Sáb
15
Ago
2009

Homilía Asunción de la Virgen María

Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)

Dios ha mirado la humillación de su esclava

Introducción

Los cristianos corremos el peligro de idolatrar a la Virgen si olvidamos que María no se entiende si no es en relación con la presencia salvífica que Dios ha tenido siempre con toda la creación, presencia que llevó a su plenitud por medio de Jesús de Nazaret. Dios –que no lo necesita– es el que debe ser honrado por nosotros en esta fiesta de la Asunción de María, como lo ha de ser en todas las que los cristianos celebramos, por su infinita, incondicional e inimaginable bondad y misericordia para con todos nosotros, y por ser el origen de los dones que nos adornan a las criaturas. A la manera como hizo con Jesús, Dios lleva a cabo la suprema liberación de los seres humanos al darnos vida junto a Él más allá de la muerte. Dios, que resucitó a Cristo de entre los muertos como el primero de los que durmieron, también resucitó a su madre María, que fue alabada por Jesús más por su fe que por el hecho biológico de ser su madre. María es el primero y más eminente fruto de la redención llevada a cabo por su Hijo. Eso significa que Dios la “elevó” en cuerpo y alma al cielo. Por eso hoy debemos, como la creyente María, “proclamar la grandeza salvadora del Señor”.

Pero no todo puede quedar en agradecer y proclamar con palabras la grandeza salvadora de Dios. Los primeros seguidores de Jesús, por su fe y su contacto con él, experimentaron una transformación completa en sus vidas. Y el “Abba” de Jesús y nuestro, el Dios que tiene preferencia por los pobres, los excluidos y los pecadores, reclama de los que nos consideramos cristianos, seres humanos transformados, seguir el itinerario vital de Jesús: servir al reino de Dios con todas nuestras fuerzas para “elevar” a las personas de las miserias en las que están hundidas.