Dom
2
Jul
2017

Homilía XIII Domingo del Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Perder la vida para encontrarla

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

La nueva familia en Jesús: amar más…

El texto de Mt que leemos hoy es uno de esos textos que se prestan a muchos malentendidos, por eso es necesario leerlas e interpretarlas a luz de la decisión que impone seguir a Jesús, ser un discípulo y discípula.

Se compara el amor a Jesús con el amor al padre, a la madre, al hijo y a la hija; es decir, a los miembros básicos de la familia. Sabemos que, para los judíos, la familia tenía un valor fundamental y lo sigue teniendo para muchas culturas hoy en día. Los vínculos familiares son los más importantes y “sostenedores” de las personas. Las exigencias de Jesús parecen excesivas.

Por eso, hay que comprenderlas a la luz de la opción de seguir al Maestro. En un contexto de persecución, los discípulos, tenían que tomar opciones a la hora de vivir su fe en Jesús de Nazareth. Ser discípulo traía consigo la indefectible división en el círculo familiar, entre los que creían y aquellos que no. Y es ahí, donde el discípulo y la discípula debe optar, es decir, “amar más a Jesús”. La nueva familia conformada en Jesús, por sus seguidores exige “amar más…”

Podemos preguntarnos nosotros hoy: ¿cómo es mi amor a Jesús? ¿de verdad, amo más a Jesús? ¿Qué supone para mí amar más a Jesús?

Perder la vida para encontrarla…

Realmente las palabras de Jesús son paradójicas, desafían cualquier lógica humana para su comprensión. Ayer y hoy lo sigue haciendo: he ahí el poder el Evangelio. El discípulo está invitado a cargar “su cruz” y seguir al Maestro. La opción por la persona de Jesús tiene su “cara de muerte”, su dimensión de persecución y pérdida de la propia vida: así el discípulo se hará semejante a su Maestro.

Mateo nos hace saber que la urgencia del evangelio invita incluso, a perder la vida; “todo y nada vale” a la hora de anunciar la Buena Noticia de Jesús. Perder la vida por Jesús y su evangelio es equivalente a encontrarla y ganarla; y por el contrario, “salvar” o encontrar la vida a costa del evangelio, equivale a perderla. Esta es la ilógica del proyecto de Jesús.

Podemos preguntarnos hoy: ¿estoy dispuesto/a a “perder” la vida por el Evangelio? ¿Qué significa para mí, “perder la vida”?

Recibir a Jesús…

El largo discurso de las instrucciones a los discípulos misioneros –en palabras de Aparecida - termina con una promesa de recompensa. Jesús promete que nada quedará sin recompensa. Es interesante el movimiento que se produce entre los sujetos del texto: va desde el mayor (un profeta) hasta el menor de todos (pequeños). Esto nos sugiere que el Evangelio siempre debe llegar hasta los más pequeños, los más humildes de este mundo. Tanto el profeta como “el pequeño”, recibirán recompensa.

Jesús se identifica con sus discípulos, con sus “pequeños” y afirma una de las más grandes verdades de su evangelio: el que recibe a sus discípulos, lo recibe a El mismo y el que lo recibe a El, recibe al Padre que lo envió. Este misterio de identificación “sacramental” humano-divino es un desafío a nuestras estrecheces mentales e ideológicas: El Padre está en los pequeños, en los discípulos. Por eso, no quedará sin recompensa lo mínimo que alguien puede ofrecer: un vaso de agua.

Si los versículos anteriores (37-39) invitaban a la entrega radical, creo que estos últimos, nos invitan a pensar en nuestra capacidad de acogida, de recibimiento, de apertura a todos aquellos profetas y pequeños discípulos de Jesús de Nazareth.

Podemos preguntarnos: ¿Soy consciente de recibir a Jesús? ¿Cómo es mi capacidad de acogida y apertura a los otros? ¿Soy capaz de compartir al menos un vaso de agua? ¿Qué significa eso para mí?