Dom
19
Ene
2020

Homilía II Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2019 - 2020 - (Ciclo A)

Éste es el Cordero de Dios, que quita los sufrimientos del mundo

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Cuando Jesús aparece por primera vez en el cuarto evangelio, se le muestra en acto de venir hacia Juan, así se cumple el anuncio de Isaías «El Señor viene» (Is 40,10). Pero si Jesús viene hacia Juan, no es para hacerse bautizar, sino para mostrar que Dios está realizando en Jesús la promesa y la esperanza de salvación dada desde antiguo a su pueblo.

¿Qué es el pecado del mundo?

  1. La primera carta de Juan atribuye a Jesús, el Mesías, la función de limpiar los pecados de los hombres. Sin embargo, hay una diferencia en el testimonio del Bautista que narra el cuarto evangelio: no habla de los pecados de los hombres, sino del Pecado del mundo. La función de Jesús, el Mesías, para el cuarto evangelio no es solamente la de suprimir los pecados individuales, sino la de poner fin al dominio del Pecado básico. Pero ¿cuál es ese pecado del mundo? No pocos exégetas afirman que consiste en el estado de ruptura con Dios en que se encuentra la humanidad. Pero esto es decir algo muy general y sin un contenido preciso al qué atenerse.

  2. Pues bien, para entender qué es el “pecado del mundo”, diremos que el vocablo “mundo” se refiere al conjunto de valores y de contravalores que comparten una pluralidad de personas en un tiempo y en un espacio determinados. A lo largo de la historia han existido multitud de mundos: el mundo griego, el mundo medieval, el mundo moderno, el mundo africano, el tercer mundo, el mundo desarrollado, el mundo asiático, etc. Lo más específico de cada mundo es que todos los valores y los contravalores que lo constituyen y que son compartidos por una pluralidad de personas están dirigidos e influidos profundamente por un “núcleo” formado por valores y contravalores de ese mundo.

  3. Jesús fue en su “mundo judío” –sometido a los romanos y a las clases ricas colaboracionistas con el imperio–, un verdadero “cordero de Dios” que liberó a los más desprotegidos de las grandes inhumanidades, es decir, curó enfermos, dio dignidad a los que no la tenían, se compadeció de los que sufrían, liberó a los que padecían todo tipo de esclavitudes, hizo comidas abiertas sin distinción de clases sociales (“Tomad y comed todos del mismo pan”, “Le reconocieron al partir (para repartir) el pan”). Éste era el modo que Jesús tenía de quitar el pecado, la gran inhumanidad de su mundo, plagado de numerosos pobres y desvalidos: poniendo remedio a los efectos negativos y dolorosos que los contravalores más importantes para aquel mundo (hambre, discriminación de todo tipo, enfermedades) causaban en las personas indefensas. Jesús, el Cordero por el que Dios quitó el pecado de su mundo judío, bien puede considerarse Hijo (Jn 1, 34), y llamar Padre al Dios cuya misericordia compasiva y generosa bondad se opone a todas las formas de mal y de sufrimiento de los seres humanos.

Nuestro mundo

Desde comienzos de la humanidad, en los múltiples y variados mundos que han existido, los valores de sus respectivos núcleos fueron los valores religiosos, que teñían de “religiosismo” a todos los demás valores. Hoy, en cambio, en “nuestro mundo de la producción y del consumo”, los valores religiosos han sido sustituidos por los valores biopsíquicos (salud, placer de los sentidos, placer sexual, limpieza) y por los valores económicos (producción y consumo de mercancías).

Estas dos clases de valores son los que ejercen hoy de núcleo dominador y transformador de los demás valores. Por tanto, el resto de los valores (estéticos, morales, religiosos, sociales, del conocimiento y lúdicos) son tratados y vividos casi únicamente como mercancía (aquello por lo que se paga un precio monetario) o como fuente de salud y de placeres de los sentidos. Aquí es donde se origina el mayor pecado de nuestro mundo, el mayor de los contravalores, el que causa mayores sufrimientos en muchísimas personas. Otros mundos han tenido su propio pecado, su contravalor–fuente de toda clase de sufrimientos de las personas.

Las inhumanidades o el pecado de nuestro mundo

¿Qué inhumanidades se generan en nuestro mundo por el hecho de tener como núcleo a los valores y a los contravalores económicos y biopsíquicos?

