra oración se inscribe esencialmente en el tipo de relaciones del hombre con la “Palabra”, ya se trate de Dios o de Jesucristo, “Palabra encarnada”. Estas relaciones se realizarán de muy diversa: de “conversación”, de “comunicación”, de “encuentro” o de “diálogo” con dicha “Palabra”, según los casos.

Desde este punto de vista la oración cristiana supone “comunión” de pensamientos, intereses y objetivos de vida, entre Dios y el hombre. Lo cual implica a su vez “intimidad”, confianza, abrir el corazón y coincidencia en las “aspiraciones” primordiales del orante con Dios. Al enseñarnos a orar con el “Padrenuestro”, Jesús ha señalado este aspecto de la oración al mencionarnos como súplicas: “santificado sea tu nombre” y “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. El orante trata de entrar en la mente y en el corazón de Dios al comunicarse con Él. Y es que la oración cristiana es siempre una comunión con la forma de ser y de vivir Dios el “Amor”, es decir, con lo que Dios quiere y tiene preparado para nosotros en la historia personal de salvación… En suma, la oración cristiana es de alguna manera un “abrazo con Dios” o un “darle la mano” en señal de “acuerdo” con Él.

  • Oraciones de petición

Entre las clases de oración señaladas anteriormente, además de la “oración mental” en sus distintas formas de practicarla apuntamos la oración vocal de “petición”, que suele ser la que con más frecuencia se practica y, por desgracia, más a la ligera. Abundan las personas que rezan mucho y oran poco.

La oración, como acabamos de comentar es un “diálogo” personal entre el orante y Dios. La “palabra” de Dios y la “palabra” del hombre se encuentran y funden en un mismo acto: “dios habla” y el “hombre escucha y suplica”. Lógicamente, para que la súplica del orante sea un verdadero “diálogo” tendrá que situarse en el mismo plano de lo que Dios dice y quiere. Sólo así se producirá un verdadero diálogo. Las oraciones hechas a base de muchos rezos pronunciados o leídos de carretilla no pueden ser consideradas como oración cristiana en el pleno sentido de la palabra.

Por otra parte, esta clase oración será siempre “una palabra humana” dirigida a Dios exponiéndole una necesidad o un deseo para que Él responda con su “palabra divina” salvadora ofreciendo “luz” o la “clave de solución” para el problema que se le haya planteado. En este sentido, pues, la oración de petición no ha de caer en una especie de “cerrazón” y “egoísmo” por parte del que suplica que solicita a Dios una solución concreta y premeditada con anterioridad, “el milagrito”.

La verdadera oración cristiana se dirige a Dios dejando la puerta abierta a la solución que Él considere mejor, como hacemos cuando acudimos al médico. En el diálogo que entablamos con él, después de explicarle lo que nos duele, nos abrimos a poner en práctica la prescripción médica que el facultativo nos ofrece. El “orante”, con su palabra, le expone a Dios lo que siente, necesita y está viviendo, y Dios, mediante su “Palabra”, “Palabra eterna y Oráculo perpetuo”, “responde” a los hombres que se dirigen a Él y le “escuchan”.

  • Dios ora en nosotros

Otro detalle de la oración cristiana que ha de tenerse en cuenta es que quien impulsa y dirige la oración no somos nosotros sino el mismo Dios por la acción del Espíritu Santo que habita en el corazón del hombre. Escribe san Pablo a los Romanos: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios” (Rom 8, 26-27).

Sobre este particular leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica, (nn.2560-62). La maravilla de la oración se revela precisamente junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua. Allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El (San Agustín, cuestión 64, 4).

Por lo demás es necesario orar siempre, sin desanimarse. No podemos contentarnos con orar algunas veces, cuando una persona tiene ganas. No, Jesús dice que se necesita orar siempre, sin desanimarse, con la perseverancia que expresa una confianza que no se rinde ni se apaga. Jesús, en Getsemaní, enseña que hemos de orar confiándolo todo al corazón del Padre, sin pretender que Dios se amolde a nuestras exigencias, modos o tiempos. Esto puede provocar cansancio o desánimo. Pero si, como Jesús, confiamos todo a la voluntad del Padre, el objeto de nuestra oración pasará a un segundo plano, y aparecerá lo verdaderamente importante: nuestra relación con Él. En definitiva, éste es el efecto y fruto de la oración, transformar el deseo del orante y modelarlo según la voluntad de Dios, aspirando a la unión con Él, siempre dispuesto al encuentro con sus hijos lleno de amor misericordioso.