Sep
Evangelio del día
“ Ahí tienes a tu madre ”
Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2,1-8:
Querido hermano:
Ruego, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar un vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto.
Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Pues Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos: este es un testimonio dado a su debido tiempo y para el que fui constituido heraldo y apóstol - digo la verdad, no miento -, maestro de los naciones en la fe y en la verdad.
Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones.
Salmo de hoy
Salmo 27, 2. 7. 8-9 R/. Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante
Escucha mi voz suplicante
cuando te pido auxilio,
cuando alzo las manos
hacia tu santuario. R/.
El Señor es mi fuerza y mi escudo:
en él confía mi corazón;
me socorrió, y mi corazón se alegra
y le canta agradecido. R/.
El Señor es fuerza para su pueblo,
apoyo y salvación para su Ungido.
Salva a tu pueblo y bendice tu heredad,
sé su pastor y llévalos siempre. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 19,25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Evangelio de hoy en vídeo
Reflexión del Evangelio de hoy
"Que los hombres oren en todo lugar"
La oración es la conexión inalámbrica más grande y más antigua del mundo. ¡Con qué claridad Pablo nos exhorta a orar! ¡Hoy más que nunca debiéramos orar! Hay una gran confusión en la sociedad y una triste soledad en el corazón de muchos. La oración no se aprende, porque es la conversación natural de un hijo con su padre con la certeza que es nuestro Padre quien nos está escuchando.
Ante la pregunta de qué puedo hacer yo ante la situación actual, donde la tierra parece desangrarse por cada punto cardinal y múltiples calvarios humanos claman justicia, el grito de los orantes puede llegar al mismo corazón de Dios. Una oración extensible a los que tienen en sus manos los destinos de los pueblos, para que nunca olviden por quién y para que gobiernan.
El apóstol invita a levantar las manos hacia aquel que sigue necesitando al hombre en su proyecto de salvación. Manos que se parezcan a las del Creador que hizo y vio todo bueno.
"Ahí tienes a tu madre"
Al pie de la cruz nos presenta Jesús a su madre y nos la entrega como nuestra Madre, nos lo da todo, incluso a su madre. ¡Ahí tienes a tu madre!... Palabras que iluminan profundamente el misterio de una Cruz. Esta no representa una tragedia sin esperanza sino lugar donde Jesús deja sus últimas voluntades de amor.
Son el origen de la vocación materna de María hacia la humanidad entera. Ella será la madre de los discípulos de su Hijo y cuidará de ellos y de su camino. Jesús no quiere dejarlos solos, por eso les pide que se acompañen. Hace de los suyos una familia que tiene el mismo Padre y una misma madre a quien le entrega el cuidado de sus discípulos. A ellos por su parte, les corresponde recibirla como propia madre, siguiendo el ejemplo del discípulo amado.
Es una maternidad que nos da pertenencia, la seguridad de tener un lugar, un regazo, un mismo amor. Fuera del amor de María sólo podemos estar al peligro de amores infecundos, carentes de significado, amores dependientes y esclavizados. En cambio, el amor de madre provoca confianza, nos da el ser y la vida, nos ofrece identidad, nos hace saber que somos amados y dignos de amor. El amor de madre mitiga el dolor, nos hace fuertes y nos lleva a experimentar la ternura del afecto que requiere la llamada de Dios.
Se gesta allí junto a la cruz, en medio de un panorama desolador, silencioso, oscuro, terrorífico, la necesidad de acoger al otro y de aprender a convivir con el otro. En la cruz Jesús deposita en las manos de Juan, la vida de María y en las manos de María la vida del discípulo y de la Iglesia.
María en su dolor asume como madre el nuestro, nuestro sufrimiento no le es indiferente. María comprende nuestra fragilidad humana, sin muchas palabras sabe descifrar nuestros interrogantes y temores, descubre nuestras angustias y pacientemente espera que volvamos a ella para abrazarnos con confianza.