  1. Los linchamientos personales de vida orgánica. Muertes masivas debidas a conflictos bélicos, muertes por la producción y comercialización de variados y terribles ingenios bélicos a escala global, millones de muertos de hambre, especialmente niños, víctimas de la injustísima distribución de la riqueza. Tampoco han de olvidarse las víctimas causadas por el intenso y extenso tráfico mundial de drogas, de tabacos y de bebidas alcohólicas.

  2. El lucro ilimitado, característico del núcleo económico de nuestro mundo, desencadena explotaciones sin medida de los entes, porque todos los seres, incluido el ser humano, hemos sido reducidos en nuestro mundo a la categoría de simple mercancía. Hoy estamos tomando conciencia de cómo la explotación económica sin límites de nuestro planeta nos va a llevar pronto a una gran catástrofe. Pero, como siempre, son los pobres y los débiles los que sufren mucho más las consecuencias negativas de esta explotación sin límites.

  3. La combinación de contravalores biopsíquicos y económicos origina la carencia de los valores biopsíquicos y económicos más elementales. No hay palabras para describir la miseria de esas personas que habitan en las enormes montañas de basuras de las periferias de las grandes ciudades. Los harapos y el hambre de los niños, el abandono de ancianos solitarios, el hacinamiento, las enfermedades plagadas de indignidad, la suciedad, el desaliño y la falta de higiene por todas partes, expuestos día y noche a toda la inclemencia brutal de la naturaleza son las “pertenencias” de estas personas.

  4. Los que padecen la condición de parados. Para la inmensa mayoría de los parados, la pérdida de trabajo lleva consigo el corte radical del flujo de dinero hacia ellos. El parado entra así en el área del sufrimiento unido a las más humillantes dependencias, bien como marginado o como dependiente de las familias o del amparo de un Estado protector.

  5. Los valores biopsíquicos y económicos erosionan el sentido general de la vida, puesto que degradan a los demás valores al convertirlos en mercancías y hacerlos perder su propia y específica naturaleza.

  6. Muchísimas personas, en inmensas migraciones, parten de las naciones pobres y se dirigen a las ricas, deseosas de saborear lo que les ofrece nuestro mundo de valores biopsíquicos y económicos.

  7. El sufrimiento que produce el cinismo de hacer que el valor cohabite sin problema alguno con el contravalor. Tales son los casos de justificación de la coexistencia de abundancia de alimentos de unos pocos con abundancia mayor de muertos de hambre, la compatibilidad de un voraz consumismo con el esmerado respeto a los seres de la naturaleza, ser al mismo tiempo hábiles compradores de votos y promotores entusiasmados de la democracia, la armonía de la riqueza económica de unos pocos con la miseria biopsíquica de una gran mayoría, hablar de la promoción de la cultura y de la educación para todos y luego dedicar casi en exclusiva todos los recursos al desarrollo del producto interior bruto económico, la cohabitación de libre mercado y la esclavitud de países enteros.

  8. El egoísmo –contravalor social y también ético– cuando está influido por lo biopsíquico económico. Mucha gente habla de que el egoísmo se está extendiendo cada día más, sobre todo entre los jóvenes. Y es verdad. Una de las razones de tal extensión del egoísmo es que los valores que constituyen el centro valorativo de nuestra situación son excluyentes, más los económicos que los biopsíquicos. Quiero significar con el término “excluyentes” el hecho de que, si los posee una persona, no puede tener esos mismos valores y al mismo tiempo otra persona. Por tanto, el individualismo egoísta en las personas es una consecuencia inevitable de vivir una situación en la que el centro valorativo es el que tenemos en nuestro mundo.

Los cristianos, continuadores de la obra del Cordero de Dios en nuestro mundo

En principio, la salvación parcial, limitada y temporal que Jesús ejercía en Galilea contra las inhumanidades, contra el pecado de su mundo, acabó cuando murió. Pero Jesús creó un movimiento, en el que quien desee identificarse con él ha de seguir su mismo camino de salvación de los contravalores que sufre la gente de su alrededor.

La salvación de Dios en Jesús ya no es –después de su muerte– directa, sino que ha de ser llevada a cabo por sus seguidores. Las grandes acciones salvíficas de Dios en favor de Israel, que la liturgia no cesa de narrar, celebrar y alabar, fueron llevadas a cabo en Israel por seres humanos concretos, no directamente por Dios.

Ahora bien, la función de los cristianos no es solamente la de ayudar a suprimir los sufrimientos individuales, sino la de poner fin al dominio de ese pecado básico de nuestra cultura: el dominio absoluto de lo económico y de lo biopsíquico sobre todo lo demás. Este pecado es el origen de no pocos sufrimientos en nuestro mundo.