¿Con qué autoridad haces esto?

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico 51, 12-20

Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza.

Salmo de hoy

Salmo 18,8.9.10.11 R/. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón

La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante. R.

Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R.

La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R.

Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila. R.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 11,27-33

En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron:
«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?».
Jesús les respondió:
«Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme».
Se pusieron a deliberar:
«Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le habéis creído?" Pero como digamos que es de los hombres ... ».
(Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta).
Y respondieron a Jesús:
«No sabemos».
Jesús les replicó:
«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

El tesoro gratificante de la sabiduría bíblica

Al terminar el libro del Eclesiástico, de nuevo el autor proclama su amor por la sabiduría y su afanosa búsqueda de la misma desde su juventud. La cultivó en las escuelas y en la oración y la maduró con sus viajes. Las fuentes de esa sabiduría fueron: la enseñanza de los maestros, la experiencia personal y sobre todo el don de Dios, cuyo nombre bendice por habérsela proporcionado. Disfrutó con ella y declara que no la abandonará jamás. Pero advierte que no basta con saber, sino que hay que practicar esa sabiduría.

Tan entusiasmado está con la sabiduría, que hace, en el salmo, un exultante elogio de la ley (cuyo cumplimiento es el que nos hace sabios): “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma”. Si recordamos el salmo 118 –el más largo de todo el salterio-, constataremos la estima en que se tiene a la ley en la antigua alianza. La razón está en que, en ese contexto, la ley no es una normativa pesada ni una imposición autoritaria o arbitraria del legislador; la ley es el símbolo tangible de la alianza de Dios con su pueblo, el testimonio de su cercanía y de su amor en toda circunstancia.

Nosotros hablaríamos más bien de la voluntad de Dios o de sus designios salvíficos para con nosotros. ¿Disfrutamos también al cumplirlos? ¿Nos sentimos íntimamente unidos a Dios cuando tratamos de hacer su voluntad y buscamos con diligencia su rostro paternal y misericordioso?

La sabiduría de Jesús frente a las asechanzas de su entorno

Una vez más, los dirigentes del pueblo se acercan a Jesús para ponerlo a prueba con una pregunta insidiosa. Han comprobado que la gente se va detrás de él y se les escapa a ellos de las manos. ¿De dónde le vendrá ese atractivo que la gente encuentra en su palabra? ¿Quién le habrá dado esa autoridad que parece tener sobre las multitudes, sin que aparentemente nadie le haya revestido de ella? Y se lo preguntan descaradamente a él mismo, no tanto por una curiosidad comprensible, sino para ver si la respuesta que les dé puede comprometerlo y así encontrar un motivo para acusarlo y quitárselo de delante.

Pero Jesús ha demostrado en diversas ocasiones que no es fácil hacerle caer en la trampa. Él ve venir a sus adversarios y su réplica los desconcierta, sin necesidad de emplear ninguna argumentación complicada. Se limita a remitirlos a sus propias actitudes con otro enviado de Dios, Juan el Bautista. ¿Qué piensan de él? ¿Qué valor le dan a la misión que traía de parte de Dios? Ellos se ven acorralados y atrapados en su comportamiento con el profeta, y responden con una evasiva. No han podido resistir a la sabiduría del Maestro de Nazaret. Una sabiduría aprendida no sólo en el amplio conocimiento de las tradiciones judías y del corazón humano, sino sobre todo en la intimidad del trato asiduo con Dios.

¿Cómo reaccionamos nosotros ante los interrogantes que dirige el mundo a los cristianos? ¿A qué o a quién recurrimos para responder sensata y convincentemente a los problemas que nos plantea nuestra época, poco amiga de nuestra fe? ¿Dónde encontrar la sabiduría que nos permita hacer frente con serenidad y confianza a los desafíos de nuestro tiempo?