Arte románico y espiritualidad

Cómo la espiritualidad románica transformó el arte y culto en la Europa medieval desde la imagen del Pantocrátor hasta las peregrinaciones y romerías


El románico constituye el último episodio de la espiritualidad generada por la imagen de Jesús Pantocrátor que desde su trono celestial gobierna el Universo y la vida de las personas. Recordemos que se originó con la cristianización del Imperio Romano y ha estado presente en Europa occidental con pequeñas variaciones durante ocho siglos.

Esta espiritualidad fue apagándose lentamente a lo largo del siglo XIII debido a la irrupción de la nueva espiritualidad gótica, propia del ámbito urbano y cuyo elemento fundamental era la imagen de Jesús que nos muestran los evangelios, en los que se subraya que antes de resucitar y subir al Cielo padeció y murió en la Cruz.

¿Cómo Impactó el Arte Románico en la espiritualidad?

En el siglo XI aparece el arte románico, llamado así porque su arquitectura tomaba como modelo la de los edificios del Imperio Romano: con bóveda de cañón y arco de medio punto. Pero lo importante del arte románico era la espiritualidad que transmitía al pueblo. Una espiritualidad muy bien adaptada al mundo rural y agrario que predominaba en Europa.

¿Qué simbolizaban las Iglesias Románicas?

Las iglesias románicas tenían una simbología espiritual muy impactante. Dado que la técnica arquitectónica estaba escasamente desarrollada, aquellas iglesias se construían muy sólidamente, con anchos muros y estrechas ventanas. Ello las convertía en pequeñas y oscuras fortalezas donde la gente podía refugiase cuando el pueblo era atacado. Así, las iglesias románicas simbolizaban la fortaleza de la fe cristiana.

Siguiendo la tónica del arte religioso nacido con la cristianización del Imperio Romano y potenciado en tiempos carolingios, Jesucristo Pantocrátor era representado sentado en un trono, mostrando así el paralelismo que había entre la imagen divina y la imagen monárquica.

Pero en esta época no sólo se le representaba dentro de los templos: los monjes cluniacenses sacaron la imagen del Pantocrátor al pórtico, a la vista de todos, y lo rodearon de su corte celestial, formada por bellas semicircunferencias compuestas por ángeles y santos –algunos de los cuales tocan instrumentos musicales– que cantan eternamente alabanzas al Señor. Estos espectaculares pórticos eran unas magníficas catequesis para el pueblo fiel pues, al contemplarlos, comprendía que quien entra en la Iglesia camina hacia el glorioso Reino Celestial.

Según se entraba a una iglesia románica, se veía al fondo, sobre el altar, la imagen de Jesús Pantocrátor presidiendo todo el espacio interior. En la bóveda del techo se solían pintar estrellas o ángeles para simbolizar el cielo. A veces las paredes estaban decoradas con imágenes de santos. Los capiteles de las columnas solían estar esculpidos con representaciones de pasajes bíblicos y, además, estaban bellamente pintados.

Por otra parte, la tenue oscuridad que reinaba en aquellas iglesias hacía presentir la misteriosa presencia de Dios. Todo ello ayudaba al creyente a pensar que estaba en la «Jerusalén celestial» regida por Jesús resucitado. Sumergida en esta rica simbología, cuando la persona caminaba hacia el altar, caminaba figurativamente hacia la resurrección. En algunas iglesias se ponía en el ábside una imagen de María Theotokos en vez de a Jesús Pantocrátor.

El culto a Jesús Pantocrátor y la religiosidad cósmica

Según la espiritualidad románica, Dios se comunica con las personas por medio de la naturaleza. Por eso se seguían celebrando en esta época ordalías o juicios de Dios para resolver los procesos judiciales, dejando que –supuestamente– Dios se expresase por medio de un elemento natural a favor del acusado, si es que era inocente. En efecto, en tiempos del románico todavía el pueblo fiel estaba muy influenciado por las religiosidades germánica y celta que, como ya sabemos, son animistas, cósmicas y supersticiosas.

