Dom
3
Mar
2019

Homilía VIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2018 - 2019 - (Ciclo C)

Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

El resplandor de Cristo resucitado envuelve con sus destellos la mesa de la Palabra, en torno a la cual se congrega la asamblea de los creyentes para celebrar el presente domingo. La esperanza cristiana, que se apoya con firmeza en la omnipotencia divina, abarca un campo muy amplio, una de cuyas parcelas se despliega en el presente para nuestra consideración: los cuerpos corruptibles no tornarán a la nada, sino que se vestirán de inmortalidad. Resucitarán inmortales y gloriosos, a semejanza del cuerpo glorioso de Jesucristo, pero no recibirán la glorificación por su propio poder, sino por el poderío del Redentor. La muerte que afecta a nuestros cuerpos ha sido derrotada por la resurrección del Señor, que afecta a los unidos a Él para siempre.

Es consolador recordar este artículo de la fe: las almas de los bienaventurados necesitan de la perfección que consiste en la unión con los respectivos cuerpos resucitados. A este propósito puede recordarse una reflexión que hacía santo Tomás de Aquino: para que el gozo en la gloria eterna sea pleno es preciso que «esto corruptible», es decir el cuerpo, se «vista», como de su ornamento, de la «incorrupción». Además, es congruente que los cuerpos reciban también el premio prometido por su colaboración en incontables obras buenas. En fin, los ciudadanos de la Jerusalén del cielo han de asemejarse en todo a Cristo, su Cabeza, que ha resucitado de entre los muertos con un cuerpo glorioso, para gloria de Dios Padre (cf. In 1Cor 15, lect. 9).

Por otra parte, una invitación al discernimiento se presenta en la actual celebración dominical. La inteligencia, no solo tiene poder para ello, sino que estimula siempre al ejercicio de semejante tarea. Está llamada la razón a analizar las metas y el alcance de los compromisos; es capaz de investigar y discernir la verdad y la bondad, a veces por comparación con lo falso o defectuoso. Para progresar siempre con buen pie, es aconsejable no perder de vista la meta a conseguir, medios a utilizar y estorbos a obviar. Debe hacerlo la razón, en cuyo auxilio viene la fe. Las propuestas que hace la mente a la voluntad se refuerzan en ella por medio de la caridad y la esperanza.

La indagación conduce a clarificar si en el misterioso interior de cada uno se halla, ciertamente, una voluntad de ayudar y, a la vez, la necesaria luz, preparación, rectitud y autenticidad para hacerlo. Pueden hallarse estos valores, pero para guiar por la senda de la trascendencia han de estar sublimados, conectados y recibiendo fuerza de la fuente divina de la que brotan. El manantial de la luz está en Dios y lo mismo cabe decir de la ciencia, sabiduría, consejo y rectitud del alma. El ciego no puede guiar a otro ciego, ni el discípulo arrogarse la ciencia de su maestro.

El examen de la interioridad hará caer en la cuenta de, al menos, la posible inclinación al defecto de la hipocresía, ficción, doblez o fingimiento. La falsedad se opone a la verdad. La razón debe formar juicios verdaderos, a comenzar por lo que concierne a la propia persona.  Es evidente que para conducir a los demás hacia la rectitud, se ha de forjar en uno mismo la firme decisión de ajustarse a ella. Solo así podrá calibrarse la entidad de las posibles deficiencias del prójimo y ayudarlo con justicia, caridad y misericordia: «Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».

Una vez más anima el Señor a la forja del corazón, tan importante para vivir y actuar. El corazón es el motor de la vida espiritual y ha de mantenerse siempre sano, en sintonía y unión con la voluntad de Dios y en solidaridad de amor para con los semejantes. El que es bueno, de la bondad que atesora su corazón saca el bien.

Por Cristo ha llegado la victoria, abierta a toda la humanidad. Merece la pena mantenerse firmes y constantes y trabajar por el Señor sin reservas, convencidos de que no dejará sin recompensa nuestra fatiga. La exhortación de san Pablo a los Corintios continúa con plena actualidad.