Jue
9
Jun
2022
Que el amor que me tenías esté en ellos

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 6, 1-4.8

En el año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a otro diciendo:
«Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
«¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?».
Contesté: «Aquí estoy, mándame».

Salmo de hoy

Salmo 22, 2-3. 5. 6 R. El Señor es mi pastor, nada me falta.

En verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 17, 1-2.9. 14-26

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos.
Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Constituiste a tu Hijo único sumo y eterno Sacerdote

La oración colecta de este día, jueves siguiente a Pentecostés, nos sitúa ante la figura sacerdotal de Jesucristo. Dos cosas se afirman en ella: “para gloria tuya”, de Dios que lo constituyo. “Salvación del género humano”. Todo lo que Dios realiza fuera de sí mismo, tiene como objetivo la salvación de la humanidad. De todas y cada una de las personas y en esto se manifiesta su gloria. Un Sacerdocio único que supera el sacerdocio de la Antigua Alianza. Bien se encarga el autor de la carta a los Hebreos de resaltarlo. Pues bien, de ese sacerdocio participamos todos los bautizados, cada uno conforme a la vocación recibida.  Tanto el sacerdocio común del Pueblo de Dios, como el conferido a los que, por el Sacramento del Orden, se les confía la dispensación de los Misterios Santos, todos participan del Sacerdocio de Cristo.

Aquí estoy, mándame

Isaías nos presenta a Dios que pregunta: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros? El profeta se muestra disponible. Aquí estoy, mándame. De muchas maneras habló Dios, antiguamente a nuestros padres. Ahora lo ha hecho por medio de su Hijo. Esta palabra es definitiva. Lo es por lo que comunica y realiza. Ya no hay otra que se pueda pronunciar. Lo es por lo que enseña, propone y sostiene. Y aquí es donde entramos nosotros: somos enseñados por él al tiempo que está junto a nosotros para sostenernos en la misión.

El Señor es mi pastor, nada me falta

Una y otra vez, repetimos esta respuesta en el salmo. No está demás considerarlo como parte de la función sacerdotal que Jesús inaugura. El sacrificio eterno, único, ofrecido por él, donde es al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar, recoge lo que ha sido la ofrenda de sí mismo, desde el instante mismo en que responde: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. El pastor bueno da la vida por sus ovejas, hemos escuchado en el contexto pascual. Y en su dedicación pastoral, va dando la vida hasta que, subido en la cruz, su mirada alcanza a todos los dispersos y los reúne. Por descubrirte mejor, cuando balabas perdida, en un árbol entregó su vida. Es la mejor lección y el don definitivo que entrega a cada ser humano.

El amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos

Vivir para la hora establecida por el Padre. No adelantar ni atrasar nada, sino realizarlo todo en plena sintonía con la voluntad del Padre. En días pasados, un lector asiduo de los comentarios que se ofrecen en este medio me decía: es bueno que pongan ejemplos. Me hizo recordar a San Vicente Ferrer que señalaba a un amigo suyo: cuando prediques, pon ejemplos para que los que te escuchan se puedan identificar con alguno de ellos.

Los versículos del capítulo 17 del evangelio de San Juan, nos presentan a Jesús, antes de comenzar su Pasión, elevando una oración en favor de los que tiene a su lado: Te ruego por ellos..., por estos que tú me diste.  Con todas sus debilidades, los conoce bien, por eso los tiene presentes en ese momento, porque están expuestos a una dura prueba y la flaqueza humana, precisa de este auxilio. Considero que así ruega por nosotros. Conoce nuestras debilidades y la buena voluntad que tenemos. También nuestros miedos cuando todo se complica. La vida humana es complicada. Somos conscientes de ello. No hace falta señalarlo a cada uno, sino invitar a reconocerse débiles y necesitados de este auxilio que Jesús ofrece y buscarlo.

Nos ha dado su palabra. Una palabra comunicadora de vida, de aliento, rica en enseñanza y poderosa para sostener a quien la recibe. No olvidemos que la promesa del Espíritu, permite a los que le reciben, recordar sus enseñanzas y avanzar en el conocimiento de lo enseñando. Usa tu memoria y tu entendimiento. Recuerda lo que él te ha enseñado y profundiza aplicando tu entendimiento. Verás entonces que tu voluntad renovada por él se adhiere, naturalmente a la verdad conocida.

Esa tarea la tienes que hacer tú. Nadie puede hacerla por ti, porque solamente tú conoces lo íntimo de ti mismo. Recuerda: “Yo les he dado tu palabra”. Y en esa palabra había vida y esa vida es la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo.

“No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”.

Aquí estamos presentes nosotros, que hemos creído en el testimonio apostólico. No solamente hemos dicho que sí, sino que hemos sido introducidos en la unidad: ser unos como él y el Padre son uno. Ser perfectamente uno. Cultivar la unidad. Cuando hay tantos motivos y ocasiones de disensión, de desencuentro, de ruptura de la comunión, considerar que no hay mayor bien que la unidad que Jesús quería y que toca hacer posible, desde la comunión con él, a todos los que le siguen con un corazón renovado y una mente abierta.

¿Cómo resuena en mí esta oración de Jesús en la noche de su Pasión?