Dom
19
Nov
2017

Homilía XXXIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Eres un empleado fiel y cumplidor

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Desterrar el miedo

En un primer momento, nos vamos a centrar en el tercer empleado de la parábola de este domingo. Cuando su señor le pidió cuentas del talento recibido, se defendió con la disculpa del miedo. Tenía miedo de su señor porque era exigente, severo y, al parecer, un tanto injusto porque quiere “segar y recoger donde no ha sembrado”.

Desde luego, el señor de esta parábola no se parece en nada a Cristo Jesús, nuestro Maestro y Señor. Vemos que son muy distintos. Nunca podemos tener miedo a Jesús sus seguidores.

  • Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que ha sido capaz hasta de lavarnos los pies.
  • Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que sigue siendo capaz en cada eucaristía de entregarnos su persona, hecha alimento, para caminar con fuerza e ilusión por las, a veces, empinadas cuestas de nuestra vida. “Tomad y comed esto es mi cuerpo. Tomad y bebed esta es mi sangre”.
  • Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que cada día nos sigue ofreciendo eso que tanto nos gusta a los hombres que es la amistad. “A vosotros os llamo amigos”.
  • Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que nunca nos dejará huérfanos, que, si le dejamos, se adentra en nuestro corazón, y allí mora, y desde allí nos anima, nos fortalece, nos guía, nos consuela. Por eso, nos exhorta san Pablo: “¿No lográis descubrir a Cristo en vosotros”? “Ya no soy yo quien vive es Cristo quien vive en mí”. 
  • Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que cuando le damos la espalda y le negamos como Pedro, vuelve a salir a nuestro encuentro para perdonarnos y preguntarnos “Pedro, ¿me amas?
  • Cómo vamos a tenerle miedo, si sabemos que cuando nos llegue “el día y la hora” nos ha prometido que saldrá a nuestro encuentro, para recibirnos con los brazos abiertos e invitarnos al banquete de su Reino: “Venid, benditos de mi Padre, a disfrutar del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.

Por  todo lo dicho, hemos de desterrar para siempre el miedo ante Cristo Jesús y ante Dios nuestro Padre. La confianza y el amor es lo que debe reinar ante ellos.    

Desterrar la vagancia

Jesús, en esta parábola, también nos pide que no seamos holgazanes. “Negociad mientras vuelvo”. Nos pide que trabajemos con los talentos recibidos. Todos y cada uno de nosotros, además de los talentos naturales que nos han sido dados, hemos recibido una inmensa fortuna, un gran talento, llamado Jesús de Nazaret. Es el gran regalo que Dios Padre ha hecho a toda la humanidad y a cada uno de nosotros. Desde luego, lo que no podemos hacer es enterrar a Jesús, como hizo el tercer empleado con su talento.

Porque con Él nos han llovido más talentos y más regalos. Cristo nos ha regalado su palabra, su luz, nos ha indicado dónde tenemos que poner el acento en la vida y en dónde no, qué cosas son las que llenan nuestro corazón para que las vivamos y qué cosas le dejan vacío y helado para que las rechacemos.

Jesús también nos habla de cómo debemos invertir nuestra vida, nuestra persona para hacerla rentable, pero no para hacerla rentable en dinero, sino para hacerla rentable en alegría, en satisfacción, en esperanza, en ilusión, en felicidad…

Y nos los dice principalmente a través del testimonio de su vida. Por eso, nos debemos preguntar en qué invirtió Jesús su vida. La invirtió en el amor, el talento de más valor que tenemos los humanos. Invirtió su vida en amarnos a nosotros, para asegurarnos que es la única manera de hacer rentable nuestra vida. Por eso, rompiendo todos los esquemas económicos de los bancos de cualquier época, nos certificó que la mejor manera de ganar la vida es perdiéndola. En la lógica de Jesús, en la lógica del amor, el que gana pierde y el que pierde gana. Eso es el amor y eso fue lo que hizo Jesús: entregó su vida en favor nuestro. Nos amó hasta el extremo.

La lección de la parábola es bien sencilla: No tengamos nunca miedo a los que nos aman, a Jesús y a nuestro Padre Dios; y no seamos holgazanes, invirtamos nuestra vida en el amor, amando a Dios y a nuestros hermanos y hermanas, la única manera de sacar rendimiento a nuestra existencia.