Jue
2
Ene
2014

Evangelio del día

No necesitáis que nadie os enseñe.

San Basilio y San Gregorio

San Basilio y San Gregorio

San Basilio de Cesarea

Cesarea de Capadorcia, 330 - Cesarea, 1-enero-379

Suele situarse el nacimiento de San Basilio en el año 330, el mismo en que el emperador Constantino el Grande inauguraba la nueva Roma, Constantinopla. Nace Basilio en Cesarea de Capadocia, metrópoli civil y religiosa situada casi en el Centro-Oeste de Asia Menor, donde se juntaban los caminos que desde Bizancio y la costa occidental conducían a Armenia. Llamada antes Mazaca, luego Tiberia, Cesarea corresponde a la actual Kayseri.

La familia en que nace Basilio está ya marcada por las dos características que de manera eminente destacarán en ella: la fe cristiana y el amor a la cultura griega.

  • Formación: familia y escuelas

Sin duda, el primer maestro de Basilio fue su padre, Basilio el Viejo, quizás en la misma casa de la abuela en Neocesarea o en sus aledaños. […] Ya adolescente, pasa a las escuelas de Cesarea, donde es muy probable que tuviera como maestro al neoplatónico Eustacio y donde conoció a Gregorio de Nacianzo. Pero su padre quería para el hijo la mejor formación e instrucción, y lo envió a estudiar primero en las escuelas de Constantinopla y luego en las de Atenas, donde permanecerá cuatro años. Aquí se encuentra de nuevo con su paisano Gregorio de Nacianzo, y entre los dos nace una amistad, fundada en la comunión de ideas y de ideales, tan estrecha que el mismo Gregorio la definirá como «un alma en dos cuerpos», llegará a ser referente obligado para definir la verdadera amistad. Basilio y Gregorio frecuentaron juntos las mismas clases y los mismos maestros, principalmente, según el historiador Sócrates, el pagano Himerio y el cristiano Proheréseo.

  • Cristiano, anacoreta y monje

Su larga, rica y esmerada preparación no fue, sin embargo, para él más que un enriquecimiento de su vivencia de la fe cristiana, pese a su condición de catecúmeno. No obstante, cuando el año 355 regresó a Cesarea y se dedicó a la enseñanza de la Retórica, durante algún tiempo padeció el sarampión de orgullo y vanidad propio de todo joven profesor. Pero pronto hicieron mella en él las reconvenciones de su hermana Macrina y los embates de la gracia divina, e inició un proceso de conversión que le llevó a pedir el bautismo, que recibió de manos del obispo ele Cesarea. Dianio. El bautismo, pues, fue la consciente decisión personal que coronaba con toda normalidad una larga y profunda educación en la fe dentro de un fervoroso ambiente familiar.

Como expone en su carta al maestro espiritual y amigo de la familia, figura importante en la historia del monacato de Asia Menor, Eustacio de Sebaste, apenas recibido el bautismo. Basilio vio acrecentarse en él el deseo —que ya le había apuntado en Atenas— de abrazar la vida monástica, y quiso explorar y estudiar sus distintas formas. Eustacio había orientado ya hacia ella a la madre, Enmelia. y a la hermana. Macrina. pero Basilio quería conocer personalmente otras experiencias y se embarcó en un largo viaje, ansioso siempre de hallar los mejores modos de practicar la vida ascética. El itinerario parece que se lo fue marcando, sin saberlo, el propio Eustacio, a cuya zaga, sin alcanzarlo, fue Basilio visitando los monasterios de Alejandría y del resto de Egipto de Palestina, Siria, Celesiria y Mesopotamia. Así transcurrieron unos dos años.

A resultas de esta peregrinación, estableció su retiro en un lugar llamado Anisa (o Anesis), a orillas del Iris, cerca de Neocesarea, en una posesión familiar que Basilio consideró apropiadísima para realizar su ideal de vida ascética y que describe en términos de entusiasta lirismo a su amigo Gregorio de Nacianzo. Pero no lo hace por simple prurito literario o como ejercitación escolar. Basilio comienza allí su generosa y total entrega a la vida anacorética, que pronto se convertirá, y ya para siempre, en cenobítica. Y sintiéndose plenamente realizado, invita a su entrañable amigo a que le acompañe en esta nueva aventura. Gregorio, que también sentía inclinación por la vida contemplativa, aceptó, y juntos se entregaron a la vida monástica y al estudio. Pero Gregorio no resiste el ritmo y las exigencias de aquella vida y, ayudado por la nostalgia de los suyos, no tarda en regresar a su tierra.

