Dom
2
Jun
2019

Homilía VII Domingo de Pascua

Año litúrgico 2018 - 2019 - (Ciclo C)

Mientras los bendecía, se separó de ellos

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

“Seréis mis testigos hasta los confines del mundo”

Todo tiempo es poco para que nuestras experiencias de fe se vean fortalecidas. Debemos aprovechar esos momentos intensos de la experiencia de fe (personales y comunitarios) para pertrecharnos en vistas a la misión que como seguidores de Jesús tenemos.

Nos movemos en una sociedad en que la fe que decimos profesar es más sociológica que experiencial. Más de conceptos aprendidos cognitivamente que fruto de sensaciones sentidas, de experiencias vitales y fundantes.

Asumir las circunstancias que llevan nuestra vida al fracaso, no es fácil. Permanecer en la experiencia de vida que ha sido rechazada y condenada (movimiento en torno a Jesús tras su muerte) es difícil. Generalmente las personas huimos tras los fracasos. Por eso es importante atender la invitación que el Resucitado les hace a los discípulos a “no alejarse de Jerusalén”, permanecer en el lugar del fracaso y de la muerte para poder ser testigos de la fuerza salvadora de Dios, que resucitó a Jesús y lo sentó junto a Él.

Los cuarenta días que el Resucitado comparte con los Apóstoles, es una fórmula pedagógica que nos invita a aprovechar esos momentos íntimos donde sentimos la presencia del Señor entre nosotros (su Espíritu que nos ha sido dado), es un tiempo experiencial que nos trasciende, y que nos ha sido dado por pura Gracia (“dentro de pocos días seréis bautizados con espíritu Santo”). Es necesaria la experiencia comunitaria (“Una vez que comían juntos les dijo”). Es en comunidad donde el Señor se hace presente y donde la Iglesia que participa de la historia de la humanidad, hace presente al Resucitado en sus hechos (acciones que transforman el mundo conforme al proyecto de Dios) y en sus palabras.

El estilo de vida fraterna de la comunidad cristiana es el aval ético para que el anuncio sea efectivo. No podemos anunciar al Resucitado si no es desde la congruencia de nuestras vidas, personal y comunitaria. Y esto es posible porque el Espíritu se nos ha dado.

El reinado de Dios no se identifica con ningún modelo humano, trasciende todo modelo político, lo humaniza y lo transforma conforme al modelo que Dios tiene de la Nueva Humanidad. La Buena Noticia es vivida y sentida en la Comunidad y ésta es testigo experiencial de que el modelo del Reino es posible, un modelo que trasciende fronteras, culturas, razas…

Este modelo de fe experiencial, que no simplemente conceptual, no puede reservarse para ser vivida por unos pocos privilegiados (la comunidad cristiana), tiene la misión llegar “hasta los confines del mundo”, o sea, a toda persona. Por eso no podemos quedarnos mirando al cielo, regocijándonos de la experiencia, sino que tenemos que cumplir el mandato del Señor que nos lanza al mundo para ser testigos suyos. Así nos dirá el Papa Francisco: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!” Evangelii gaudium 24.

“Os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo”

Para anunciar al Resucitado debemos pedir la gracia y la sabiduría del Espíritu (tal como San Pablo la pide a Dios para la comunidad de Éfeso), de lo contrario, utilizaremos palabras bonitas, de tal o cual autor, pero no pasadas por la experiencia personal y refrendadas por la comunidad. De ello habla ampliamente San Alberto Magno a los predicadores, censurando su acción, pues utilizan palabras que no han pasado por el molino de la experiencia y de la inteligencia. De igual manera habla San Agustín cuando comenzó a ser verdadero predicador, pues comprendió lo retórico que había sido y el tiempo que había perdido antes de la conversión (experiencia) a la Verdad.

Mirar con los ojos del corazón nos habilita para vivir con esperanza, pues desde nuestro centro, sentiremos la fuerza del Espíritu que nos llama a participar de la vida nueva en Cristo y ser miembros de la Humanidad Nueva.

Pero para ser testigos del Evangelio no hace falta ser moralmente perfecto. El testigo es aquél que “ha visto y oído”, que ha experimentado la fuerza salvadora del Evangelio, y es esa potencia la que nos redime de nuestras debilidades y nos lanza hacia adelante a participar de una vida nueva que viviremos plenamente junto al Señor Resucitado.

“Levantando las manos los bendijo”

El Señor Resucitado y sentado junto al Padre no nos dejó huérfanos, nos dio su Espíritu (“hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”). Su mejor bendición fue darnos su Espíritu, su fuerza para fortalecernos en la misión. Esa fuerza reside, por pura Gracia, en cada persona, consciente o no de ello. Pastoralmente debiéramos propiciar que esa fuerza sea descubierta y experienciada por las personas que hemos sido enviadas.

El verdadero anuncio pasa por que la Iglesia se vaya constituyendo en comunidades de fe y de vida donde se propicie una profunda experiencia de fe, con una honda experiencia de Dios y un recio compromiso misionero.

Su bendición ya la tenemos.