Dom
3
Sep
2017

Homilía XXII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Me sedujiste Señor…

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Seducidos por Dios

La vida y misión del profeta Jeremías no fueron nada fáciles. Su ministerio profético se enmarca en un momento muy crítico de la historia de Israel. El pueblo, que desoye sistemáticamente el mensaje divino anunciado por el profeta, camina hacia la fatalidad del destierro. El profeta lo está avisando. Pero… todos contra Jeremías, convertido en “hazmerreir y burla”. No interesa su mensaje. La palabra divina se ha convertido en “oprobio y desprecio diario” para el profeta. Es tal su sufrimiento que piensa en callar, pero… ese mensaje era “fuego en sus entrañas”… Imposible silenciarlo, imposible sofocar ese fuego, fruto de la seducción de Dios… “me sedujiste, Señor, y me dejé seducir”…La seducción implica atracción y enamoramiento…Y eso es lo que siente el profeta respecto a su Dios que lo ha escogido “antes de formarse en el seno materno”… Esa seducción es la que, lejos de abandonar su misión, le hace entregarse a ella con más fuerza.

Al igual que a Jeremías, Dios nos ha llamado con voz seductora, y por tanto irresistible, al seguimiento de su Hijo. Desde esa seducción, nosotros podemos vivir las implicaciones de dicho seguimiento, al igual que Jeremías su vocación profética. Nuestra vida cristiana no se construye desde nuestra simple voluntad, sino desde ese dejarse seducir permanentemente por el Dios que todo lo hace posible en nosotros con su gracia.

Sedientos de Dios

En conexión con esta seducción divina está el mensaje del Salmo Responsorial. Salmo 62. Desde la sed, realidad que expresa una necesidad imperiosa, el salmista habla de su necesidad de Dios: “mi alma está sedienta de ti”, “mi carne tiene ansia de ti”… Sin Dios, somos tierra reseca. Quien ha probado lo bueno que es el Señor no desea otro “agua viva” que no sea Él.

Sacrificio santo

Desde un lenguaje cultual, el Apóstol exhorta a los romanos a ser ofrenda, culto espiritual agradable a Dios. Cuerpo ofrecido, mente transformada, renovada, a punto siempre para discernir la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada. Nuestro ser referido a Dios, no a la mentalidad de este mundo. No buscándonos a nosotros mismos sino a Dios y su querer que revierte sin duda en nuestro bien.

¡Ponte detrás!

El apóstol Pedro, alegre por la confesión en Cesarea el domingo pasado, se lleva en el evangelio de hoy un gran chasco cuando, al escuchar el anuncio de la Pasión y tras ello increpar a Jesús, recibe de Él una severa pero importantísima respuesta. Ya Jesús le había señalado en dicha escena de Cesarea: “eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre”… Hoy vemos que a esa confesión mesiánica le faltaba “renovación de la mente”. Por eso el apóstol es exhortado vehementemente a ponerse detrás, no delante de Jesús. Ser seguidores de Jesús implica ir detrás, nunca delante de Jesús, pues perdemos la ruta y el tiempo. El es el Camino. Al increpar a Jesús Pedro es como “Satanás”, se convierte en “adversario” de Jesús y estorbo para sus planes.

Jesús clarifica a todos el contenido de su mesianismo y por tanto advierte sobre las condiciones de su seguimiento: “negarse a sí mismo, tomar la Cruz, perder la vida por Él”. Nuestro éxito personal, el sentido de la vida y el camino a la plenitud no están en afincarnos en nosotros mismos, sino en abrir el horizonte limitado de nuestra vida a una entrega radical por amor. Perder la vida para “encontrarla de verdad”. Esa es la paradoja del seguimiento de Cristo. La Cruz es amor de verdad: el que duele, implica y compromete, el que nos convierte en ofrenda permanente.

El mesianismo de Jesús no es búsqueda de éxito personal, no es mesianismo humano, sino plenitud en el darse y partirse desde un “amar hasta el extremo”. Sin duda, hay que ponerse detrás… detrás de Jesús. Vivir así solo es posible con Él. Seducidos por Él caminamos en pos de Él, aprendiendo el arte de este Amar que nos hace bienaventurados y no nos deja vacíos, sino bien recompensados. Al final Pedro entendió, ¿y nosotros?...