Dom
20
Oct
2019

Homilía XXIX Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2018 - 2019 - (Ciclo C)

Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Dios no es un juez sobornable como el de la parábola

Hay un tema básico en esta palabra de Dios y la expresa nítidamente el evangelista al comienzo de su relato: tenemos que orar siempre sin desanimarnos y con férrea perseverancia.  Lo demás es una parábola para rememorar esta norma. Y la amonestación a la perseverante oración deriva de que la oración  es el ejercicio físico para mantener viva la esperanza de nuestra vida. La oración fluye espontáneamente de nuestra fe en un Dios creador y padre nuestro y confiesa espontáneamente nuestra dependencia y sujeción a un Dios que es padre nuestro. Orar es vivir en comunión diaria con quien se lo debemos todo y, al mismo tiempo, confesar nuestra identidad vivida en cada acto de nuestra vida. Es algo así como sentirse en la familia de Dios Trino y dejar que nuestra existencia lo perciba y experimente en cada instante. De ahí que invitar a orar sin cesar es invitar a vivir en comunión. Y perseverar en esa vida sin desanimarse, sin aflojar, sin distraerse, porque hablamos de una vida que solo en Dios tiene razón de ser (“Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”, Mt 7,7, se nos amonesta en otro lugar). Por ello la fe ora confiadamente y espera también con firmeza. El desanimarse o ceder en la oración es lo mismo que  decaer en nuestra fe y desanimarse en la esperanza.

Y sin embargo cabe sucumbir a la tentación de no perseverancia en la oración. Cabe, en efecto, el berrinche del niño en familia que no obtiene las cosas que desea o en el tiempo que él desearía. Y esto sí es posible y de ahí que la oración del cristiano pueda ser tentada de cansancio o dejación porque las cosas que desearía no se le conceden el tiempo y en la forma y medida que a él le gustaría. Pero eso ya es una falta de fe, que confiesa a Dios como creador y Padre Todopoderoso e intenta sustituirlo por sus veleidades, y también de esperanza, que es camino seguro para alcanzar e identificase con la voluntad de Dios mientras que el orante quisiera que fuera identificación con su persona humana, es decir, no es la esperanza teologal sino esperanza en una criatura humana por alcanzar sus gustos.

Tiene menor importancia la parábola del juez con la que el evangelio ilustra la norma de la perseverancia. Pudiera alguien pensar, por ejemplo, que Dios es un juez perverso como el juez que relata el evangelio y que solo nos atiende para que el orante “deje de importunarnos” o podría alguien imaginarse a un Dios repantingado en el cielo y deseoso de que nadie le moleste intempestivamente con ruegos inoportunos y que concede las cosas solo por liberarse de ese fastidio, como parece ser la conducta del juez de la parábola. Nada de eso. La oración es una charla íntima con un padre que nos habla, nos atiende y comprende nuestras más corrientes necesidades. Dios está esperando nuestra oración como el amante espera la contestación afectiva del amado. Y cuanto más rezamos más inclinamos hacia nosotros el amor y la gracia de quien se ha proclamado padre amantísimo de todo el que reza confiadamente.

Dejar de orar es perder calidad espiritual y arruinar toda esperanza

La plegaria es el alimento de toda fe y echar el ancla de nuestra esperanza vital. Por ello si remite nuestra oración remiten también los grandes ideales de nuestra vida cristiana como son el ideal de evangelizar los pueblos (“proclama la palabra e insiste a tiempo y destiempo”: 2 Tim 3,14-4,2; II lectura de hoy), el secundar la vocación a los estados de vida cristiana, el contribuir a la paz entre los pueblos, el remediar las necesidades físicas de tantos seres humanos.

Escenificación de la permanencia en la oración

Las lecturas de hoy nos proporcionan una imagen significativa de esa perseverancia en la oración. Es la escena que hemos oído en la primera lectura.  Moisés ascendió a la suma del monte para orar a Dios por la victoria de los israelitas contra los amalectitas que les impedían el paso a la tierra prometida. Y fue tan perseverante la oración de Moisés con los brazos en alto  que se le llegaron a cansar sus brazos y los que estaban con él le pusieron una piedra para que se sentara y le ayudaron a mantener los brazos en alto. Y así permaneció el final de l día en que los israelitas obtuvieron de Dios el triunfo sobre los enemigos. No bajó los brazos de la oración y perseveró largo tiempo en la súplica a Dios. Mantener siempre los brazos alzados en oración hasta quedar exhausto es la mejor escenificación de lo que es perseverancia en nuestra oración.