Dom
12
Jul
2015

Homilía XV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)

Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Profetas y apóstoles: los enviados por Dios

Los profetas y los apóstoles son encargados de Dios de ofrecer a los hombres y mujeres el mensaje de salvación, y, por ello, están encargados de avisar del peligro que corremos ante los enemigos de un ser humano salvado. No es ésta una misión fácil, pues la salvación exige renuncias a intereses que están muy arraigados en nuestra naturaleza, como el interés por dominar al otro, el interés por las riquezas, el interés por una vida cómoda en la que no haya que hacer renunciar a nada de lo que nos agrada...etc. Por eso los profetas y los apóstoles con frecuencia se encuentran con la oposición de aquellos a los que son enviados. Son con frecuencia considerados como seres molestos.

  • Profetas, apóstoles y “profesionales” de la religión

La fuerza de profetas y apóstoles es exclusivamente la fuerza de su palabra y la fuerza que Dios les da. Su misión no se apoya en el poder político o económico o en una gran preparación cultural. Basta, junto a la fuerza de la Palabra que proclaman, el testimonio de su pobreza y del hecho de asumir el riesgo del desprecio y de la persecución.

Vemos que en la primera lectura cómo un “profesional de la religión”, el sacerdote del templo de Betel, rechaza a Amós, un pobre pastor y agricultor, como indigno de hacerse oír en el templo “Casa de Dios”, santuario real. Amós no se considera profeta “profesional”. Es un laico, al que le ha llegado la Palabra de Dios y la orden de profetizar.

El sacerdote no acepta a un Dios que habla a través de un pobre hombre, que no está investido de ningún poder religioso, como lo está él. Eso mismo sucedió con Jesús ante sus paisanos de Nazaret, como vimos en el evangelio del domingo anterior.

  • ¿Cómo son recibidos los profetas, los enviados?

Jesús en el evangelio previene a los discípulos que envía de que no van a ser siempre bien recibidos. Les advierte que les va a pasar lo que le pasa a él: en unos sitios puede que sean bien recibidos, pero en otros les prestarán oídos sordos. Ellos tienen que ir a predicar nada menos que la conversión, el cambio de vida, a quien se encuentra quizás muy a gusto con la que lleva. Y eso nunca merece una acogida calurosa. Deben limitarse a proponer la conversión, no imponerla; y a hacer el bien que está en sus manos: atender a los enfermos, a los necesitados. Palabra y misericordia, compasión y compromiso con el necesitado esas son las armas del profeta y del apóstol. Las mismas armas de Cristo.

  • Profetas, enviados, hoy

Los profetas siguen presentes en nuestro tiempo, en nuestra sociedad, son simples personas de nuestro entorno que no brillan por cualidades extraordinarias, ni tienen que ser los “profesionales” de la religión, como el sacerdote de Betel; pero sí son capaces de pronunciar una palabra que nos invite a la conversión, o actúan de modo que son real proclamación del estilo de vida que los cristianos hemos de llevar al que hemos de convertirnos. Responsabilidad de cada uno es descubrir en ellos lo que nos proclaman y acoger su palabra y a ellos mismos en nuestra casa, es decir: en nuestro interior, en nuestro corazón y en nuestra mente.

Hemos de descubrir los medios de los que Dios se sirve en su proyecto de salvación. Esos medios no son únicamente los instituidos como tales, como los sacerdotes, profesionales de la pastoral…, puede ser cualquier persona con la que nos encontramos en nuestro convivir diario. Se exige inteligencia que capte, e interés en descubrir desde la humildad lo que los demás, al margen de su relevancia, social, intelectual, religiosa nos pueden decir. Por encima de la tentación a ver lo negativo del otro, que nos lleva a creernos superiores, ser capaces de llegar a lo positivo que nos ofrecen aquellos con los que encontramos en nuestra convivencia, más allá de las apariencias. Es cuestión tanto de inteligencia, como de actitud humilde y decidida a aprender de los demás.

Y, ¿por qué no?, también estar dispuestos a sentirnos enviados, desde nuestras pobreza y limitaciones, a atraer a la vida cristiana a los alejados de ella. Dios cuenta con nosotros para su obra creadora y de salvación.