Vie
29
Sep
2023
La gloria del Señor es grande

Primera lectura

Lectura de la profecía de Daniel 7,9-10.13-14

Miré y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó.

Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él. Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.

Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.

Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.

A él se le dio poder, honor y reino.

Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.

Su poder es un poder eterno, no cesará.

Su reino no acabará.

Salmo de hoy

Salmo 137,1-2a.2b-3.4-5.7c-8 R/. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario. R.

Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 1,47-51

En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».

Natanael le contesta:
«¿De qué me conoces?».

Jesús le responde:
«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».

Natanael respondió:
«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».

Jesús le contestó:
«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores».

Y le añadió:
«En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Vi que colocaban unos tronos

La contemplación de la gloria de Dios la encontramos descrita en distintos pasajes de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Es difícil apropiarse de las imágenes que son trasmitidas en ellas: fuego inextinguible en altísimas columnas, ancianos con cabellos tan blancos como sus vestiduras, de un blanco radiante, emisor de una luz cegadora; tronos y carros de oro, tan refulgentes, que parece desprenderse de ellos llamaradas de fuego. Así se describe el poder de Dios en una imagen que nos puede recordar a la de un gran guerrero que ha terminado su combate alcanzando la victoria total. De esta manera imaginamos el bien absoluto, poderoso, aniquilador de todo mal y del oscuro rastro que deja su profunda herida. Podríamos hablar de un poder cauterizador, como el del fuego, que cura enérgica y definitivamente.

La imagen no se agota con esta impactante Presencia pues entra en la escena descrita una “especie de hijo de hombre”, a decir del profeta Daniel, un personaje con aspecto humano al que se le conceden todos los honores de la victoria y el poder de reinar sobre el pueblo santo, límpido, iluminado por la gloria de Dios. Recordamos el cántico de liturgia de vísperas tomado de la Carta de San Pablo a los Colosenses, en el que escuchamos algo más de este Hijo de Hombre como imagen misma de Dios, Jesucristo como morada de la gloria de Dios en su plenitud.

La imagen de Dios es impresionante, demasiado potente para ser vista por ojos humanos. Con Jesús ha llegado hasta nosotros y hemos podido reconocerla y la hemos acogido con sencillez, como María acogió el mensaje del ángel Gabriel y lo guardó, custodiando en su corazón la grandeza de la gloria de Dios anunciada por boca de su mensajero.

Hoy, que celebramos la fiesta de los Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel, nos unimos a ella en el recitado del Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor» y transitamos hacia la celestial escena que nos describe Jesús en el siguiente pasaje del evangelio de San Juan.

Antes, te vi

En el breve evangelio de este viernes, escuchamos a Natanael confesar que Jesús era Hijo de Dios y Rey de Israel. Jesús describe a Natanael detalles de la escena que acabamos de leer en la Profecía de Daniel, en esta ocasión, con ángeles que danzan sobre el Hijo. El subir y bajar de los ángeles de Dios nos permite establecer conexión con el cielo, una comunicación que es, ante todo, escucha, porque Dios tiene algo que decirnos a cada uno de nosotros, a través de Jesús.

Leí un bonito ensayo de unos conocidos antropólogos franceses titulado: El silencio y la palabra contra los excesos de la comunicación, que me pareció luminoso. Hoy vivimos hiperconectados, inmersos en un trasiego comunicativo que provoca un ruido ensordecedor, ruido que nos anestesia frente a la palabra. La palabra necesita silencio para ser engendrada y necesita silencio para ser acogida. Las entrañas silenciosas de María acogieron la palabra. Natanael recibió la palabra antes de ver a Jesús porque Dios ya se había comunicado con él. En la nueva escena vemos la gloria de Dios que se desvela, y revela, lo que ni hemos recibido por herencia biológica ni por mediación humana.