Dom
23
Ene
2011

Homilía III Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)

Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Cristo es Luz de todos los pueblos

Lo primero que nos puede llamar la atención de las lecturas de este domingo, y que debemos resaltar, es la perfecta armonía que existe entre ellas. Esto no sólo es debido a que en el Evangelio de Mateo se nos cite el pasaje de Isaías que tenemos como primera lectura, sino porque en todas ellas, incluyendo el salmo responsorial, Cristo se nos presenta como la Luz, forma clásica, pero siempre sugerente. Sugerente porque esta luz nos habla de muchos matices y sobretodo nos deja alumbrar muchas realidades. Para empezar vemos que Jesús es la luz que poco a poco se ha ido encendiendo. Pensemos que el relato nos habla del comienzo de su vida pública, pero ya hacia mucho tiempo que esa luz había comenzado a iluminar. Jesús no es un fogonazo que nos deja ciegos, sino justamente lo contrario, la luz que poco a poco nos deja ver más claro su amor “Tu luz nos deja ver la luz” (Sal 35). Pero aunque esta luz surja poco a poco no es tímida, es universal. Cristo es visto como una “luz grande” en la Galilea de los gentiles, en los lugares que la sociedad piadosa judaica, centrada en la luz de su amada Jerusalén, no alcanzaba a ver como buenos judíos porque “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46). Y sobretodo está luz progresiva, que nos alumbra a todos para conocer a Dios, no es una luz muda sino que tiene un mensaje clave: “Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos”. Este anuncio no nos tendría que dar miedo, sino alegría. El Reino de los cielos es el momento en que Dios Padre lleno de Misericordia va a llenar nuestra vida de sentido. El Reino de los cielos no es otro imperio terrestre, sino el imperio de la justicia y el amor. Por ello esta luz nos deja ver la verdad de nuestra existencia: vivir plenamente ese amor. Pero hemos de convertirnos, es decir, dar la vuelta a nuestros valores para aceptar con gozo que Dios será nuestro Rey.

  • La llamada de Cristo

“Pero Jesús, la luz que brilla, no quiere actuar sólo; todo hombre, incluso, el hombre Dios es hombre con otros hombres. Por eso Jesús busca enseguida colaboradores”. Este bellísimo pasaje de Von Balthasar nos puede ayudar a comprender la siguiente acción de Jesús en el Evangelio. Cristo no sólo anuncia una nueva luz, sino que necesita de sus discípulos, de seguidores, de “amigos” suyos (Jn15, 14-16) para que esta luz continúe brillando. La misma encarnación fundamenta la llamada a otros hombres para que sean colaboradores de su misión. Pero un detalle importante es darnos cuenta de la forma de llamar de Cristo. Llama a quien quiere, como quiere y cuando quiere. Esta máxima libertad de Jesús es condición necesaria para nuestra propia vocación cristiana. Jesús llama a unos simples pescadores de copo, unos “obreros” de la pesca. Pero también llama a unos pescadores con barca y redes, los “ricos” del negocio. La llamada al seguimiento es universal, para todos. La luz no es para muchos ni para pocos sino para todos los hombres y para todo el hombre. Pero a todos los llamados se les llama a lo mismo y se les dará la misma paga, aunque dejen diferentes cosas. Todos buscan seguirle y todos serán pescadores de hombres. No es extraño que la madre de los hijos del Zebedeo, los pescadores ricos que dejaron “más” por seguir a Cristo, luego pida para ellos mayor recompensa. Lo que es extraño y profundo es que Jesús cree a su alrededor un misterio de comunión que es necesario vehículo para la proclamación del Reino. Por ahora los discípulos serán “contemplativos” del maestro, pero cuando ellos también hayan de comenzar a actuar las misiones que recibirán serán las mismas para todos, pero también las adecuadas para cada uno de ellos. Esta es la forma real de la unidad de la Iglesia, que es tanto la que predica Pablo en la segunda lectura como en otros textos que la complementan (Rom 12, 1Co 12). Pero esta ya es nuestra última clave.

  • Jesucristo, el único objeto de nuestro seguimiento y pertenencia

Quizás este sea el aspecto de las lecturas de este domingo que más podemos aplicar a nuestra realidad cotidiana y eclesial. El apóstol Pablo comienza así esta carta a su querida comunidad de Corinto, que debía estar dando un ejemplo poco edificante al resto de sus iglesias hermanas. Y esto era debido a sus divisiones, a sus luchas intestinas dentro de la comunidad para ver quién era más o quién tenía toda la verdad: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo”. ¡Cuantas veces a nosotros nos pasa lo mismo dentro de la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas! Yo soy de Domingo, tu de Francisco y tu de Ignacio. La división, a la que tan proclives somos por desgracia, no atenta contra la caridad principalmente sino contra el propio mensaje evangélico. Una constatación de todo ello la tenemos estos días muy presente, ya que estamos dentro del octavario de oración para la unión de los cristianos. Las divisiones siempre se dan por creerse las dos partes las únicas llenas de razón y romper el diálogo. Pero la lectura de Pablo, que es expresión de su propia experiencia de conversión, nos habla de la verdadera forma cristiana de luchar y vivir por la unidad: “¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” No. Nosotros somos hijos de Dios por Cristo y su vida, muerte y Resurrección es la que nos ha mostrado el camino verdadero del hombre. Cristo es nuevamente una luz para todos, pero esta vez una luz que nos abarca a todos en su interior. Cristo es el fundamento único de nuestra pertenencia y unidad porque es el único que nos ha mostrado y amado como Dios. Por eso es todavía más sangrante que nosotros fundamentemos nuestras divisiones en su Persona. Tengamos así especialmente en cuenta este domingo esta intención, y pidámosla al Espíritu, principio de la unidad, que nos ilumine con la verdadera y única Luz: Cristo.