Dom
22
Ago
2010

Homilía XXI Domingo del Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

En coherencia con el planteamiento que adelantamos en la introducción, podríamos leer las lecturas de hoy. El evangelio de hoy se inserta a continuación de una unidad de sentido dentro del capítulo 13 de Lucas, que es una llamada imperiosa a la conversión de una falsa vivencia religiosa. “¿Creéis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás?”, comienza preguntando el capítulo. A lo largo del capítulo, varias perícopas van dando las claves de la falsa vivencia religiosa: la higuera (la religión ha de producir los frutos más dulces y apreciados, los ideales más altos de la existencia) que es estéril; el sábado (signo del espacio vital consagrado a Dios), que se opone al hombre (Dios contrapuesto el hombre); la grandiosidad exterior del Templo y del culto, que es cerrado, elitista y excluyente, en franco contraste con la pequeñez e invisibilidad de una pequeña semilla enterrada, oculta, que misteriosamente crece en lo interno y llega a acoger a todos. En conclusión, el capítulo nos presenta las grandes contradicciones internas que puede ofrecer una inauténtica experiencia religiosa y que se resume en su gran contradicción: la religión cuyo ser es ser para la salvación, no conduce a experiencias de salvación. Por ende, es tan inútil como falsa.

La secuencia lógica de este pasaje nos lleva al evangelio de hoy, dándonos la pauta de la auténtica religiosidad. La imagen de la puerta estrecha se nos ofrece como clave hermenéutica. Pero atención, cuidado con desviarse hacia interpretaciones moralizantes o espiritualizantes de esta puerta estrecha. Nada nuevo se descubre al afirmar que con esta puerta estrecha Jesús se refiere a sí mismo. Jesús es la expresión y manifestación de la auténtica religiosidad: Jesús es la higuera que da el fruto sublime, es quien tiene en sí y nos da el más excelso sentido de la existencialidad humana; en Jesús Dios y hombre no se oponen sino que hacen síntesis. Pero, además, Jesús es ese minúsculo grano de mostaza que en su desenvolvimiento llega y acoge a todos. La grandeza que es Jesús se ofrece paradójicamente en lo insignificante y escondido en la tierra. Esta imagen de la puerta estrecha nos exhorta a “encoger” nuestra religiosidad, a “empequeñecerla”. ¿En qué sentido? Es claro, en el mismo en que Dios mismo se empequeñece y encoge: en su Encarnación. Hemos de encarnar nuestra vivencia religiosa. Mejor dicho, sólo es posible una auténtica vivencia religiosa desde la encarnación.

Pero, ¿eso que significa? Es necesario asumir la Encarnación de Dios en el mundo en todos sus sentidos; hay que llevarlo a sus últimas consecuencias. La puerta estrecha es Jesús, el Hijo del Hombre. La Resurrección y Ascensión no anulan la Encarnación, sino que le dan su último y definitivo sentido. Y no se refieren meramente a Jesús, sino a toda la Creación que adquiere su plenitud en quien todas las cosas son recapituladas. Es decir, la Encarnación supone que todo en esta historia ha quedado tocado, todo ha sido modificado por ese acontecimiento: todo ser, toda institución, toda circunstancia,… sin que nada ni nadie escape de esa renovación.

La puerta de la salvación es una puerta estrecha porque es una puerta humana, en las condiciones de lo humano. Y las condiciones de lo humano son estrechas, son difíciles, están empapadas del sudor y del sufrimiento; es una puerta que reproduce la miseria de lo humano. Sin esa experiencia de lo profundo humano y sus condiciones no hay experiencia religiosa auténtica. Sin pasar por esa condición estrecha de la miseria de la condición humana y ser capaces de descubrir en ella la realidad divina no hay auténtica vivencia religiosa, no hay salvación. La salvación pasa por la miseria de lo humano por voluntad del mismo Dios que quiso encarnarse en ella. Y hay salvación, porque solo desde la conciencia y experiencia encarnada de la miseria que incorpora la condición humana, es posible concebir y acoger vivencialmente ese acontecimiento religioso que llamamos “salvación”. Sólo entonces “salvación” deja de ser un concepto teológico que en tantos suscita la pregunta de si acaso hemos de ser salvados de algo. Por eso, esa puerta estrecha es el mismo Jesús, que es Dios encarnado. Y por eso Jesús es la salvación, porque la miseria humana ha sido salvada en sí misma y transformada en semilla de glorificación. No en vano, Jesús significa “Dios salva”.

Sin embargo, aún cuando confesamos todos los domingos la fe en la Encarnación, hemos de reconocer que no acabamos de comprender el alcance del significado y consecuencias reales de ese acontecimiento. Es necesario que, en nuestra vivencia de la fe, seamos capaces de hacer la traducción de “Encarnación” a “encarnación”. El evangelio y la primera lectura nos hablan de naciones que no habiendo oído de la verdadera religión, sin embargo, son convocados a la mesa del reino de la que participarán. Ciertamente, se nos recuerda que hay muchas personas en nuestro mundo que, sin ser bautizados, son auténticos constructores del reino de Dios en este mundo implicándose y sacrificándose a favor de los demás. Son aquellos que, de hecho, participan de esa experiencia de “encarnación” y hacen visible la “Encarnación” de Dios en el mundo aún sin conocerle. En este sentido, los textos bíblicos parecen recordarnos que el paso de la vivencia práctica de la “encarnación” a la confesión de la “Encarnación” es más fácil (vendrán en camellos, carros, literas… nos dice la primera lectura) que de la confesión de la “Encarnación” a la vivencia de la “encarnación”, categorizada como la entrada por una puerta estrecha. Hecho que nos debería hacer reflexionar acerca de nuestra vivencia religiosa personal y nuestra vivencia religiosa en cuanto Iglesia.