Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?

Primera lectura

Lectura del libro de Tobías 11, 5-18

En aquellos días, Ana estaba sentada, con la mirada puesta en el camino por donde debía volver su hijo. Cuando lo divisó de lejos, dijo al padre:
«Mira, ahí llega tu hijo con el hombre que lo acompañaba».
Rafael dijo a Tobías, antes de llegar a su padre:
«Estoy seguro de que tu padre recuperará la vista. Úntale los ojos con la hiel del pez; el remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se desprendan. Tu padre recobrará la vista y verá la luz».
Ana acudió corriendo y se abrazó al cuello de su hijo, mientras decía:
«Ya te he visto, hijo. Ya puedo morir».
Y rompió a llorar.
Tobit se levantó y, tropezando, atravesó la puerta del patio. Tobías corrió hasta él con la hiel del pez en la mano; le sopló en los ojos, lo tomó de la mano y le dijo:
«Ánimo, padre!».
Tomó el remedio y se lo aplicó. Luego, con ambas manos, le quitó como unas pielecillas de los ojos. Tobit se echó al cuello de su hijo y gritó entre lágrimas:
«Te veo, hijo, luz de mis ojos».
Y añadió:
«Bendito sea Dios y bendito sea su gran nombre; benditos todos sus santos ángeles.
Que su gran nombre nos proteja. Bendito por siempre todos los ángeles. Tras el castigo se ha apiadado, y ahora veo a mi hijo Tobías».
Tobías entró en casa lleno de gozo y alabando a Dios con voz potente. Después contó a su padre lo bien que le había ido en el viaje: traía el dinero y se había casado con Sara, la hija de Ragüel. Y agregó:
«Estará a punto de llegar, casi a la puerta de Nínive».
Tobit, alegre y alabando a Dios, salió hacia las puertas de Nínive, al encuentro de su nuera. La gente de Nínive quedaba estupefacta al verlo caminar con paso firme y sin ayuda de nadie. Él proclamaba ante ellos que Dios, en su misericordia, le había devuelto la vista.
Cuando se encontró con Sara, la mujer de su hijo, lea bendijo con estas palabras:
«¡Bienvenida seas, hija! Bendito sea tu Dios, que te ha traído a nuestra casa. Que él bendiga a tu padre, a mi hijo y a ti hija mía. Entra en esta tu casa con salud, bendición y alegría. Entra, hija».
Aquel fue un día de fiesta para todos los judíos de Nínive.

Salmo de hoy

Salmo 145 Alaba, alma mía, al Señor

Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista. R/.

Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R/.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 35-37

En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: "¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies." Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?". Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto.

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

¡Demos gracias a Dios!

De sobra es conocida la historia de Tobías y como, con la ayuda del Arcángel Rafael, devolvió la vista a su padre. Yo quiero incidir en algo que me parece fundamental: las muestras de gratitud que Tobit (padre de Tobías) da al señor por el doble hecho del regreso de su hijo después de un peligroso viaje y la recuperación de la vista. No duda en salir de su casa y proclamar que Dios ha obrado en su favor. Da gracias sin cesar y hace partícipe a todo el mundo de su alegría. Reconoce y manifiesta que el Señor ha sido generoso con él y su familia. Es emocionante leer este pasaje.

¿Y nosotros? ¿Somos agradecidos con Dios? ¿Somos agradecidos con los demás cuando nos hacen un favor? Desgraciadamente tenemos muy poca memoria a la hora de recordar el bien que nos hacen. Son muchas las ocasiones en las que nos olvidamos de dar las gracias a quien nos quiere bien y nos ayuda. Parece como si sintiéramos vergüenza de nuestra debilidad en un determinado momento y de haber tenido que recurrir a Dios (o a los hombres) para salir de un mal paso. Y nada hay más hermoso que la gratitud. Recordemos el pasaje del Evangelio en el que Jesús cura a diez leprosos y solo uno vuelve a darle las gracias y dar gloria a Dios (San Lucas 17, 11-19) Seamos como el padre de Tobías, como ese leproso curado, demos gracias a Dios todos los días por un nuevo amanecer, por las cosas que nos regala cada día, por su infinito amor por nosotros, por tantas cosas buenas que nos suceden. Dice un viejo refrán castellano: “Es de bien nacidos el ser agradecidos” Sepamos dar las gracias a Dios con la valentía de un corazón lleno de gratitud y amor. Sepamos reconocer nuestra debilidad y repitamos en nuestra oración personal los versos de Santa Teresa de Jesús “Quien a Dios tiene nada le falta”.

Cristo: Verdadero Dios y verdadero hombre

Por las distintas profecías los judíos sabían que el Mesías sería de la estirpe de David. Pero la idea que ellos tenían era terrenal, pensaban en un líder político, en un rey. Por eso Jesús les plantea esta cuestión: ¿Cómo va a ser (solamente) hijo de David si el mismo Rey David, inspirado por el Espíritu Santo, le llama “Señor”? Para los judíos “Señor” solo era Dios. En este pasaje Cristo está aludiendo a su doble naturaleza divina y humana, les está diciendo que el Mesías no es solo un caudillo, un jefe. El Mesías es el Hijo de Dios venido a salvar al  género humano más allá del pueblo de Israel. Es el que ha venido a vencer a la muerte, a abrir las puertas del cielo, a salvar nuestras almas, a transformar el mundo y a liberarnos de la esclavitud del pecado.

¿Quién es ese al que el mismo Rey David reconoce como hijo y a la vez le llama “Señor”? (Salmo 110) Es el Mesías que había de venir, su descendiente y a la vez Hijo de Dios. Los escribas y los fariseos entendían perfectamente las palabras de Jesús por eso su empeño en deshacerse de Él, en quitarle la vida. Para ellos era una blasfemia que alguien se atreviera a proclamarse hijo del Altísimo. Cristo nunca ocultó su naturaleza, su verdadera identidad. Y todo lo que dijo, todo lo que recogían las profecías antiguas, se cumplió en la mañana de la Resurrección. De nada sirvieron las traiciones, las persecuciones, los tormentos, la muerte: Jesús se desveló en toda su Gloria y con Él fuimos salvados todos.