Mar
14
Sep
2010
Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.

Primera lectura

Lectura del libro de los Números 21, 4b-9

En aquellos días, el pueblo ese cansó de caminar y habló contra Dios y contra Moisés:
«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin sustancia».

El Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y murieron muchos de Israel.

Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:
«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».

Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió:
«Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».

Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a alguien, este miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida.

Salmo de hoy

Salmo 77, 1-2. 34-35. 36-37. 38 R/. No olvidéis las acciones del Señor

Escucha, pueblo mío, mi enseñanza,
inclina el oído a las palabras de mi boca:
que voy a abrir mi boca a las sentencias,
para que broten los enigmas del pasado. R.

Cuando los hacía morir, lo buscaban,
y madrugaban para volverse hacia Dios;
se acordaban de que Dios era su roca,
el Dios altísimo su redentor. R.

Lo adulaban con sus bocas,
pero sus lenguas mentían:
su corazón no era sincero con él,
ni eran fieles a su alianza. R.

Él, en cambio, sentía lástima,
perdonaba la culpa y no los destruía:
una y otra vez reprimió su cólera,
y no despertaba todo su furor. R.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • La exaltación del amor

Hay que repetirlo cuantas veces sea preciso. La historia de las relaciones de Dios con los hombres es la historia de un amor apasionado de Dios hacia todos nosotros. La demostración más clara de este amor fue el envío de su propio Hijo a nuestra tierra. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”. Y Jesús, su Hijo, no vino para regañarnos, criticarnos, recodarnos nuestras debilidades y fallos, para hacer justicia al modo humano… sino para ayudarnos, para salvarnos, para otorgarnos esa vida plena que todos tanto deseamos. Dios Padre nos lo envió “para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.
Nos señaló el camino que debemos recorrer en nuestra existencia terrena para que gocemos de “vida en abundancia”. No se limitó a predicar, sino que vivió todo lo que predicó y nos anunció. Su modo de vivir, en el que sobresale el amor, el que conduce a la verdadera vida, le llevó paradójicamente a la muerte en cruz, porque algunos hombres de su tiempo creyeron que era un camino equivocado que desestabilizaba la religión y el poder civil de entonces, y le mataron.
Jesús, por amor a nosotros, no se desdijo de la buena noticia que nos traía ni ante la amenaza de su muerte. Siguió predicando desde lo alto de la cruz el camino del amor, del perdón, de la paz, de la justicia, de las bienaventuranzas…

Por eso, la exaltación de la cruz es la exaltación no del dolor sino, en primer lugar, del gran amor de Jesús hacia nosotros, un amor que sobresale en el sufrimiento de la cruz. Agradezcamos a Jesús su última lección, antes de su resurrección, de vivir el amor como lo primero y principal de nuestra existencia. Pidámosle también que nos siga atrayendo hacia él, hacia su cruz, para que gastemos nuestra vida como él la gastó en servicio permanente del amor hacia los hermanos.