Dic
Homilía III Domingo de Adviento
Año litúrgico 2025 - 2026 - (Ciclo A)
“ Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo ”
Pautas para la homilía de hoy
Evangelio de hoy en vídeo
Reflexión del Evangelio de hoy
"El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá"
¿Quién de nosotros, al contemplar el mundo de hoy, cuando vemos el telediario o leemos las noticias (que siempre suelen ser malas) no tiene a veces la sensación de que el futuro es oscuro, de que todo se va al garete, de que esta sociedad nuestra, plagada de guerras, materialismo e injusticas está perdida?
O, en la propia existencia, las experiencias que nos toca vivir en ciertas ocasiones, ¿no nos han hecho sentir que todos los esfuerzos y trabajos de cada día son estériles, no dan fruto… que la vida es una estepa desértica en la que solo cabe esperar más pérdida y dolor?
Son vivencias muy humanas, muy reales que puede parecer que imposibilitan cualquier forma de alegría, pero es precisamente en esa constatación de que somos una humanidad frágil y lastimada donde únicamente tiene sentido la esperanza del adviento que nos anuncia Isaías.
Una esperanza que es fundamental para todo ser humano, imprescindible para la vida pues es el cimiento que nos sostiene ante el sinsentido o el sufrimiento.
"Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará"
Pero no nos sirve cualquier esperanza, el profeta nos anima a fortalecernos en una esperanza verdadera, que no puede ser ingenua, egoísta ni pasajera; ni el simple optimismo de quien cree inocentemente que todo va a salir bien; o una expectativa pasiva del que se sienta a aguardar que algo suceda.
Una que esté puesta solo en el Dios que no nos abandona nunca, que viene a colmar los anhelos más profundos de la humanidad: la muerte de la muerte, el fin de toda lágrima, el triunfo del amor para siempre.
El adviento, en su doble dimensión, nos ilumina notablemente, pues nos preparamos para celebrar una encarnación que ya es un hecho y, por tanto, podemos conocer y reconocer los signos del reino a nuestro alrededor, las señales del cumplimiento de las promesas que hemos recibido. El saber descubrirlas hoy nos restablece en la espera de la plenitud de ese cumplimiento, de la venida final del Señor.
"Ven, Señor, a salvarnos"
Por eso seguimos esperando, por esa razón continuamos transitando el adviento, un camino que solo se puede recorrer si de verdad somos conscientes de las carencias y dolores del ser humano; si nos duele en carne propia cada gota de sangre que se derrama en la tierra, cada soledad, cada carencia… si realmente sentimos con urgencia que necesitamos como individuos, como iglesia, como humanidad, todos uno, de la Buena Noticia.
Porque sentimos una necesidad íntima que sólo colma el encuentro que experimentamos con Jesucristo, el encuentro con el niño que nace… la plenitud del encuentro definitivo con Cristo en su Gloria… eso es lo que nos lleva a esperar, con alegría profunda, aún más de Él.
"Hermanos, no os quejéis los unos de los otros"
Y es así, junto al rostro sufriente de la realidad, desde el compromiso con los descartados de nuestra sociedad, cuando la esperanza nos muestra cómo afrontar lo que la vida nos depare, a superar los obstáculos y dificultades, a “ser” en plenitud.
Lo que esperamos deja de ser un ideal lejano para convertirse en una fuerza activa, concreta, un don recibido de lo Alto y de nuestros mayores, que reside en lo más profundo de nuestras heridas y lo transforma todo: el modo de vivir, la forma en que nos relacionamos, convierte en peregrinaje lo que podía ser una vida errática y sin rumbo.
"Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo"
Por todo ello, el texto de san Mateo nos invita a detectar las señales del Reino, de la acción de Dios en nuestra cotidianidad; a valorarlos, disfrutarlos y agradecerlos.
Que con ellos y junto a Jesús aprendamos a ver todo el amor y la bondad que nos rodea; a caminar y crecer rompiendo con las perezas, los egoísmos y temores; a dejarnos liberar de todo lo que nos somete y nos resta libertad o dignidad; a escuchar y comprender la Palabra y los signos de los tiempos; a convertirnos también, cada uno de nosotros y todos juntos en comunidad, en un signo de esperanza, en un anuncio, una predicación viva del Evangelio.
"¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!"
Es preciso aprender a hacerlo, comprender que Él siempre está más allá de nuestras expectativas, de lo que creemos bueno o malo, de la forma en que nos gustaría que respondiese y se resolviesen las cosas.
Es el momento de robustecer y depurar nuestra esperanza para que únicamente resida en Jesucristo, de despojarnos de cuanto nos condiciona con la confianza en que su amor no defrauda, con el deseo de hacer su voluntad y no la nuestra.
No estamos solos ni desahuciados, el Señor acompaña nuestra historia y viene, siempre viene, aunque en ocasiones no sea como imaginábamos… ya está aquí porque también tiene sed de nosotros.