Dom
2
Jul
2017

Homilía XIII Domingo del Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Perder la vida para encontrarla

Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)



Primera lectura: (2Reyes 4,8-11.14-16a)

Marco: Pertenece al ciclo de Eliseo (2Re 2,1-8,29). Tenemos conocimiento de la existencia del círculo de profetas. Elías y Eliseo significan el paso de ese profetismo colectivo y extático, al profetismo más personalizado y más centrado en la Palabra.

Reflexiones

1ª) ¡Excelencias, valores y riesgos de la hospitalidad!

Un día pasaba Eliseo por Sunem y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y siempre que pasaba por allí iba a comer a su casa. Una lectura atenta de la Escritura nos permitirá comprobar el alto valor que se concede a la hospitalidad. Diríamos que se trata de una virtud o, más todavía, de una actitud muy arraigada en el corazón del oriental. Y aún sigue siendo una verdad comprobable (cf. Jc 19,11ss: léase detenidamente). Esta historia, en sus rasgos principales, resaltar la fuerza y las obligaciones de lealtad cuando se trata de la hospitalidad. Y curiosamente Dios se hace presente en estos acontecimientos de modo singular: recordemos la historia de Abrahán, de Moisés, etc. Hoy como ayer necesitamos recuperar esta actitud fundamental, que es más que una virtud. En un mundo en que son cada día más frecuentes las migraciones de unos países a otros es necesario que los discípulos de Jesús vayamos por delante en la práctica de esta forma de solidaridad y acogida. Sabemos que la hospitalidad lleva consigo serios riesgos. Así nos lo muestra la historia recogida. Pero es urgente seguir adelante y seguir abriendo fronteras para todos los que lo necesiten. Los asuntos prácticos o jurídicos pertenecen a otros estamentos. Los creyentes hemos de proclamar ante la sociedad que la hospitalidad sin fronteras nace de la misma entraña de la Palabra de Dios y del proceder de Dios para quien no hay fronteras.

2ª) ¡La hospitalidad recibe siempre su premio!

El año que viene por esta mismas fechas abrazarás a un hijo. La situación de esterilidad es un lugar frecuente de referencia para enmarcar intervenciones importantes de Dios. Él, que se hace presente de modo singular en los que practican la hospitalidad, sale siempre al paso para premiar ese gesto. Regularmente, la práctica de la hospitalidad desemboca en un encuentro con Dios. La sunamita no tiene hijos. Es bien conocido para quien es asiduo a la lectura de la Escritura que la descendencia es un don muy apreciado entre los orientales y, de modo concreto y singular, entre los hebreos. Hasta tal punto esto es así que morir virgen, es decir, sin hijos, se entendía que era una desgracia. Recuérdese la historia de la hija de Jefté (Jc 11,29ss) que pide a su padre irse por los montes con sus amigas a llorar porque iba a morir virgen y sin descendencia. En este contexto, iluminado por otros muchos casos, se entiende que Eliseo sea sensible a la necesidad de sus hospederos. El mejor premio que pueden tener es un hijo. Y Eliseo lo suplica a Dios. Y Dios se lo concede. Una vez más aprendemos que para Dios nada hay imposible. Hoy como ayer es necesario volver la mirada a un Dios Padre que sigue solícito de sus hijos extendidos por todo el mundo. Él sigue atendiendo a sus hijos como Él sabe que es mejor para ellos. Es necesario seguir viviendo en coherencia estas profundas convicciones. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo lo necesitan. Lo que se comparte solidariamente no se pierde ni se consume, sino que fructifica con creces en beneficio de todos. Dios quiere que sus hijos sean también así.

Segunda lectura: (Romanos 6,3-4.8-11)

Marco: El contexto es el mismo que el de domingos anteriores. La lectura habla de la nueva vida en Cristo. Desde su profundo y amplio cristocentrismo, Pablo presenta toda la experiencia cristiana con rasgos firmes y muy personales. En Cristo, y sólo en él, el hombre puede encontrar la verdadera vida. Y con ello se alcanza al núcleo del hombre: su anhelo de vivir y su rechazo innato a la muerte. Se trata de una perícopa de singular importancia para la experiencia de fe cristiana en este estado de peregrinación.

Reflexiones

¡La paradoja de muerte y de vida en Cristo y en sus discípulos!

Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte. Detrás de esta imagen, y sustentando su significación, está el sentido de la personalidad corporativa*. Y aún más en el fondo está la realidad abordada en el capítulo 5 sobre el viejo y el nuevo Adán. Todos los hombres participan, a través de la generación natural, del destino del primer Adán que conduce inexorablemente a la muerte. El sentido de solidaridad que existe en la conciencia de los que forman un mismo clan y una misma familia era más fuerte y profundo que en nuestra mentalidad. Esta realidad proporciona a Pablo una de sus más atrevidas afirmaciones: en Cristo somos un solo cuerpo y para ello es necesario entrar por el camino de su muerte que abre caminos de nueva y real vida para los hombres. Igualmente Pablo, evoca y acude al modo de practicar el bautismo en los primeros siglos de las Iglesia, es decir, mediante la inmersión en la fuente (piscina) bautismal. En este gesto sacramental todos los signos adquieren especial importancia y significación. Esta llamada a una leal y comprometida solidaridad alcanza también a los discípulos de Jesús en este mundo que nos ha cabido en suerte vivir. Hoy, quizá más que en otros tiempos, urge un testimonio vivo y coherente de solidaridad que sepa enraizarse en la que Cristo nos ofrece mediante el bautismo y que debe manifestarse en hechos concretos entre los hombres. Sólo así se hará cada día más fiable el Evangelio de Jesús en el esfuerzo por una mayor comunión, igualdad y dignidad entre todos los hombres. Jesús fue por delante abriendo camino.