El año 364, el nuevo obispo de Cesarea, Eusebio, ordenaba de presbítero a Basilio y le convertía en su colaborador. Sin duda esta colaboración fue particularmente eficaz en el cuidado de los pobres, ancianos, viajeros, etc., sobre todo con motivo de la hambruna que en torno al año 368 se abatió sobre Capadocia, tal como da a entender en sus cartas 27 y 31. […]

  • Obispo de Cesarea

El año 370 moría Eusebio, su obispo, y dada la importancia de Cesarea como metrópoli de Capadocia y del Ponto, no era fácil la elección de sucesor, sobre todo teniendo en cuenta el interés que, avalados por el emperador Valente, manifestaban los arrianos por apoderarse de esta sede. Pero se adelantaron los ortodoxos, encabezados por el viejo obispo de Nacianzo, Gregorio, el padre del gran amigo, y llamaron a Basilio como sucesor de Eusebio.

Siguiendo su anterior actuación como presbítero, Basilio comenzó su episcopado poniendo como preocupación prioritaria del mismo la atención a los más pobres y desheredados, preocupación que no abandonará nunca. Rondaba los cuarenta años cuando recibió el episcopado y se hallaba, por tanto, en la plenitud de sus fuerzas y posibilidades, que él empeñó al servicio de los pobres. Sin duda él es uno de los primeros entre los grandes organizadores de la caridad cristiana. En los aledaños de Cesarea construyó un enorme complejo hospitalario, con dos finalidades: sanitaria una, para atender a los enfermos, con todo un equipo de médicos, de enfermeros y de auxiliares. con viviendas propias dentro del complejo; y otra de hospitalidad, para recibir y alojar debidamente a peregrinos y a pobres sin techo, sobre todo ancianos. El complejo, casi una verdadera ciudad, recibió de la gente el nombre de «Basiliada».

  • Maestro de la fe católica

El panorama de la Iglesia en Oriente era desolador. Al amparo del emperador arriano Valente, los obispos arrianos acaparaban las sedes más importantes, incluida Constantinopla, y, como dice San Jerónimo, parecía que el mundo entero se había vuelto arriano. Hasta el gran amigo y maestro de Basilio en la vida monástica, Eustacio de Sebaste, se pasó al bando de los macedonianos, siendo este caso, quizás. lo que más le hizo sufrir a Basilio en sus últimos años.
Para refutar adecuadamente a los arrianos, [escribió varias obras]. Dos obras de contenido dogmático —Contra Eunomio y Sobre el Espíritu Santo— tienen una proyección universal y se orientan al diálogo teológico. Las Homilías y Sermones miran sobre todo a la acción pastoral con la propia grey, para suscitar, mantener, purificar y acrecentar la fe en su diócesis y en toda Capadocia. En su extensa correspondencia epistolar con toda clase de gente y sobre toda clase de temas y asuntos, Basilio abre su corazón de padre a todos cuantos a él acuden, sin discriminaciones, pero sobre todo dialoga con los representantes de la mayor parte de las Iglesias y de todos los partidos, pues estaba convencido de que las dificultades doctrinales de la Iglesia no se podían solucionar más que con miras ecuménicas y con gestos y actitudes dialogantes, flexibles, desde la humildad, «ya que no es cuestión de devanarse los sesos con asuntos que escapan a nuestro conocimiento».

  • Hombre de Iglesia, padre del monacato

De su siempre viva solicitud por la vida monástica, por la que nunca dejó de suspirar al verse privado de ella, dan fe sus diversas y sucesivas elaboraciones y redacciones de sus Reglas monásticas, que tan profundamente han marcado a todo el monacato posterior, tanto oriental como occidental.

El 9 de agosto del 378 moría en la batalla de Adrianópolis en Tracia el emperador Valente, y la marcha de la recuperación de la fe nicena, gracias a la orientación de Basilio, iba ganando cada vez más terreno, y con la llegada de Teodosio al trono se abrían mejores perspectivas para toda la Iglesia.

