Dom
9
Ago
2015

Homilía XIX Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)

El que cree tiene vida eterna

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Alimentar la esperanza

¿Qué puede llevar a un ser humano a desear la propia muerte? Parece claro que nadie desea realmente morir. Lo que deseamos es vivir en mejores condiciones. Pero cuando el dolor ensombrece por completo nuestro corazón hasta el punto de no dejarnos ver salida alguna, es entonces cuando podemos llegar a desear no haber nacido o incluso morir.

Elías, el gran profeta con quien algunos compararon a Jesús, llega a verse en una situación de sufrimiento de estas características. Las dificultades a las que se enfrenta son tan grandes que le hacen perder toda esperanza. Tal es así, que le pide a Dios que le quite la vida. No ha perdido la fe, pero sí la esperanza.

¿Qué hace Dios ante la angustia del ser humano? Alimentar su esperanza. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias”, nos dice el Salmo de hoy.

Elías es un “hombre de Dios” que ha permanecido y permanece fiel a Él a pesar de la persecución que padece por los adoradores de otros dioses (Baal). Precisamente su fidelidad a Dios le ha llevado a esta situación extrema: huye porque Jezabel, seguidora de Baal y esposa de Ajab, rey de Israel, ha ordenado su muerte. Se dirige al monte Horeb (o Sinaí), al encuentro de Dios, buscando instintivamente en Él ayuda y consuelo. Al fin y al cabo, está en esta situación por su causa. Pero en el trayecto, a través del desierto, siente que le abandonan las fuerzas, como al pueblo de Israel cuando Dios, por medio de Moisés, lo sacó de Egipto. Y, como entonces, Dios permanece fiel. Envía un ángel, un mediador suyo, para que lo alimente, recobre las fuerzas y pueda seguir caminando hacia su encuentro. Y lo conseguirá, después de cuarenta días y cuarenta noches por el desierto. Un episodio que recuerda las tentaciones de Jesús y también su angustia en Getsemaní, con una diferencia: Jesús nunca perdió la esperanza.

¿Cómo alimenta Dios nuestra esperanza? El evangelio de hoy nos responde.

  • Sed imitadores de Dios

Escuchamos a lo largo de estos domingos el llamado discurso del pan de vida pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm y expuesto en el capítulo 6 del evangelio de San Juan. Como sabemos, el evangelio de Juan tiene un estilo literario muy característico. A diferencia de los sinópticos, Juan no narra la institución de la eucaristía en la última cena. En su lugar introduce el relato del lavatorio de los pies, que también tiene un fuerte significado eucarístico. A Juan no le interesa tanto el relato de los hechos cuanto su significado. Por eso, su evangelio está repleto de referencias implícitas al misterio de la eucaristía. El discurso del pan de vida es una de ellas.

En el evangelio de hoy, Jesús se dirige a personas que buscan la felicidad, que buscan una vida plenamente realizada en Dios, pero que no acaban de creer en él y en su mensaje. Jesús les resulta demasiado familiar como para creer que en él hay algo divino. Lo divino, piensan, debería ser extraordinario, suprahumano. Por eso siguen esperando signos y portentos. Pero están buscando a Dios donde nunca lo encontrarán.

Murmuran contra Jesús, como hicieran los israelitas contra Moisés antes de recibir el maná enviado por Dios. Sus críticas recuerdan también las que mencionan los sinópticos cuando Jesús predica, esta vez, en la sinagoga de su propio pueblo, Nazaret: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3). Jesús responde: el Padre me ha enviado, yo conozco al Padre porque procedo de Dios y nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre.

El evangelio de Juan nos recuerda lo que aparece en él como una constante: Dios es, en sí mismo, amor, relación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la última cena las palabras de Jesús serán “nadie va al Padre sino por mí”, pero ahora nos está diciendo “nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre” y “todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí”. La reciprocidad es plena. No es ya un ángel quien viene a visitarnos, como a Elías, sino Dios mismo que se ha hecho compañero de camino. No es ya pan o maná el alimento que Dios envía, sino Dios mismo entregándose para que tengamos vida plena. Así, por medio de Jesucristo, es como Dios alimenta nuestra vida y nuestra esperanza.

San Pablo nos exhorta a ser imitadores de Dios, que no es otra cosa que vivir en el amor. Alimentados con la misma vida de Dios, que se nos da por Jesucristo, somos enviados a llevar esa misma vida a los demás, enviados a hacerle presente en el mundo aliviando angustias y alimentando esperanzas.

  • La vida eterna empieza aquí y ahora

Moisés y Elías representan la esencia de la fe judía: la Ley y los profetas. Es característico en Juan contraponer Antigua y Nueva Alianza mostrando cómo la Nueva se apoya en la Antigua pero la supera. Jesús lleva a plenitud lo que Dios había comunicado a través de Moisés y Elías. La liberación que alcanzamos por Jesús no es solamente una liberación de la esclavitud, es la liberación plena: del pecado y de la muerte. Por eso dice Jesús de quien va a él atraído por el Padre: “yo lo resucitaré el último día”. Y las promesas de los profetas de que llegaría un tiempo mesiánico por fin se han cumplido. Por eso Jesús cita un pasaje de Isaías referido a la nueva Jerusalén: “Todos tus hijos serán discípulos de Yavé” (Is 54, 13).

Hay aquí algo muy importante que no se nos puede escapar de ninguna de las maneras si no queremos desvirtuar completamente el mensaje del Evangelio: “el que cree tiene vida eterna”.

Con idénticas palabras lo encontramos en 1 Jn 5, 13. Es así como San Juan expresa, con una elaboración teológica propia, la idea de Reino de Dios que encontramos en los sinópticos. No hay que morir para tener la vida eterna, no hay que morir para entrar en el Reino de Dios. Quien cree en Jesucristo y, por lo tanto, vive desde el amor, ya está viviendo anticipadamente una vida eterna, una vida nueva, transformada, que por la resurrección llegará a plenitud.

El pan de vida es Jesús, que se da en la eucaristía, en el pan y la Palabra cuando son acogidos desde la fe. Confiando en Jesús, creyendo en él, ya vivimos una vida nueva, plena y eterna.