Mar
15
Sep
2020
María estaba junto a la cruz...

Primera lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 5, 7-9

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial.
Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

Salmo de hoy

Salmo 30, 2-3a. 3b-4. 5-6. 15-16. 20 R/. Sálvame, Señor, por tu misericordia

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí. R/.

Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R/.

Sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R/.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.

Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para los que te temen,
y concedes a los que a ti se acogen a la vista de todos. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 19, 25-27

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena.
Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
- "Mujer, ahí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo:
- "Ahí tienes a tu madre".
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Al día siguiente de la fiesta de la Invención de la Cruz, la Iglesia ha situado la festividad de Nª Sª de los Dolores, íntimamente emparentada con aquélla. Y ha elegido unas lecturas de acuerdo con estas referencias a la Cruz de Jesús.

El sufrimiento por amor, clave del sacerdocio de Cristo

La carta a los Hebreos compara el sacerdocio de Cristo con el antiguo sacerdocio de Aarón, caracterizado por dos rasgos: la pertenencia a la humanidad, a la que representa delante de Dios, y la comunión con Dios, ante quien el sacerdote intercede por la humanidad.

Cristo pertenece a la humanidad, es humano él mismo. Eso significa que participa de la fragilidad de la condición humana, y en consecuencia que es capaz de asumirla y de comprender a quienes están afectados por ella en la debilidad y en el pecado. Como sacerdote, su ministerio hace referencia muy directa a la ofrenda de dones y sacrificios. Su oración y su sufrimiento son la expresión de esa ofrenda. Por medio de ella, en obediencia al Padre, lleva a cabo el restablecimiento de las relaciones entre los hombres y Dios, eliminando lo que los distancia, el pecado.

Así pues, esta festividad de María nos acerca al misterio del sacerdocio de su Hijo, a su obra de reconciliación de la humanidad con Dios. El dolor de María es mucho más que un sufrimiento individual. Es el testimonio de la entrega de Jesús por nosotros en el altar de la cruz, con su madre participando en esa entrega, como nos describe el evangelio de hoy.

La presencia de María junto a la cruz, símbolo del pueblo sacerdotal

Contemplamos en esta escena a una madre que ve morir a su hijo clavado en una cruz. ¿Hay dolor semejante a ese dolor? Esa madre es, en este evangelio, María de Nazaret, la Madre de Jesús, el Cristo. Una mujer no sólo presente, sino asociada al suplicio que su Hijo sufre por la humanidad. El sufrimiento de ambos se funde en una aceptación y una entrega a la voluntad de los hombres, que matan por odio e ignorancia, y a la voluntad de Dios, que consiente esa ignominia, pero que libera de la muerte y perdona ese pecado.

María es también, en esa escena, símbolo de la Iglesia. El discípulo amado, que está también al pie de la cruz y acoge a María por encargo de Jesús, representa a los creyentes, que acogen como algo suyo a la Iglesia, que se sienten unidos a ella porque son parte de ella.

Como madre de Jesús, que es Dios, María suscita respeto y veneración en la comunidad. De ahí deriva toda la devoción que los cristianos, especialmente los católicos, han tenido desde muy antiguo a la que llamamos Santísima Virgen. Es una actitud que ha arraigado profundamente en el corazón de los fieles, que la han visto siempre como Madre espiritual recibida del mismo Cristo.

Como símbolo de la Iglesia, los cristianos se ven reflejados en ella, porque es el mejor ejemplo de seguimiento de Cristo sobre la tierra, y es a la vez signo de consuelo y de esperanza cierta para el pueblo que peregrina hacia el cielo. Nos invita a seguir sus pasos sin rechazar el sufrimiento, aceptándolo como una forma de estar nosotros también al pie de la cruz, prolongando como Iglesia la obra de reconciliación humano-divina que él vino a realizar y que continúa realizando a través de sus discípulos.

¿Entendemos también nosotros así nuestro sacerdocio bautismal? Nuestra devoción a María ¿responde a esa invitación a seguir sus pasos?