La Compañía de Jesús

La Compañía de Jesús fue una revolución en el siglo XVI que marcó la espiritualidad y modificó la vida religiosa y fue creada por San Ignacio de Loyola


En pleno siglo XVI las Órdenes mendicantes seguían ancladas en esquemas de funcionamiento medievales basados en la fraternidad, lo cual les restaba eficiencia. Por ello, si bien es cierto que supieron adaptarse a los nuevos tiempos y, de hecho, evangelizaron grandes e inhóspitos territorios, su funcionamiento interno quedó algo «anticuado» ante la Compañía de Jesús, fundada en 1534 por san Ignacio de Loyola (1491-1556) y en la que prima hacer el bien de un modo práctico.

Se trata de una forma de vida religiosa que busca dar respuesta a la nueva realidad sociopolítica que tiene que afrontar la Iglesia. Es un Instituto religioso cuya espiritualidad y funcionamiento interno ofrecen una gran capacidad de adaptación y efectividad.

¿Quién fue San Ignacio de Loyola?

Teniendo 30 años, luchaba con el ejército español en la defensa de Pamplona contra las tropas francesas. En la batalla cayó herido y fue llevado a su casa paterna, en Guipúzcoa. Allí tuvo que convalecer en la cama diez meses, durante los cuales leyó varias obras espirituales que le hicieron replantearse la vida.

Una visión de la Virgen María provocó su total conversión. Dejó entonces las armas y marchó en peregrinación a Jerusalén. A su paso por Cataluña, visitó el santuario de Monserrat, y a los pies de la Virgen dejó sus ropas de soldado para tomar unas vestiduras de pobre.

Cerca de ahí, en Manresa, pasó diez meses viviendo en una cueva, donde tuvo una fuerte experiencia mística que supuso para él un paso muy importante en su progreso espiritual. Decidió entonces trabajar por el bien de las almas con aquellos compañeros que quisieran seguir su camino. También en Manresa comenzó a escribir sus Ejercicios Espirituales tomando como base su propia experiencia espiritual.

Después peregrinó a Roma y Jerusalén y volvió a España donde se rodeó de laicas y laicos a los que trataba de ayudar espiritualmente con sus ejercicios espirituales. Con ánimo de formarse teológicamente, estudió dos años en Barcelona y, con 35 años, se trasladó a Alcalá de Henares, donde, además de estudiar en su Universidad, realizó labores caritativas y continuó con su labor de ayudar espiritualmente a otras personas, lo cual levantó sospechas entre las autoridades eclesiásticas. Por ello fue encarcelado e interrogado acerca de lo que decía a la gente sobre Dios. Al cabo de seis semanas se le puso en libertad al no encontrar en él nada erróneo.

¿Qué relación tuvo con los dominicos?

Al año siguiente, en 1527, fue a estudiar a Salamanca con otros cuatro compañeros. En esta ciudad acudió a confesarse a San Esteban, el convento de los dominicos, que contaba con grandes teólogos.

Unos frailes le invitaron a comer al convento para que después les hablase de sus ejercicios espirituales, pero en dicha conversación estos dominicos mostraron su recelo porque vieron que Ignacio hablaba a la gente de asuntos morales y espirituales sin apenas tener estudios teológicos. Ante tal situación, Ignacio se negó a seguir hablando con aquellos frailes y apeló a las autoridades eclesiásticas competentes.

Estos frailes, ante el peligro de que quizás, debido a su falta de formación teológica, estuviera difundiendo erróneamente ideas de los iluminados –de los que hablaremos un poco más adelante–, informaron a las autoridades para que ellas se hicieran cargo de él y, de acuerdo con ellas, se decidió que lo más conveniente era que Ignacio se quedase hasta entonces retenido en el convento.

Así que allí se le acomodó en una capilla. Durante su estancia en San Esteban se le invitó a que comiese con la comunidad en el refectorio y a la capilla acudieron muchos frailes a charlar con él, algunos de ellos interesados en conocer su novedosa espiritualidad.

Muy probablemente, la comunidad le animó a que estudiase bien teología, porque eso le iba a ayudar a conocer aún mejor a Dios y a hablar sabiamente de Él a los demás. A los tres días, las autoridades se lo llevaron y lo encerraron en la cárcel de Salamanca, y procedieron a interrogarle varios doctores eclesiásticos. Pasadas tres semanas, éstos dictaminaron que su pensamiento se ceñía a la doctrina de la Iglesia y verificaron la ausencia de errores en sus Ejercicios Espirituales, texto que por entonces aún no había concluido.