Pero Basilio no pudo disfrutar mucho tiempo de lo que en gran parte era fruto maduro de su persistente trabajo. Nunca había gozado de buena salud, y su cuerpo debilitado no pudo al final resistir las exigencias y la fuerza explosiva de su ardorosa alma y moría, según todos los indicios, el 1 de enero del año 379, en la plenitud de la edad. Apenas si llegaba a los cincuenta. Once años antes, en carta consolatoria a la Iglesia de Neocesarea por la muerte de su obispo Musonio, queriendo describir a éste, nos dejó su propio retrato: «Ha muerto un hombre que sobrepasó de la manera más clara a sus coetáneos por todas sus cualidades reunidas: sostén de su patria, ornamento de las iglesias, pilar y basamento de la verdad, fundamento de la fe en Cristo, seguridad de los suyos, imbatible para sus enemigos, guardián de las leyes de nuestros padres, enemigo de toda innovación y manifestación visible de la antigua figura de la Iglesia». […] Su hermano Gregorio de Nisa y su amigo Gregorio de Nacianzo, en sendos elogios fúnebres, se hicieron eco del sentir común de las Iglesias, proclamaron su santidad y le llamaron „El Grande, Magno.'. Recordemos unas palabras del amigo, hacía el final de su elogio fúnebre: «Yo creo que las viudas harán el elogio de su protector; los mendigos, el del amigo de los mendigos; los extranjeros, el del amigo de los extranjeros; los hermanos, el amigo de sus hermanos; los enfermos, el de su médico, sin que importe de qué enfermedad ni de qué medicina; los que gozan de buena salud, el del guardián de su salud; y todos, el de aquel que se hizo todo para todos, para ganar a todos o a casi todos».

Argimiro Velasco Delgado, O.P.


San Gregorio de Nacianzo

Obispo y doctor de la Iglesia
Arianzo (Capadocia), 330/339 - Arianzo, 390

San Gregorio de Nacianzo nació entre los años 330 y 339, muy probablemente en Arianzo, Noroeste de Capadocia, lugar en que su familia tenía buenas posiciones, o en la misma Nacianzo, vecina, donde era obispo su padre, al que se conoce como Gregorio el Viejo. Éste no provenía de familia cristiana, Perteneció a la secta llamada de los hipsistarios (adoradores del Hypsistos o Altísimo), medio judía y medio pagana, de la que se apartó a la vez que se acercaba al cristianismo, gracias al influjo de su esposa Nona. Rondaba ya por los cuarenta y cinco años cuando se convirtió al cristianismo, hecho que, al parecer, coincidió con el paso por Nacianzo de muchos obispos orientales que se dirigían al Concilio de Nicea, por tanto el año 325. Todos le apreciaban, tanto que, al cabo de solamente cuatro años, al quedar vacante la sede episcopal de Nacianzo, los obispos de Capadocia, de acuerdo con los fieles, le eligieron a él como obispo, hecho bastante frecuente durante el siglo IV.

[…] Terminados los estudios en Nacianzo, marchó a proseguir su formación, sucesivamente, en Cesarea de Capadocia, donde tuvo su primer contacto con San Basilio, en Cesarea de Palestina, en Alejandría y, finalmente, en Atenas.

  • Compañero de San Basilio

A su larga estancia en Atenas le debe Gregorio su extenso y perfecto conocimiento de la cultura griega y su formación literaria. […] Ya de regreso en Nacianzo, Gregorio dio buenas pruebas de haber adquirido gran competencia en retórica, pero en su Autobiografía ha dejado también constancia de sus dudas y vacilaciones, pues su anhelo profundo seguía siendo el de llevar una vida genuinamente ascética y contemplativa, con las renuncias consiguientes, aunque no al estudio, pues también anhelaba con idéntica fuerza interior conocer a fondo la Sagrada Escritura. Fue en esta época, cuando recibió el bautismo, de manos de su padre.

Secundando la llamada de Basilio. se retiró con éste a la soledad de Anisa, donde se ejercitó en la vida ascética y a la vez colaboró con Basilio en la composición de la Filocalia, a base de extractos de las obras de Orígenes, y sin duda influyó no poco en la elaboración de las primeras redacciones de las Reglas monásticas. Pero pronto se impuso a su sensibilidad casi enfermiza la nostalgia de la acción y del afecto familiar, quizás disfrazado de piedad para con sus ancianos padres, y regresó a Nacianzo.

