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Su misión era imponer las manos sobre los enfermos. Después llegó el coronavirus

15 de abril de 2020

El prestigioso periódico The New York Times publica un artículo sobre cómo la pandemia ha cambiado la vida de 8 frailes dominicos en Manhattan

  La periodista Elizabeth Bruenig ha escrito un artículo de opinión en el diario estadounidense The New York Times sobre la vida de 8 frailes de la Orden de Predicadores que residen en la isla de Manhattan, sobre cómo la actual crisis sanitaria ha cambiado su día a día y sobre lo que su ejemplo puede enseñarnos al resto.

  La periodista estadounidense comienza el artículo contando la historia del sacerdote dominico Hugh Vincent Dyer, de 45 años, quien todas la mañanas celebra misa en una capilla vacía de una residencia de ancianos. Los residentes participan de la celebración a través de las televisiones de sus habitaciones, que reciben la señal gracias a un circuito cerrado de televisión. Vestido con el hábito de la Orden de Predicadores y una mascarilla, fray Hugh Vincent intenta mantener el ánimo a trabajadores y residentes, incluso cuando convivir con la muerte se ha convertido en el pan nuestro de cada día.

Fr Hugh Vincent DyerFr. Hugh Vincent Dyer, en una ponencia de abril de 2017

  Dyer pertenece a la comunidad de dominicos de Santa Catalina de Siena, en el Upper East Side de Manhattan. Los 7 frailes de su convento se dedican principalmente a la capellanía de hospitales y residencias de ancianos. Por el temor de acabar contagiando de coronavirus a los frailes más mayores, algunos de ellos tomaron la decisión de trasladarse temporalmente a sus correspondientes hospitales y residencias.

  Fray Walter Wagner actualmente no visita hospitales debido al restringido acceso a los mismos. Normalmente celebra misa en la parroquia neoyorquina de San Vicente Ferrer y Santa Catalina de Siena. Actualmente retransmite online las celebraciones, además de oraciones y mensajes de aliento para sus feligreses.

  Otro de los frailes de la comunidad, fray John Devaney, sigue realizando su labor en los hospitales, solo que ahora tiene que llevar guantes, bata, máscara y guardar una gran distancia con todo el mundo. No puede dejar de pensar que trabajar en medio del virus podría matarle, pero la liturgia funeraria católica le da la esperanza necesaria, sabiendo que la vida no termina ahí, que la muerte no tiene la última palabra.

Fr John DevaneyFray John Devaney en una imagen de archivo en El Vaticano

*Artículo publicado en The New York Times (inglés): https://www.nytimes.com/2020/04/13/opinion/coronavirus-catholics-religion.html