Dom
18
Dic
2016

Homilía IV Domingo de Adviento

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, Dios-con-nosotros

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Este último domingo de adviento quiere ser algo así como el “pregón” de las fiestas que se avecinan, la liturgia en esta semana que empieza nos recuerda cual ha de ser el motivo de nuestra meditación, porque el Señor ya está cerca. Estamos en un tiempo de espera ante su venida, una espera que sostiene nuestra esperanza en alguien que viene a dar sentido a nuestra vida brindando nuevos horizontes. No podemos dejarnos llevar por la inercia del caminar monótono de un mundo donde todo parece que tiene otro lenguaje, nos invade, y a veces acabamos cayendo en aquello que en otros momentos hemos criticado. En una palabra, hemos de hacer un esfuerzo, nadar contra corriente, para no olvidar cual es el motivo de nuestra alegría y avivar nuestra fe como cristianos seguidores de Jesus de Nazaret. Pero todo esto hemos de llevarlo a cabo en el ambiente en que vivimos con nuestras exigencias sociales y circunstancias concretas.

La iglesia, que nos invita a seguir la liturgia de estos días, nos recuerda algo importante, no somos meros espectadores de un hecho histórico o herederos de una tradición que puede parecer desfasada o molesta, sino protagonistas del misterio cristiano que se reproduce ante nosotros con todos sus matices, para recordarnos que el autentico sentido de la celebración es el nacimiento de Jesús, que nos compromete personalmente a un nuevo nacimiento en nosotros.

A través de las lecturas  bíblicas vamos a meditar hoy lo más nuclear del misterio navideño, el nacimiento de Jesús en nosotros mismos-, que nos llevará a reafirmar nuestra actitud de creyentes. En esta tarea o ejercicio interior destaca la presencia de los protagonistas de aquella primera Navidad, son los padres de Jesús, María y José, el relato evangélico nos va a llevar a pensar  en sus sentimientos tan humanos, en sus vivencias, y sobre todo en sus actitudes y respuesta, al encontrarse con un misterio comprometido y difícil de entender.

El nacimiento de Jesús fue de esta manera. (Mateo 1, 18)

Así empieza el evangelio de Mateo que hoy leemos. Nos presenta lo que podíamos llamar la identidad de Jesús, y lo hace mostrándonos su genealogía hasta llegar a José, de la estirpe de David, para relatarnos después de forma sencilla y directa como fue el nacimiento de Jesús. Nos habla de María, la virgen madre que concibe a su hijo por obra del Espíritu Santo. Sigue después mostrándonos las dudas de José con quien estaba desposada, señalando que era un hombre justo y no quería denunciarla, está confuso, por lo que decide repudiarla en secreto.

Pero el ángel del Seños en sueños despeja sus dudas, “la criatura que ha concebido María viene del Espíritu Santo”. De esta forma Dios le hace entender que debe ser el padre protector de una nueva familia formada por María y Jesús, y le dice: “María dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados “. Todo esto es muy importante en la tradición de aquella sociedad judía, el padre era el que al dar el nombre al hijo hacía oficial su paternidad, así José se convierte en el padre de Jesús. Este nombre que se le da tiene un significado, Jesús quiere decir Salvador, el que libra al pueblo del pecado. Es también el Emmanuel anunciado por el profeta, palabra bíblica que significa Dios-con-nosotros, porque Dios es el que salva.

María y José, de una forma sencilla supieron acoger los planes de Dios que en principio no eran sus planes. Por eso son un modelo para todos los que nos consideramos creyentes que tantas veces actuamos llevados por nuestros intereses, sin preguntarnos si son conformes a la voluntad de Dios.

Este relato evangélico sobre el origen de Jesús contiene un fundamento teológico que solamente podemos entender nosotros a través de la fe. Nos explica su identidad, Jesús es el mismo Dios hecho hombre. Es lo que la teología llama el Misterio de la Encarnación, porque hay que dejar bien sentado que para nosotros es un “misterio”, algo que solo conocemos porque se nos ha revelado y no tiene una explicación humana.

Pero, partiendo de la aceptación de este dogma que los creyentes recitamos en el Credo y recordaremos hoy en la misa dominical, un principio básico en el que se cimenta nuestra fe, hoy nos interesa analizar nuestra actitud ante el hecho de la presencia de Jesús en nuestra vida. La Navidad no es sólo la conmemoración de una fecha sino la invitación a preparar una trasformación interior necesaria en  todos nosotros, porque al aceptar a Dios hecho hombre descubrimos el camino de nuestra perfección nos hacemos más humanos y la presencia de Dios, nos hace más “divinos”, es un maravilloso intercambio como nos dice el pregón solemne de la Nochebuena, porque podemos decir que cada uno de nosotros somos el sitio donde ese Niño que esperamos nace cada día.

Su nombre significa “Dios-con-nosotros.”

Por eso es muy importante descubrir lo que representa esa especie de consigna en la que se centra el misterio de la natividad del Señor, el  “Dios-con-nosotros”, pues en ella esta resumida la acción liberadora que nos trae Jesús como un autentico camino de salvación.

Cosa difícil vivir la presencia de Dios tan cercano en un mundo mediatizado por tantos incentivos materialistas que nos encadenan, que son opuestos a la llamada del espíritu, que intenta re-vitalizar nuestra vida. Estamos, en realidad, ante un camino personal que cada uno de nosotros ha de descubrir. Recordemos la frase conocida de S. Agustín “Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”.

Hemos de preguntarnos como acogemos a Dios. Estábamos acostumbrados a tener una imagen de la divinidad como todopoderosa, transcendente, la imagen de un Dios que se impone, que da consistencia y que sostiene el universo, un Superhéroe diríamos hoy día… pero de pronto, el hecho de hacerse hombre nos enseña a interpretar a Dios de una forma más personal, más cercana, nace un estilo nuevo de relación Dios-Hombre. Es un Dios que está decididamente con nosotros, Jesús (el Niño-Dios) comienza su andadura en la tierra haciéndose niño, indefenso y no poderoso, rompiendo así barreras al hacerse cercano, débil, identificándose con nuestras necesidades y carencias. Un niño, una nueva esperanza.

Pero esta experiencia de Dios con nosotros solo la podemos descubrir en la intimidad del silencio, en la “oración”, donde nos vaciamos de nuestros afanes, inquietudes y ansias de dominio, para dar cabida a un niño que se presenta pobre y humilde.

María la madre de Jesús

Al plantearnos la preparación para celebrar nuestra navidad es preciso que nos fijemos en María la madre de Jesús. María ha estado siempre presente en medio de la iglesia. Desde su silencio supo recoger el proyecto de Dios para con nosotros entregándose a él de una forma responsable y adulta. Son pocos los datos que tenemos sobre la vida de María, pero son suficientes y muy expresivos. María en todo momento se muestra como mujer que se entrega a los planes de Dios en una actitud de silencio y humildad, acogiendo su Palabra y meditándola en su corazón. Desde esta postura, es el auxilio de los cristianos que han sabido ver en María no solo a la madre de Jesucristo sino también a la mujer madre nuestra. María con su entrega a Dios y al prójimo es el modelo de mujer comprometida por el “reino de Dios” predicado por su hijo. Por eso no es exagerado ni está fuera de lugar la devoción que los cristianos de todos los tiempos sentimos hacia María, porque en todo momento han sabido ver en ella a la madre de todos los creyentes que nos acerca y ayuda a descubrir al Emmanuel: el Dios-con-nosotros.