Lo cierto es que su padre, por los achaques de la edad, sentía la necesidad de un colaborador que le ayudara en sus tareas pastorales. Y en una de las fiestas de finales del 361 o de comienzos del 362, ordenó de sacerdote a Gregorio, sin atender a las protestas de éste que. sin embargo, por su tímido y frágil carácter, cedió. […] Diez años transcurrieron mientras Gregorio ejercía eficazmente su sacerdocio junto a su padre, cuya capacidad iba disminuyendo con la edad, por lo que su responsabilidad fue también acrecentándose.

  • Obispo de Sasima y de Nacianzo

El emperador Valente, sucesor de juliano en el imperio, resultó ser un decidido protector de los arrianos, y el año 371, por razones políticas, pero también con el fin de debilitar la fuerza de la ortodoxia nicena en Capadocia, muy pujante bajo la égida del obispo de Cesarea, Basilio, dividió en dos la Gran Capadocia. La nueva situación y las pretensiones de Antimo, el obispo de Tiana, la nueva capital de la Segunda Capadocia, obligaron a Basilio, metropolitano de Cesarea, a reforzar su parte, y para ello confió a Gregorio la nueva sede creada en Sasima, pequeña pero de mucha importancia estratégica como encrucijada de caminos y nudo de comunicaciones.

De esta manera resultó que también el episcopado se le impuso a Gregorio casi a la fuerza, por razones de política eclesiástica, aunque tampoco esta vez supo decir que no, y fue consagrado poco antes de la Pascua del 372. El año 374, morían los padres, Gregorio el Viejo y Nona, con poco tiempo de intervalo. A instancias de los obispos de la provincia, con Basilio en cabeza, Gregorio aceptó la carga de administrar la sede naciancena, pero sólo como medida provisional, hasta que se hallase el titular sucesor de su padre. Es lo que ocurrió justamente a la muerte del emperador Valente en la batalla de Adrianópolis contra los godos, el 9 de agosto del 378. Al tomar el mando como Augusto del Oriente el español Teodosio, de confesión ortodoxa, el 19 de enero del 379, las perspectivas de la fe nicena cambiaron por completo, pues el socio de Occidente, Graciano, también defendía la ortodoxia. Por si fuera poco, el primero de ese mismo mes y año, consumido por la enfermedad y el ejercicio incansable de su caridad pastoral, moría el gran amigo Basilio.

  • Al frente de la iglesia de Constantinopla

Ocurría también que en la gran metrópoli, Constantinopla, los arrianos, apoyados por Valente hasta entonces, al cabo de casi cuarenta años habían logrado apoderarse de todas las iglesias de la ciudad y seducir a la gran mayoría de la población, hasta el punto de que los católicos ortodoxos habían quedado reducidos a un pequeño grupo, sin local para el culto y sin pastor para sus almas. Pero, ante la nueva realidad política. tuvieron la osadía de buscar y tratar de convencer a Gregorio para que, dejadas de lado sus persistentes repugnancias, se hiciera cargo de la dirección de la pequeña pero fiel comunidad de Constantinopla. Y una vez más se sobrepuso a sí mismo y aceptó. […]

Fue enorme el esfuerzo y el sufrimiento de Gregorio para recobrar Constantinopla y devolverla a la fe ortodoxa, y enorme también la repercusión que en este sentido tuvieron sus cinco discursos teológicos pronunciados en el verano de 380, en los que expuso, con claridad y hondura, la doctrina ortodoxa sobre el misterio de la Trinidad, para instrucción de su grey y refutación de arrianos, eunomianos, macedonianos y apolinaristas. En estos discursos alcanza su cima el pensamiento teológico de Gregorio, y le merecieron el sobrenombre de «El Teólogo».

El 24 de noviembre del mismo 380, entró en Constantinopla el emperador Teodosio, después de su victoriosa campaña contra los godos, y en seguida obligó a los arrianos a devolver a los ortodoxos todas las iglesias, desterró al obispo arriano, Demófilo, y el 27 de noviembre entronizó solemnemente a Gregorio en la emblemática basílica de los Santos Apóstoles, esperando, sin duda, que su iniciativa sería aceptada por las autoridades eclesiásticas pertinentes.
[En ese momento el emperador consideró oportuno convocar un Concilio y] a fines del 380 o comienzos del 381, promulgó el decreto que convocaba a los obispos de Oriente a reunirse en Constantinopla.

