Lun
9
Mar
2015

Evangelio del día

Tercera semana de Cuaresma

No hay otro Dios fuera de mí

Primera lectura

Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 1-15a

En aquellos días, Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, era hombre notable y muy estimado por su señor, pues por su medio el Señor había concedido la victoria a Siria.

Pero, siendo un gran militar, era leproso.

Unas bandas de arameos habían hecho una incursión trayendo de la tierra de Israel a una muchacha, que pasó al servicio de la mujer de Naamán. Dijo ella a su señora:
«Ah, si mi señor pudiera presentarse ante el profeta que hay en Samaría. Él lo curaría de su lepra».

Fue (Naamán) y se lo comunicó a su señor diciendo:
«Esto y esto ha dicho la muchacha de la tierra de Israel».

Y el rey de Siria contestó:
«Vete, que yo enviaré una carta al rey de Israel».

Entonces tomó en su mano diez talentos de plata, seis mil siclos de oro, diez vestidos nuevos y una carta al rey de Israel que decía:
«Al llegarte esta carta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán para que lo cures de su lepra».

Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras, diciendo:
«¿Soy yo Dios para repartir vida y muerte? Pues me encarga nada menos que curar a un hombre de su lepra. Daos cuenta y veréis que está buscando querella contra mí».

Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras y mandó a que le dijeran:
«Por qué has rasgado tus vestiduras? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel».

Llegó Naamán con sus carros y caballos y se detuvo a la entrada de la casa de Eliseo. Envió este un mensajero a decirle:
«Ve y lávate siete veces en el Jordán. Tu carne renacerá y quedarás limpio».

Naamán se puso furioso y se marchó diciendo:
«Yo me había dicho: “Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra”. El Abaná y el Farfar, los ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Podría bañarme en ellos y quedar limpio».

Dándose la vuelta, se marchó furioso. Sus servidores se le acercaron para decirle:
«Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: “Lávate y quedarás limpio”!».

Bajó, pues, y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio.

Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel».

Salmo de hoy

Salmo 41, 2. 3; 42, 3. 4 R/. Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo veré el rostro de Dios?"

Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío. R/.

Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? R/.

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R/.

Me acercaré al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
y te daré gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 4, 24-30

Habiendo llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga:

«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naámán, el sirio».

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “No hay otro Dios fuera de mí”

El pueblo judío convivió a su alrededor con pueblos que adoraban a otros dioses. Muy temprano, el pueblo judío recibió el regalo de la alianza de Yahvé, el único Dios y Señor. “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. El episodio que nos relata la primera lectura tiene esa misma finalidad: proclamar la unicidad de Dios, confesada por un extranjero: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel”. Solo el profesa Eliseo, cuyo nombre significa “Dios salva”, profeta del Dios de Israel, es capaz de curar al sirio Naamán.

La tendencia a adorar a dioses falsos, a los diversos “becerros de oro” que los humanos nos fabricamos es tan vieja como la humanidad. Hasta el mismo Jesús, en el desierto, vivió esa tentación de la que salio victorioso: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”.

También nosotros, seguidores de Jesús del siglo XXI sufrimos la misma tentación de rendir toda nuestra persona a quien no es Dios, con las consecuencias negativas y frustrantes que eso lleva consigo, porque solo hay un Dios a quien debemos adorar y amar. “No hay otro Dios fuera de mí”.

  • “Ningún profeta es bien recibido en su tierra”

Este relato evangélico, y tantos otros, prueba que la vida y la predicación de Jesús no fue un paseo triunfal. No todos a los que se dirigía le aceptaron y celebraron su buena noticia. La verdad es que, como acabamos de indicar, para el pueblo judío que en teoría adoraba a Yahvé como el único Dios, les resultaba muy difícil aceptar que un hombre pretendiese ser Dios, el Hijo de Dios. Es verdad que Jesús que fue convenciendo a muchos de que sus palabras eran especiales, sonaban distintas, eran “divinas; es verdad que realizó obras como nadie pudo realizar, “las obras que mi Padre me dio a hacer, esas obras que yo hago, dan a favor mío testimonio de que el Padre me ha enviado”, “si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya que no me creéis a mí, creed a las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Pero, en su tiempo y ahora, se sigue cumpliendo lo que dijo San Pablo: “nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; más para los llamados en Cristo… poder de Dios y sabiduría de Dios”.