¿Cúando fundó la Compañía de Jesús?

Pues bien, tras aquella dura experiencia, san Ignacio decidió ir a París en busca de libertad espiritual. Pero también estudió bien teología durante siete años. En París se rodeó de estudiantes con los que fundó en 1534 la Compañía de Jesús, que fue aprobada en 1540 por el Papa Pablo III (1468-1549), y se expandió rápidamente por Europa y los nuevos territorios colonizados por Portugal y España.

¿Qué caracteriza a la Compañía? Servicio, contemplación, estudio y misión

En la Compañía de Jesús prima el servicio. Su fin es servir con amor a Dios y a la humanidad. Por eso la forma de vida ignaciana se vuelca al máximo en la acción, de tal forma que eliminan todo aquello que la dificulta, empezando por algunos aspectos comunitarios.

Tienen voto de obediencia al Papa para la misión

Así, si en las Órdenes monásticas y mendicantes la comunidad determina en buena medida la vida espiritual del fraile o de la monja –mediante la oración comunitaria, la celebración de Capítulos y otros actos comunitarios–, todo eso es suprimido por la Compañía: sus miembros sólo rezan individualmente y son gobernados única y directamente por sus superiores, a los que deben una total obediencia.

Éstos, antes de tomar una decisión importante, consultan a otros jesuitas de confianza. Teniendo en cuenta que estos religiosos hacen el cuarto voto de obediencia al Papa para la misión, la Compañía aporta a la Iglesia un instrumento de actuación rápida y eficiente que le permite afrontar difíciles problemas con gran diligencia.

Relación entre contemplación y acción

Hay otro elemento muy importante: en la espiritualidad ignaciana la acción se apoya en la contemplación. Sabemos que la contemplación y la acción ya complementaban desde hacía mucho tiempo en la Iglesia. Teniendo su origen en Jesucristo, recordemos que de ello habló san Gregorio Magno (540-604) y forma parte del carisma de los frailes mendicantes. Pero en la Compañía este camino espiritual se potencia al máximo gracias a su especial carisma.

Ciertamente, contemplar a Dios en la labor cotidiana del día a día sin la ayuda y el sostén de la oración comunitaria, no es fácil, pues, sin la formación oportuna, uno puede acabar reemplazando la contemplación por la acción. Por ello, al jesuita se le prepara muy bien interiormente por medio de un arduo noviciado de dos años, en el que se le forma como un decidido seguidor de Jesús, con el que se relaciona personalmente, de corazón a corazón.

El mes de ejercicios espirituales ignacianos, del que hablaremos en breve, es fundamental en esta etapa. Después del noviciado, el jesuita sigue madurando espiritual y académicamente en un largo proceso de formación, y ha de esperar unos quince años para incorporarse definitivamente a la Compañía tras pasar por la tercera probación, que se trata de un periodo parecido al noviciado, de seis meses de duración, en el que el jesuita tiene una intensa experiencia de encuentro con Cristo y refuerza su vocación ignaciana.

Al jesuita se le prepara muy bien interiormente

En la Compañía es muy importante el estudio. Por eso su proceso de formación es muy largo. Si los dominicos ven el estudio como un modo de contemplar a Dios, para después predicar lo contemplado, los jesuitas enfocan el estudio como un medio para servir a Dios y al prójimo. De hecho, son el primer Instituto religioso que tiene la enseñanza a laicos como actividad principal.

Desde su fundación han creado colegios y Universidades de gran calidad donde ha estudiado la élite de la sociedad, y también mucha gente sin recursos. Y eso, a su vez, va a determinar el objeto de su estudio: si los dominicos, y otros religiosos, se centran fundamentalmente en la teología, los jesuitas, además de estudiar bien la teología, van a tener especialistas en todas las ramas del saber, con el fin de ofrecer una excelente enseñanza en sus centros de estudio.

Por otra parte, los jesuitas también le dieron un renovado impulso a la actividad misionera, dando a esta vocación una impronta especial. En ello desempeñó un papel muy significativo san Francisco Javier (1506-1552) quien, tras una heroica labor evangelizadora en Extremo Oriente, murió de una enfermedad intentando entrar en China. Sus escritos, y los de otros misioneros jesuitas, han difundido una atractiva espiritualidad misionera, muy entregada y «aventurera», que ha animado a muchos hombres y mujeres a ser misioneros.