  • El Concilio de Constantinopla

Se congregaron unos 150 en total, y entre ellos los hermanos de Basilio —Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste—. Melecio de Antioquía, Cirilo de Jerusalén y Anfiloquio de Iconio, el primo de Gregorio y amigo de Basilio, que, sin ser una eminencia, fue un excelente colaborador. La presidencia del concilio recayó en Melecio, el obispo más antiguo. Y con él comenzaron las sesiones de un concilio de Oriente que, sin embargo, pasaría a la Historia como el segundo Concilio Ecuménico. Efectivamente. en él se condenó una vez más al arrianismo, y se añadió la condena de los pneumatómacos -eunomianos y macedonianos-, de los apolinaristas y de los sabelianos.

Solucionados los problemas doctrinales, los padres conciliares se ocuparon de revalidar la elección del obispo de Constantinopla. Con total unanimidad rechazaron por inválida la supuesta elección del intrigante Máximo y reconocieron como obispo legítimo a Gregorio de Nacianzo, tras de lo cual Melecio le entronizó oficialmente. Pero a finales de mayo, murió este anciano obispo de Antioquía, y Gregorio, presidente ahora del concilio, creyó llegado el momento de poner fin al escandaloso cisma de Antioquía, y como sucesor propuso a Paulino, el contrincante, rechazado hasta entonces como ilegítimo, y que no se hallaba presente. La oposición a esta candidatura fue realmente violenta, e hirió profundamente la sensibilidad temperamental de Gregorio. Por si esto fuera poco, llegaron, por fin, al concilio los obispos de Egipto, con el patriarca Timoteo de Alejandría en cabeza, y los obispos de Macedonia. Apenas incorporados a las sesiones, inmediatamente se declararon contrarios a la elección que los conciliares habían hecho de Gregorio para la sede de Constantinopla, y alegaban el canon XV de Nicea, que prohibía trasladar de sede a un obispo, y Gregorio, naturalmente, era obispo de Sasima. El asunto se agravó porque el papa Dámaso, opuesto a la elección del «cínico» Máximo, se declaró, no obstante eso, conforme con la postura de los alejandrinos, los cuales llegaron hasta negarse a asistir a la liturgia oficiada por Gregorio.

Realmente hacía mucho tiempo que dicho canon no estaba vigente, si alguna vez se cumplió, y por otra parte, realmente también, Gregorio nunca había tomado posesión de Sasima ni había puesto en ella el pie, y de Nacianzo tampoco fue nunca titular. La defensa, pues, no era difícil. Pero Gregorio, cansado y hastiado de tanta política, no quiso luchar para sobreponerse a lo que consideraba dos fracasos morales, y así tomó una decisión inquebrantable, noble y a la vez tremendamente apasionada: renunciar a su cargo, tan apetecido por tantos, dejar vía libre para la elección de otro candidato y retirarse definitivamente a su amada y añorada soledad.

En el discurso de adiós a sus fieles, volcó toda la ternura v emoción de su alma sensible, toda la amargura de su desconsuelo ante la insensatez de los humanos y toda la esperanza que depositaba en la nueva etapa de su vida: «Elegíos otro. un hombre que agrade a la muchedumbre. A mí dadme la soledad, el campo y Dios, el único a quien agradaremos con nuestra indignidad».

[…] Así, pues, de inmediato y sin esperar el final del concilio, se marchó de Constantinopla y se retiró a Arianzo, para, como él mismo dice en sus Cartas, reponer su quebrantada salud y sobre todo recuperar la necesaria calma interior después de tan agitados y dolorosos avatares.

Gregorio murió, casi con toda seguridad, el año 390, en su retiro de Arianzo. Su influjo fue enorme en todo el Oriente, que le veneró como uno de los Tres Grandes (con San Basilio y San Juan Crisóstomo). Su pneumatología (doctrina sobre el Espíritu Santo) y su cristología fueron decisivas para el posterior desarrollo teológico y dogmático.

Su culto se extendió rápidamente por todo Oriente, y su fiesta se celebró en Oriente el 25 de enero.

Argimiro Velasco Delgado, O.P.
 

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.