Mujer, ahí tienes a tu hijo

Primera lectura

Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1-2. 12-14

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por mandato de Dios, Salvador nuestro, y de Cristo Jesús, esperanza nuestra, a
Timoteo, verdadero hijo en la fe: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.

Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz se fio de mí y me confió este ministerio, a mí,
que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que
hacía, pues estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el
amor que tienen su fundamente en Cristo Jesús

Salmo de hoy

Sal. 15 R. Tú eres, Señor, el lote de mi heredad.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R.

Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R.

Me enseñarás el sendero de la vida
me saciarás de gozo en su presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 19,25-27

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.

Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo.»

Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre.»

Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

"Antes era un blasfemo, pero Dios tuvo compasión de mi"

En el inicio de esta primera carta que Pablo remite a Timoteo, lo considera como verdadero hijo en la fe, y por eso le desea gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y Jesucristo.

Pablo se tuvo que desplazar a Macedonia, pero había dejado a Timoteo en Éfeso con el encargo de velar que no se predicaran doctrinas extrañas, ni elucubrar sobre genealogías interminables.

Pablo se reconoce a sí mismo como pecador, pero que Dios, en su infinita misericordia, tuvo compasión de él, pues no había legado a conocer la verdadera fe. Al mismo tiempo asume su vocación de predicador de la “Buena Noticia”, reconociendo que Cristo Jesús, se fio de él y lo hizo capaz de llevar a término el ministerio encargado.

A Pablo no le importa presentarse como un blasfemo y perseguidor, pero que, gracias a Cristo, ha sido capaz de dar un vuelco a su vida y pregonar por el mundo conocido la fe y el amor que se fundamenta en Jesús.

Como reza el salmista “Tu eres, Señor, el lote de mi heredad, protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”.

Con el impulso de la fe Pablo pasa de perseguidor a perseguido, de fundamentalista acérrimo a predicador del amor y la gracia que Dios regala al género humano.

"Ahí tienes a tu Madre"

Casi en el final del relato de la crucifixión y muerte de Jesús, el evangelista vive en primera persona los momentos finales de la vida del Maestro. Es testigo privilegiado de cómo se están cumpliendo lo que de “el Mesías” decían las escrituras: «se repartieron sus ropas y echaron a suerte su túnica».

Jesús es consciente que vive sus últimos momentos, los latigazos, las espinas de la corona, las injurias y los clavos han hecho mella en su estado de salud, la pérdida de sangre ha sido cuantiosa.

La mayoría de sus íntimos han desaparecido, solamente su Madre, la hermana de su Madre y María la Magdalena, junto al discípulo que tanto quería, se encontraban cercanos a la cruz, y en un gesto de entrega total encarga a Juan el cuidado de su madre, convirtiéndolo en su propio hijo y a María la constituye en “Madre de todos los creyentes”.

María vive profundamente todo por lo que está atravesando su hijo, siendo fiel a los designios del Padre, cargando sobre sí los pecados del mundo y entregando su vida por la redención de todos; y ella sufre con intenso dolor la entrega total y sin condiciones que Jesús asume hasta sus últimas consecuencias, angustiada por la impotencia que genera no poder ayudarle, salvo ser testigos de su final.

María acepta con amor total la protección de todo el género humano y como a tal la veneramos como Madre, Reina y Señora de todo lo creado.