Ello condujo a la Iglesia a nombrar a san Francisco Javier patrono de los misioneros. Un dato relevante es que el término misión –del que después derivó el de misionero– comienza a usarse a finales del siglo XVI a raíz, precisamente, de las misiones de los jesuitas en Oriente.

¿Cómo surgen los ejercicios espirituales?

Los Ejercicios Espirituales son fundamentales y San Ignacio acabó de escribirlos en 1548. Ya antes se realizaban ejercicios espirituales metódicamente en el ámbito de la devotio moderna. Pero, ciertamente, con san Ignacio y la Compañía adquirieron un gran desarrollo y difusión.

Los ejercicios espirituales más extendidos son los ignacianos. Aunque se apoyan parcialmente en la devotio moderna, constituyen una nueva forma de espiritualidad. Fueron escritos para los directores de los ejercicios, lo cual es llamativo, pues los otros «libros de ejercicios» que había por entonces tenían como destinatarios a los ejercitantes.

¿Cuál es la metodología de los ejercicos espirituales?

El objetivo de los ejercicios ignacianos es que el ejercitante se una firmemente a Cristo y elija libremente servirle. A este respecto, aportan datos muy iluminadores para que el director pueda ayudar al ejercitante a discernir la voluntad de Dios. Duran un mes aproximadamente y se dividen en cuatro «semanas», que muy básicamente se pueden resumir así:

  1. En la primera semana el ejercitante hace un exhaustivo examen de conciencia y experimenta el perdón de Dios.
  2. En la segunda elige seguir a Jesús.
  3. En la tercera medita la Pasión de Jesús.
  4. En la cuarta semana medita la Resurrección de Jesús.

Este es su Principio y fundamento:

«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado.

De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados».

(Ejercicios Espirituales, 33)

Los ejercicios espirituales ignacianos tuvieron que adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos. San Ignacio los pensó para ser impartidos de modo individual, pero pronto, dada la gran demanda que había para hacerlos, hubo que darlos también en grupo, aunque sin perder el contacto individualizado entre director y ejercitante. Y asimismo, también fue necesario poder acortarlos a una semana pues muchos laicos y, sobre todo, clérigos y religiosos, querían –y quieren– que sus ejercicios espirituales anuales sean de tipo ignaciano.

Su gran demanda motivó que la Compañía construyera centros especializados para impartirlos a grandes grupos. Son el origen de las llamadas casas de ejercicios que también las diócesis y otros Institutos religiosos han construido en los últimos siglos, fundamentalmente desde el siglo XIX. Por todo ello, san Ignacio fue nombrado en 1922 patrono de los ejercicios espirituales por Pío XI (1857-1939).

¿Cómo influyó la Compañía en la vida religiosa moderna?

A modo de conclusión, podemos decir que la Compañía supone otro gran paso en la evolución de la vida religiosa. Vimos que los monjes se centran en el trabajo manual y el culto divino dentro de su monasterio. Después, los frailes mendicantes mantuvieron bastantes elementos de la vida comunitaria de los monjes, pero salieron de sus conventos para predicar el Evangelio.

La Compañía de Jesús prescindió drásticamente de lo monástico para centrarse en servir a Dios y a las personas mediante sus centros educativos, misiones, casas de ejercicios y demás labores evangélicas. Así, lo que une comunitariamente a los jesuitas es, sobre todo, su trabajo en equipo dentro de sus instituciones, buscando servir a Dios y a la humanidad. Nace así la vida religiosa moderna.

Desde entonces, muchos de los nuevos Institutos de vida consagrada tendieron a desarrollar, en mayor o menor medida, el modelo de la Compañía, aunque generalmente optaron por mantener la oración comunitaria, suprimida por san Ignacio. A partir del siglo XX, las circunstancias sociopolíticas obligaron a las antiguas Órdenes mendicantes a modernizarse, asumiendo gran número de instituciones (parroquias, colegios, Universidades, casas de ejercicios, hospitales, centros asistenciales, etc.), adaptando para ello su carisma original y su vida conventual.

Otros autores espirituales jesuitas de los primeros tiempos que podemos destacar son: san Francisco de Borja (1510-1572), Alonso Rodríguez (1526-1616), san Alfonso Rodríguez (1531-1617) y san Roberto Belarmino (1542-1621), nombrado Doctor de la Iglesia en 1933.