Dom
15
Abr
2012

Homilía II Domingo de Pascua

Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)

Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Nuestros encuentros

Nuestra vida está hecha de encuentros. Unos los buscamos, con frecuencia tienen detrás causas diversas: el trabajo, la amistad, los lazos familiares… Pero no siempre nuestros encuentros los buscamos ni los programamos. Con frecuencia son esos encuentros inesperados los que nos dejan más profunda huella, quizás por la sorpresa, quizás por lo gratuito. Cada encuentro nos deja una huella, de modo que nuestra vida se va viendo afectada por ellos, hasta tal punto que lo que somos es fruto de los encuentros personales que hemos tenido

  • El encuentro con el resucitado

La experiencia pascual es la experiencia del encuentro con el resucitado, un encuentro que cambia radicalmente la vida de los que habían vivido con Él. De alguna forma, los primeros discípulos experimentaron que Jesús estaba vivo, que aquél a quienes los poderes de este mundo habían ajusticiado, había sido resucitado por Dios. Y esa experiencia cambió sus vidas y la de los creyentes de todos los tiempos.

Juan nos relata en el texto de hoy esa experiencia de encuentro de los discípulos con el resucitado, subrayando los efectos que ese encuentro produce en aquellos que estaban “encerrados por miedo a los judíos”:

  • Pasan del temor a la valentía, que les permitirá a partir de ese momento ser testigos sin temor a la persecución o la muerte.
  • Descubren que la paz es la señal de la presencia del resucitado.
  • Vivencian la alegría como fruto de esa presencia.
  • Se sienten enviados a dar continuidad a la misión de Jesús
  • Acogen el Espíritu Santo que Jesús les invita a recibir y que les da poder para testimoniar.

A partir de ese momento la persona de los díscipulos queda afectada radicalmente y su identidad ahora es la de testigos. Son lo que son gracias al encuentro con el resucitado.

  • A pesar de la incredulidad

No se le escapa al evangelista la incredulidad de Tomás, de tantos de nosotros tantas veces, para creer a los discípulos. En el fondo todo necesitamos “ver” para creer. Nada sustituye a nuestra experiencia personal. También el Señor resucitado conoce nuestra necesidad y, como a Tomás, siempre nos sale al encuentro, a cada uno, a sabiendas de que nada puede sustituir la experiencia personal. Creemos sí, apoyados en la fe de los testigos, pero también nos es dado experimentar el encuentro de modo personal. Nos es dada la gracia del encuentro, que por gratuito y sorpresivo, no puede ser neutralizado por nuestra débil fe.

  • La comunidad

La comunidad cristiana, desde el comienzo de su historia, nace del encuentro con el resucitado, así lo afirman los hechos de los Apóstoles. Quienes se habían encontrado con el resucitado, transformados por esa experiencia, viven de una manera nueva: “todos pensaban y sentían lo mismo”. El encuentro con Jesús les había cambiado los ejes vitales, ahora están convencidos de que Dios tiene la última palabra y de que la victoria frente al mundo, como afirma la carta de Juan, es de aquellos que creen en Jesús, que le reconocen vivo y tratan de vivir como Él, amando sin límites. Esa es la fuente de su unidad.

Esa unidad se expresa, tal como narran los Hechos de los Apóstoles, en una fraternidad que atiende solícita a las necesidades de todos. Y esa manera de vivir, en sí misma, se vuelve también testimonio a los ojos de los demás: “todos eran muy bien vistos”.

  • Hay encuentros.. y encuentros

Cuando cada día salimos a los caminos de la vida, los cristianos lo hacemos sabiendo que nos saldrá al encuentro Jesús resucitado, que sigue estando con nosotros hasta el final de los tiempos. Reconoceremos su presencia en todas las realidades humanas que nos dejan paz profunda, en las situaciones en que, ya sean fáciles o difíciles, experimentamos la alegría y el amor, los encuentros humanos en que renace la esperanza más honda, la que está anclada en esta victoria de Dios sobre el mal y la muerte, en la certeza de que Jesús vive.

Es este encuentro con Jesús resucitado el que nos configura como creyentes, es el encuentro que nos da la identidad más profunda, el sentido último de nuestra existencia. Toca estar atentos para que sepamos reconocer sus huellas, escuchar su saludo de paz, reconocernos enviados y acoger su Espíritu, no sea que, como tantas veces en la vida, pasemos de largo, sin ver.

Y no caminaremos solos, lo hacemos con la nube de testigos de Jesús resucitado, con los que hacemos realidad un mundo más fraterno, donde a nadie falte lo necesario para vivir, donde cada uno de nuestros hermanos y hermanas sean tratados con igual dignidad. Ahí veremos al resucitado.