Lun
8
Ago
2022

Homilía Santo Domingo de Guzmán

Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)

¡Qué hermosos los pies del que anuncia la Buena Noticia!

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Los pies del mensajero

En algún momento de su ministerio público, Jesús envío a algunos de sus seguidores a predicar la Buena Nueva del Evangelio a diversos lugares y entre las recomendaciones que les dio fue que solo llevaran consigo para el viaje misionero lo puesto y que se entregaran a la Providencia de Dios. En tiempos de Jesús la mayoría de los viajes se hacían a pie. En esos desplazamientos a pie era seguro que te ibas a encontrar en el camino con otros. Los encuentros entre caminantes propiciaban conocer a nuevas gentes. Un personaje frecuente en aquellos caminos eran los mensajeros que llevaban y traían noticias, cartas, documentos, etc., una especie de correos ambulantes que ponían en relación personas, ciudades... Unos mensajeros eran portadores de buenas noticias a donde se dirigían y otros no tanto.

Jesús también se valió de este medio, los mensajeros, para darse a conocer y difundir su mensaje. Y es en esta clave donde siglos después de Jesús, en el siglo XIII, van a surgir los frailes mendicantes, dominicos y franciscanos, por los caminos de Europa imitando la vida de los Apóstoles. El fraile mendicante, a diferencia de los monjes, es un mensajero enviado, portador de un mensaje religioso, que vive de la Providencia de Dios y de la caridad; predica con la palabra y con el ejemplo una vida pobre y sencilla

Santo Domingo dejó su cómoda y asegurada vida en una iglesia-catedral (Burgo de Osma) y se lanzó por los caminos del sur de Francia a llevar el Evangelio a pie, muchas veces literalmente descalzo, donde experimentó la Providencia de Dios y la caridad de las gentes. Con su palabra y con su vida mendicante predicó de manera sencilla y eficaz la salvación de Dios llevando a todos la alegría del Evangelio y el consuelo de la Palabra de Dios.

Si estos callan, gritarán las piedras

Predicar la Palabra de Dios es misión y tarea de todo cristiano. Todos estamos invitados a dar testimonio del paso de Jesús por nuestras vidas. La Iglesia nace, se difunde y crece por la fuerza del testimonio de hombres y mujeres que, con gozo y alegría evangélicas, dan a conocer con la palabra y con sus vidas su encuentro con el Señor vivo y presente por medio de su Espíritu. La tarea fundamental de la Iglesia es evangelizar. Pablo lo expresaba de forma muy viva y expresiva: ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!

En tiempos de Santo Domingo, fuera de los monjes, los eclesiásticos, de algunos laicos de sólida formación y de algunos pocos más, la Palabra de Dios era desconocida para la mayoría del pueblo cristiano, que alimentaba su fe con leyendas piadosas sobre santos, jaculatorias, avemarías y el paternóster. Desde el siglo XII muchos cristianos, sobre todo en los burgos y ciudades, reclamaban conocer la vida de Jesús e imitarla. Santo Domingo, y luego los dominicos, recogerán esta inspiración del pueblo y se entregarán con pasión a la predicación evangélica tal como leían en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles.

La imitación de la vida apostólica, la recreación del entusiasmo misionero de los inicios del cristianismo, el sincero deseo de la salvación, el redescubrimiento de la centralidad del Espíritu Santo y el surgimiento de la espiritualidad mendicante, están en la base de una nueva lectura de los Evangelios y de una nueva moral. Los cristianos, de entonces y de hoy, hemos de beber en las cristalinas fuentes de la tradición evangélica y desde ahí situarnos como luminarias en un mundo atravesado por la indiferencia religiosa.

Dar plenitud

Jesús, el Hijo de Dios, no vino a abolir la religión judía, la Ley y los Profetas, sino a recordar que en el cimiento de la Alianza de Dios con los hombres se encuentra la bondad y la misericordia de Dios. El peligro y tentación del cristianismo es convertirse en una mera religión formal y ritualista como acabó convirtiéndose el judaísmo en tiempos de Jesús, desprovista de lo más fundamental de toda religión: la experiencia viva y personal del encuentro con Dios misericordioso. No hay plenitud religiosa sin expectativa ni deseo de ver y estar con Dios.

Santo Domingo supo salir de su área de confort y bienestar para dirigirse hacia aquellos que, en su error, pero de forma sincera, buscan al Dios vivo y verdadero. Se dio perfecta cuenta que si la predicación del Evangelio no va acompañada de una vida coherente no sirve para nada, como la sal insípida. Esa coherencia la relacionó con la práctica de la pobreza voluntaria, con la construcción de relaciones de fraternidad y con una vibrante predicación en las fronteras de la fe. Sin duda que se hubiera identificado con el llamado del Papa a una “Iglesia en salida”.

La plenitud religiosa de la que habla Jesús, y que Santo Domingo se esforzó en construir, es el amor. Las metáforas de ser sal y luz que Jesús usó en su predicación están relacionadas con los elementos discretos, pero indispensables, para una vida plena. La sal sin sabor se vuelve polvo estéril y una luz que no ilumine en un obstáculo. Toda nuestra vida, lo que hacemos o lo que dejamos de hacer, es referencial para nosotros mismos y para los demás. Jesús vino al mundo para compartir nuestra suerte, liberarnos del pecado y por nuestros pecados murió en una cruz. Según los testigos del proceso de canonización, Santo Domingo fue un hombre compasivo y cercano a la vida de los demás y como Jesús, según sus fuerzas, pasó por este mundo haciendo el bien. Es la gran herencia que dejó a los dominicos, a la familia dominicana y a la Iglesia universal.

Que él interceda a Dios por todos nosotros. Que la Virgen del Rosario nos proteja de todo mal.