Dom
12
Ago
2018

Homilía XIX Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)

El que cree tiene vida eterna

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

A veces nos visita el conflicto

Y no podemos hacer nada por evitarlo. Forma parte de la condición humana, y en mayor o menor medida nos afecta. Hay conflictos de todo tipo y de distintos grados; los que nos tocan individualmente, y los que se mueven a escala internacional. El profeta Elías, perseguido por la reina Jezabel tras defender la fe monoteísta de Israel, huye al Horeb, el monte del encuentro con Dios. Jesús, experto en conflictos a lo largo de todo el Evangelio, se ve confrontado ahora por los judíos a los que acaba de alimentar y que no entienden el sentido del signo realizado. Quizás, lo cómodo sería escapar de esas realidades que cuestionan, duelen y traen sufrimiento. Pero lo más humano, lo evangélico, es servirse de ellas para crecer, acogerlas como una oportunidad. Utilizar el diálogo y la escucha, la palabra y hasta la fe, para atravesarlas con confianza. Tenemos en lo humano herramientas para superar las dificultades de forma victoriosa. Tal vez el primer paso sea quitarnos el miedo, confiar en el poder de la palabra y en la bondad intrínseca de todas las personas.

Cuando el conflicto se convierte en problema

Suele ser lo más habitual. En los contextos cercanos hay dificultades no resueltas o enquistadas que terminan en fracaso. Sucede a nivel comunitario o familiar, e incluso en los ámbitos políticos o de relaciones institucionales. Cuando las sospechas son mayores que la confianza, o los intereses ocultos que la necesidad del diálogo, nos enfrentamos con problemas complejos. Hay actitudes que dinamitan las vías del encuentro y frenan las posibilidades de seguir caminando. Parar es una tentación, tirarlo todo por la borda: es lo que vive Elías cuando ve mermadas sus fuerzas. Y lo es vivir cerrado a la novedad del otro, a lo que puede aportar más allá de los prejuicios: lo experimentan los judíos, que encasillan a Jesús, pues “conocen a su padre y a su madre” (Jn 6,42). Es tentador, a la vez que habitual, vivir sin hambre, sin un deseo profundo de algo más, sin una puerta abierta que culmine en la fe, en la experiencia vital de Dios, o al menos aceptar esa realidad en el otro: los mismos judíos, presos de una religiosidad alejada de la vida, se cierran a la oferta de Jesús. Cuando falta la actitud de acogida y respeto, falla el encuentro.

Alimentarse y vivir lo eterno

En el Horeb, en medio de su desolación, Elías se sintió alimentado y recobró las fuerzas. Fue algo más que una torta cocida y un poco de agua. Quizás la ayuda de Dios por medio de su ángel. El Pan de la Eucaristía, prefigurado ya en aquella experiencia, ha sido fortaleza para multitud de personas a lo largo de la Historia. Y el alimento de la Palabra de Dios ha puesto en pie a generaciones de cristianos, que han reconocido en Jesús al verdadero Pan de Vida. La “comida rápida” no ha llegado solo a nuestras mesas, también amenaza a nuestra manera de vivir la fe. No nos vale cualquier alimento, sino aquel que la Iglesia reconoce en Jesús, ese que fortalece en el presente y se nos asegura como prenda de eternidad. Somos invitados a buscar lo que llena y da vida, un manjar de autenticidad y plenitud que denuncia nuestras frágiles búsquedas y los alimentos fugaces. En nuestro interior hay una sed de eternidad honda que solo en Jesús podemos colmar por completo.

Tener fe y seguir caminando

“Yo no tengo fe”, escuchamos con frecuencia en aquellos que no han estado en contacto con la experiencia cristiana, pero también en bautizados. ¿Dónde está el secreto? ¿Será que hay ausencia de deseo en la persona? ¿Que nos fallan las mediaciones necesarias para que se produzca el encuentro? Jesús define la fe como una atracción: “nadie viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6, 44) . La experiencia religiosa se asienta sobre un Dios atrayente y atractivo, siempre abierto al encuentro, que toca lo afectivo desde la seducción. Y esa experiencia de ser cautivados no es estática, sino que pone en marcha, invita a seguir caminando, a jugarse la vida por un proyecto. Una fe, una seducción, que se pide, se desea y se vive junto a otros.

Sed buenos

Es la invitación de Pablo a los efesios. Como el consejo que dan las madres de todos los tiempos a sus hijos, la llave que abre la puerta de la felicidad. La bondad “a imitación de Dios” (Ef 5,1) es actitud para resolver conflictos (no por rendirse, sino por seguir intentándolo con confianza), pero también es vía de acceso al encuentro con Dios, a la experiencia de la fe. “Ser buenos” -que no es meta, sino inicio- es una manera de pasar por la vida disfrutando del encuentro, comprometiéndose con la realidad, entrando en la sintonía de Dios. Él, todo Bueno, llevará a plenitud los actos de bondad del ser humano