Sáb
8
Ago
2015

Homilía Santo Domingo de Guzmán

Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)

Vosotros sois la sal de la tierra

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Todo acercamiento a un santo se hace siempre desde la sensibilidad que se tiene en el momento. Ello todavía es mayor cuando es el Padre fundador de la familia religiosa que uno integra, en mi caso personal desde hace casi cincuenta años: afectos, vivencias, etc., hace que mi reflexión sobre él esté condicionada por todo ello. Además, ¿qué hijo es objetivo cuando habla de su querido padre?

De sus múltiples dimensiones, me quiero fijar en esta ocasión en tres aspectos: vir evangelicus; in medio Ecclesiae; y vir apostolicus. Pienso que ellos nos pueden y deben iluminar también a nosotros hoy, partiendo de las frases del Evangelio que en su fiesta se proclama: ser sal de la tierra y luz para el mundo (Mt 3,13-19). Domingo de Guzmán lo fue en su tiempo.

Domingo fue un hombre evangélico (vir evangelicus) en cuanto que el Evangelio fue empapando los diversos momentos de su vida y desde el Evangelio los vivió. Y cuando digo "Evangelio", me refiero a sus valores y opciones que iba cotidianamente meditando y encarnando en el mundo en que vivió y de acuerdo a su vocación personal.

Y así se nos indica que siempre llevaba consigo el Evangelio, porque era la Palabra que le daba Vida y su vida era iluminada por dicha Palabra. Dinamismo absolutamente fundamental para que dicha Palabra sea viva y dé vida.

Precisamente por ello, y a pesar de la no tan satisfactoria situación en la que se encontraba la Iglesia, se sintió en el corazón de ella (in medio Ecclesiae). Se entendía miembro de ella y de acuerdo con su responsabilidad su hacedor y por ello vivió en comunión con los Obispos de Roma (Inocencio III, Honorio III, por citar algunos), con los Obispos locales (Diego de Aceves, Fulco, entre otros) y con los demás miembros de ella, haciendo cada vez más realidad las enseñanzas paulinas (1ª Co 12,12-30; Rm 12,4-5).

Este es el sentido de la visión que tuvo en Roma en la basílica vaticana y en la que se le aparecieron los Apóstoles Pedro y Pablo, que le dijeron: "Vete a predicar, porque has sido elegido para este ministerio". San Pedro, cabeza de la Iglesia, y San Pablo, apóstol de las gentes que vivió con radicalidad la esencial dimensión evangelizadora de la Iglesia.

Por otra parte, por ello y desde ello fue un hombre evangelizador (vir apostolicus), que de día y de noche hablaba siempre de Dios o con Dios. Como Jesús, la compasión (o sea, el "padecer-con") fue la fuente de su predicación y así desde la mirada de Jesús fue descubriendo y contemplando a los pobres y demás marginados sociales y eclesiales de su tiempo. Pero además, ello le llevó a predicar "con pasión" la Buena Noticia del Evangelio con sus palabras y con el ejemplo de su propia vida pobre y austera.

Es muy expresiva su decisión en su juventud de vender los manuscritos en los que estudiaba en Palencia y su motivación: "no quiero estudiar en pieles muertas, mientras mis hermanos mueren de hambre"; con lo recogido lo dio a los pobres. Es su compasión activa: su "padecer-con" y afrontarla "con pasión", con compromiso.

Sus hijos -frailes, monjas, hermanas de vida activa y laicos- estamos vocacionados hoy a vivir este modo de seguir a Jesucristo de Nuestro Padre: la misión ad gentes, es decir, a anunciar y dar testimonio del Evangelio desde la vida comunitaria en pobreza, estudio y oración, a aquellos que no conocen aún a Cristo o lo conocen defectuosamente. Santo Domingo debe ilusionarnos cada vez más en ese seguimiento de Cristo y así esforzarnos por ilusionar a los demás a adherirse a su Evangelio.

El Papa Francisco ha escrito que "los santos, antes que héroes esforzados, son fruto de la gracia de Dios a los hombres. Cada santo nos manifiesta un rasgo del multiforme rostro de Dios". Por otra parte, ellos, guiados por la luz de Dios, son auténticos reformadores de la vida de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo. Maestros con la palabra y testigos con el ejemplo, supieron promover una renovación eclesial estable y profunda, porque ellos mismos estaban profundamente renovados, estaban en contacto con la verdadera novedad: la presencia de Dios en el mun¬do. Esta consoladora realidad, acompaña constantemente la Historia de la Iglesia en me¬dio de las tristezas y los aspectos negativos de su camino.

Santo Domingo de Guzmán nos recuerda que en el corazón de la Iglesia siempre debe arder un fuego misionero que impulse necesariamente a llevar el anuncio del Evangelio de Jesús y, donde sea necesario, a una nueva evangelización, porque se entiende que Cristo es un bien que los hombres y mujeres de todo tiempo y de todo lugar, tienen derecho a conocer y amar.