Dom
12
Jul
2020

Homilía XV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2019 - 2020 - (Ciclo A)

Salió el sembrador a sembrar

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

En la homilía de este domingo yo reflexionaría sobre dos puntos, íntimamente relacionados entre sí: la riqueza de la Palabra de Dios que proclamamos (la semilla),  y las diversas posturas de vida del oyente ante la palabra recibida (los distintos terrenos de la parábola). 

La riqueza de la Palabra: la semilla y la lluvia y la nieve

Jesús compara a la Palabra de Dios con la semilla. La semilla es promesa de vida futura; en ella, tan pequeña, se aprieta y comprime la vida que, al tras el pasaje a través de la muerte, se despliegará y dará mucho fruto (Jn 12, 24). De acuerdo a su ritmo preciso, se formará el tallo, la espiga y el grano. Y, luego, el pan. 

Nuestras palabras no son simples sonidos vacíos que emitimos; cada una de ellas son nuestra intimidad manifestada y entregada; en ellas, apretamos puñados de nuestra intimidad recóndita y –al hablar- la manifestamos y compartimos con quien nos escucha. ¡Cuánta vida comprimida y apretada hay en un “te quiero”  o en un “te odio”…¡ Nuestras palabras tienen mucha entraña.

Jesús es la Palabra del Padre. San Juan nos habla de su riqueza entrañable: “la Palabra era Dios”, “todo existió por medio de ella”, “en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres”, “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Cfr Jn 1).

Jesús es siempre Palabra del Padre, así lo enseña a los suyos: “El que no me ama no guarda mis palabras.   La palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado” (Jn 14, 24). Él es siempre revelación, buena noticia. Y cuando Jesús, la Palabra encarnada habla, entonces Dios se nos dice abiertamente hasta el punto de que si amamos a Jesús y cumplimos su Palabra, entonces –asegura Jesús- “mi padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23).

El profeta Isaías (1ª lectura) asemeja la Palabra de Dios a la lluvia y a la nieve que bajan del cielo y empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar. Este es el “encargo” de la lluvia y de la nieve. Del mismo modo, la Palabra de Dios no vuelve a él vacía, sino que hace su voluntad y cumple su encargo que es dar vida.

La diversidad de terrenos

 Jesús observa los diversos terrenos donde solía caer la semilla: al borde del camino, el terreno pedregoso, entre zarzas, en tierra buena. Él mismo indica el significado de cada uno de estos terrenos y por qué la semilla se malogra en ellos o da fruto abundante.

Cuidados para mejorar la tierra.

  • Los campesinos, año tras año, cuidan sus tierras: quitan las malas hierbas, sacan las piedras, remueven la tierra y la abonan. El creyente ha de cuidar también con esmero su tierra, es decir su capacidad de escucha evitando los ruidos que apagan la voz de Dios. Sobre todo, ha de crear un clima de silencio interior allí donde Dios habla. Hay que escuchar con corazón sencillo, con la docilidad de discípulo y “guardar” la Palabra que implica abrazarla, cuidarla, respetarla y agradecerla.
  • Recibida la Palabra de Dios en nuestra tierra, desentrañarla en silencio orante para poder escuchar la riqueza latente de lo que hoy nos dice el Señor.
  • Finalmente, al estilo de María y ayudados por el Espíritu Santo: encarnar la Palabra de Dios en nuestras propias entrañas, que son –ni más ni menos, que- nuestra vida.

Para terminar

Que nuestra homilía de este domingo:

  • Inicie a la comunidad cristiana en el reconocimiento y aceptación de la insondable riqueza de la Palabra a Dios.
  • Ayude a reconocer qué tipo de terreno somos cada uno, y cuáles debieran ser los cuidados de nuestra tierra para que dé más fruto.