Evangelio: (Mateo 10, 37-42)

Marco: Seguimos proclamando el discurso misionero.

Reflexiones

1ª) ¡Las paradojas desconcertantes utilizadas por Jesús!

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí... Es necesario recordar la singular significación de los vínculos familiares en las sociedades antiguas, especialmente en el mundo del pensamiento judío en el que nace y se forma el Evangelio. Los vínculos con el padre (y la madre) garantizan el entretejido familiar. Se subraya fuertemente en la Escritura la situación de dependencia de los hijos (y no digamos las hijas) alrededor del padre aun después de casados. Recuérdese la importancia concedida, social y religiosamente, a los hijos y el deseo de tenerlos. Igualmente la carencia de los mismos como signo de una maldición y de un futuro sombrío para los padres. Algunos ejemplos: la muerte de Lázaro supone para sus hermanas el total desamparo humano, económico y social. Lo misma se diga del acontecimiento narrado por Lucas del hijo único de una viuda de Naím que queda condenada a un futuro sombrío e incierto. Es radicalmente novedosa la posición y la exigencia de este Maestro procedente de Nazaret. Es incomprensible. Pero se ha poner cuidado al leer estos pensamientos y afirmaciones de Jesús. El seguimiento de Jesús exige una opción radical, pero no destruye el entramado familiar; más bien, lo interpreta de otro modo y lo ilumina. Algunos son invitados a dejarlo todo realmente y ponerse en marcha para una misión itinerante que rompe los lazos anteriores. En este caso se encuentran los apóstoles (Mt 4,18-22). Pero lo que Jesús pretende, en realidad, es establecer otro modo de entender estas realidades desde la esperanza del reino. Con él en el centro, todo tiene su verdadero sentido. Por eso habla de preferencia o dónde poner el centro y la razón de los comportamientos a todos los planos. Hoy como ayer es necesario presentar un Evangelio exigente pero humanizador y transformador. Pablo lo entendió muy bien cuando escribió a los Corintios: Que cada uno siga viviendo según el don recibido del Señor y en la situación en que se encontraba cuando Dios lo llamó (1Cor 7,17). Bien es verdad que el contexto de Mateo es que se trata del discurso misionero. Y los mensajeros de Jesús son invitados, algunos especialmente, a dejarlo realmente todo para posibilitar la itinerancia y la movilidad que exige la proclamación del reino por todas partes y hasta los confines del mundo. No es excluyente, es sencillamente lo que Mateo quiere decir al enmarcarlos en el discurso misionero. También hoy es necesaria la itinerancia, si no real para todos, sí espiritual para quienes quieran hacer posible la experiencia del evangelio con realismo transformador.

2ª) ¡Recibir a los apóstoles y su mensaje es recibir a Jesús y al Padre!

El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado. Jesús exige la ruptura con la familia natural, pero ofrece un nuevo estilo de familia, que los estudiosos del Evangelio han convenido en llamar, una familia subrogada*. Esta nueva familia garantiza la cohesión en los lazos sociales y religiosos. Jesús no deja en desamparo a los que le
sigan en la misión. Les garantiza una nueva familia que se cuidará de ellos y en la que se encontrarán plenamente integrados. El centro visible de esta nueva familia es Él mismo. Él se
convierte en la motivación radical del nuevo comportamiento familiar. Pero Jesús revela una novedad radical: serán la familia del Padre que le ha enviado. Y el Padre se encargará de velar y
cuidar de todos ellos. La vuelta al Evangelio real de Jesús permitiría ofrecer a nuestro mundo otra imagen más atrayente y convincente de lo que pide y de lo que ofrece a todos los hombres. Porque el Evangelio, anunciado de modo singular por determinados mensajeros elegidos para esta tarea, alcanza a todos. Y todos nos convertimos en mensajeros por la palabra o por el testimonio. El Evangelio crea otros lazos más fuertes que los que crea la propia sangre. La familia de Dios, la nueva familia nacida alrededor de Jesús, no es una imagen o un recurso romántico, es una realidad profunda, gozosa y comprometedora.

El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo... no perderá su paga, os lo aseguro. Estas palabras evocan la historia de Eliseo, que hemos proclamado en la primera lectura de hoy. La sunamita recibió una desbordante paga a su hospitalidad. Comunión profunda en la nueva familia: todos participan en la misión y todos participan en el fruto de la misión. No importa la tarea que en ella se le encomiende a cada uno. Todos trabajan por la misma causa, la de Jesús y todos reciben el mismo premio prometido por Él.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
(1937-2019)