Los europeos pensaban que el mundo estaba cubierto por una bóveda celeste

Inmersos en una cultura eminentemente agrícola y ganadera e influenciados por las astronomías bíblica y aristotélico-ptolemaica –en las que la tierra es el centro del universo–, los europeos pensaban que el mundo estaba cubierto por una bóveda celeste –con el sol, la luna y las estrellas– y que más arriba estaba el Reino de los Cielos, en el que Jesús estaba sentado gobernándolo todo, haciendo que lloviese sobre los campos, que hubiese caza en los montes y peces en los ríos. Pues bien, ese es el Jesucristo Pantocrátor que se mostraba en las iglesias románicas.

En esta época comenzaron a proliferar los crucifijos, ya que a la representación de la Cruz se añadió la imagen de Jesucristo, pero no la del Crucificado –sufriente–, sino la del Resucitado, al que presentan solemne y majestuoso, bien vestido y con corona real. En el siglo XII, debido a la influencia de las cruzadas a Tierra Santa, esta imagen se fue humanizando, por lo que poco a poco a Jesús se le representaba con menos ropa y mostrando sus heridas. Aunque todavía sin expresar sufrimiento. También se le representaba muerto en la Cruz, pero aparentando estar serenamente dormido.

¿Cómo evolucionó el culto a la Virgen María?

El culto de la Virgen María siguió un proceso similar al de su Hijo. En el siglo XI el arte románico todavía mostraba a María como la Theotokos (Madre de Dios) sentada en su trono con gran majestad. En sus rodillas estaba sentado el Niño Jesús, derecho, hierático y solemne. Esta imagen tan poco tierna hacía que María aún no ocupase un lugar central en la piedad del pueblo fiel. Pero en el siglo XII experimentó una cierta humanización: progresivamente su rostro fue mostrando más amor y paz, apareciendo cada vez más como Madre y menos como Reina.

En esto influyó mucho san Bernardo de Claraval (1090-1153), al difundir entre el pueblo el título de Nuestra Señora. La importancia de este título radicaba en que a María se la dejó de ver como «la Señora» –feudal– que estaba sentada en su trono, lejos del pueblo, y comenzó a ser considerada como «Nuestra», es decir, como una Madre cercana. Seguía siendo «Señora», pues es la Madre de Dios, pero ahora se la veía más cerca de «sus» hijos. Esto hizo que la devoción a María aumentase enormemente entre el pueblo fiel y cada vez fuese mayor el número de iglesias y monasterios que se pusieron bajo una advocación mariana.

¿Cómo fue el origen del Rosario?

María también fue adquiriendo más preponderancia en la liturgia y la piedad popular. A finales del siglo XI el obispo Ademar de Monteil († 1098) compuso el canto Salve Regina. Y en el siglo XII surgieron las letanías a la Virgen, que concluyen siempre con el ora pro nobis.

Este rezo consistía en un «salterio» de 150 Padrenuestros

El Rosario fue tomando un cariz más mariano. En su origen, este rezo consistía en un «salterio» de 150 Padrenuestros que los monjes y monjas legos –dedicados al trabajo manual– rezaban diariamente en sustitución de los 150 salmos. Más tarde, esta devoción se extendió entre el pueblo fiel. Bueno, pues entrado el siglo XII, entre los Padrenuestros del «salterio» se fueron introduciendo las palabras del saludo del Ángel a la Virgen María en la Anunciación (cf. Lc 1,28), es decir, la primera parte del Avemaría, pues aún no se rezaba completo. De esta forma, aquel «salterio» pasó a llamarse Salterio de Nuestra Señora o Salterio de la Virgen, aunque tuvo otros nombres.

Peregrinaciones, cruzadas, procesiones y romerías

Siguió teniendo gran fuerza el culto a los santos, como mediadores ante Jesucristo Pantocrátor. Sus reliquias eran importantes porque mostraban su presencia «física». Su culto se realizaba en las criptas (subterráneas) de los santuarios. Allí acudían infinidad de peregrinos buscando un favor especial o cumplir una penitencia. Muchos enfermos graves se instalaban en las criptas, junto a la presencia física de los santos, con un doble objetivo: para que éstos intercediesen por su sanación, o bien, si había llegado su hora, para que les condujesen al Cielo.

La presencia de personas moribundas –es decir, que estaban a las puertas de la otra vida– acrecentaba el ambiente sobrenatural de las criptas, en las que, además, se quemaba abundante incienso con el fin de disimular el nauseabundo olor que emanaba de estas personas.

Ciertamente, en los santuarios se producían muchas sanaciones debido a la mediación milagrosa de los santos, pero también por el cuidado que recibían de los laicos y religiosos que se ocupaban de ellos. También había hospitales al lado de los santuarios y a lo largo de los caminos de peregrinación. En muchos casos, dichos hospitales estaban bajo el cuidado de caritativas comunidades monásticas femeninas o masculinas.

Si bien surgieron muchos santuarios, los peregrinos se dirigieron cada vez más a Jerusalén, donde murió y resucitó el Señor, a Roma, donde están enterrados san Pedro y san Pablo, y a Compostela, donde se descubrió milagrosamente la tumba de Santiago Apóstol en el año 813. Pero, llegado el siglo XII, estando el norte de España libre del peligro musulmán, Compostela –o Santiago de Compostela– pasó a ser el lugar predilecto de peregrinación.

Un camino de maduración interior que ayuda al peregrino a ser mejor cristiano

Actualmente siguen siendo muchas las personas que peregrinan a Santiago. Como ya hemos comentado, las peregrinaciones son un importante ejercicio espiritual en el que el peregrino, a medida que se acerca físicamente, y con mucho esfuerzo, hacia el santuario, se acerca espiritualmente, y con mucho amor, hacia Dios. Se trata de un camino de maduración interior que ayuda al peregrino a ser mejor cristiano.

Las cruzadas eran consideradas como un tipo muy especial de peregrinación, en las que no sólo se pretendía visitar Tierra Santa, sino, sobre todo, recuperarla para la Cristiandad. Éste era el ideal de los caballeros cruzados, que eran guerreros cuya espada era consagrada –generalmente en un monasterio– para defender el Evangelio, proteger a los peregrinos y luchar por Tierra Santa. En este contexto de las cruzadas, en las cada vez más populares vidas de santos, abundaban los personajes con espíritu caballeresco: los míticos caballeros andantes que vagaban por el mundo haciendo el bien.

Asimismo, en esta época también fueron cobrando importancia las procesiones y las romerías. Ya hemos visto que son ritos religiosos de origen pagano que la Iglesia supo adaptar a la espiritualidad cristiana.

  • Las procesiones se realizan en las poblaciones grandes, donde hay espacio suficiente para pasear y dar culto a la imagen del santo por sus calles.
  • Las romerías se realizan generalmente en pueblos pequeños, aunque las hay también en muchas ciudades.

La palabra «romería» viene de «Roma»

La palabra «romería» viene de «Roma» pues, en su origen, estas celebraciones pretendían reemplazar el ir de peregrinación a Roma. Consisten en caminar todos juntos hasta una ermita cercana donde está la imagen de un santo o de la Virgen. Se sabe que algunas ermitas fueron antiguamente la cabaña donde vivió un ermitaño. De ahí el nombre de «ermita». En otros casos, están situadas en antiguos lugares sagrados paganos, que los misioneros decidieron cristianizar construyendo en ellos una pequeña capilla dedicada a un santo. Otras ermitas fueron construidas expresamente para que el pueblo pudiese celebrar una romería.