Dom
27
Feb
2011

Homilía VIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)

Danos hoy nuestro pan de cada día

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

El pasaje del evangelio de hoy continúa la lectura continua del Sermón de la Montaña en Mateo, y conviene que su interpretación se haga dentro de este contexto privilegiado. Una lectura fuera de este contexto corre el riesgo de generar confusión ante el mensaje. Podemos notar que la lectura dominical continua del Sermón, de hecho, es discontinúa pues hay un salto de varios versículos previos a este pasaje. Estos versículos que hemos saltado constituyen lo que se considera el centro geográfico del Sermón: el Padre Nuestro. Este Padre Nuestro es también el centro neurálgico del Sermón, de tal manera que todo el Sermón bien puede considerarse una gran glosa que desarrolla los distintos versos de la oración. De hecho, la palabra “Padre” – en particular en forma “vuestro Padre celestial” – aparece hasta 17 veces en el Sermón – 8 veces antes del Padre Nuestro, y otras 8 veces después. Sin duda, afirmar que Dios es “nuestro Padre nuestro del cielo” es el núcleo del mensaje del Sermón.

Consideremos, adicionalmente, la relación que en la Liturgia Dominical se nos ofrece entre la primera lectura y el evangelio. La brevísima lectura de Isaías nos presenta una contraposición entre “dueño” y “madre”. El inicio del pasaje evangélico, de nuevo, hace esta misma contraposición, si bien entre “amo” y “vuestro Padre celestial”.

Con estos elementos hermenéuticos – en torno a la figura del Padre - podemos emprender nuestra lectura de los textos. Si hemos afirmado que el Sermón sería una glosa de los versos del Padre Nuestro, ¿a qué parte se refiere el texto evangélico de hoy? Hoy, parece claro, sería el “danos hoy nuestro pan de cada día”, que tiene un claro aspecto providencial.

El pasaje evangélico, en todo caso, no es para nada ingenuo. Por una parte, las necesidades materiales humanas son reconocidas. Todo el Sermón está bien asentado en la realidad, por eso es significativo para nosotros. Cuánto más asentado no estará esta sección que se refiere a las condiciones materiales de nuestra existencia. Estas necesidades nos vienen dadas por la materialidad de la Creación. Ahora bien, si Dios Creador – Creador de esta realidad que vivimos con sus condiciones difíciles - no es a la vez Padre, bien podríamos hablar de injusticia, y quejarnos, como hace la primera lectura, de que “me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. El que Dios es Padre, nos garantiza su cuidado y asistencia. Y por otra parte, tampoco nosotros podemos ser ingenuos. Ya San Pablo, combatiendo este fácil recurso a de una cómoda “providencia”, recrimina a los Tesalonicenses exhortándoles a que “el que no quiera trabajar que no coma” (2 Tes 3,10)

En definitiva, ¿qué hay detrás de este pasaje del Sermón? Los pájaros que Dios alimenta y las hermosas flores del campo cuya propia naturaleza es su vestido, nos aluden a una realidad paradisíaca. A ese Paraíso en el que el hombre era alimentado por la providencia divina sin necesidad de trabajar. En ese Paraíso donde la belleza natural de los cuerpos no necesitaba de vestido alguno. A ese Paraíso en el cual el hombre es libre, sin amos. A ese Paraíso donde el hombre y Dios conviven en perfecta confianza e intimidad, como Padre e hijo. A ese Paraíso del cual el hombre es expulsado por contravenir la voluntad de Dios, al comer del único fruto reservado.
¿Será casual que en el Padre Nuestro, justo antes del “danos hoy el pan nuestro de cada día” pedimos “hágase tu voluntad”? ¿Será que la condición para que Dios nos alimente es que su voluntad sea cumplida, que cumplamos esa voluntad rechazada por Adán?
Desde entonces se verifica el que “con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gen 3,19), ley que no ha sido revocada. Peor aún, el hombre pierde su intimidad con Dios, y con ella su libertad; alejado de Dios Padre, el hombre se ve sometido al dominio de todo tipo de amos, siendo la propia necesidad la primera esclavitud. Alejado de la paternal intimidad con Dios, al hombre le cuesta reconocer al verdadero Dios, y la propia religión corre el riesgo de convertirse en el amo más tiránico para el hombre, especialmente cuando el hombre recurre a la religión como recurso en la necesidad. En las religiones gentiles que rodeaban a Israel, los sacrificios de comida – del fruto del sudor de los hombres – eran utilizados para hacer propicios a los dioses y asegurarse buenas cosechas.

Este pasaje dentro del Sermón de la Montaña busca revocar toda esta situación, hacer “retornar” al hombre al Paraíso, no a ese Paraíso donde el hombre es alimentado materialmente sin esfuerzo y donde no necesita vestido, sino a ese Paraíso donde Dios es tratado en filial intimidad, donde Dios es Padre. Pero no un padre de los de ahora, sino un padre en el sentido de la época, un padre que es la autoridad para los hijos, cuya voluntad cumplen, porque es su padre, porque la autoridad del padre es para el cuidado de familia. Y la familia se mantiene unida bajo esa autoridad. Es ese Paraíso donde Dios es nuevamente reconocido como Padre, porque el llamado “pecado original” del hombre no es sino no reconocer a Dios como tal. Al final del pasaje se nos exhorta a “buscar el reino de Dios y su justicia”. La justicia del reino de Dios, no es meramente la justicia horizontal de amarnos como hermanos; es más profunda y primordial, es la justicia de reconocer a Dios, y de reconocerlo Padre. Entonces, podremos reconocer a los demás como hermanos, y con ello iniciar la construcción del reino que busca el Sermón.

Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza de este reino mientras estamos en la tierra? La referencia contrapuesta a los gentiles – “que se afanan por esas cosas” -, parece tratar de hacernos notar una diferencia sustancial. Los gentiles son aquellos que viven y constituyen ese “mundo” que se contrapone al “reino” que el Sermón trata de describir; y sus modos de vida, sus afanes, son los afanes del “mundo”. Este “mundo” es aquella realidad que no reconoce a Dios Padre. Todo el Sermón, incluida esta sección, es una expresión de la doble condición de la existencia del cristiano. Al igual que Jesucristo, el cristiano, persona humana en las condiciones de lo humano, por su participación en la intimidad con Dios Padre en lo más intrínseco de su ser, abre este mundo a la posibilidad de la existencia feliz – paradisiaca – que es aquella “alimentada” de la voluntad de Dios Padre. En este contexto de nuestra existencia yuxtapuesta es donde debemos entender todo el Sermón y, en particular, esta sección. Sólo siendo conscientes de esta identidad nuestra, como hijos de un Padre celestial que nos hace hermanos más allá de la condición natural, este reino se verifica. Es porque Dios es Padre nuestro que somos hermanos, y los hermanos comparten la vida espontáneamente. Es entonces que el que Dios “nos da el pan el nuestro de cada día” es verdad, pues Dios verdaderamente multiplica el pan que es compartido.

Jesús, es la expresión viva y definitiva este pasaje evangélico, pues de Él mismo afirma que “mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Juan 4, 34). Y es que, en definitiva, no hay “danos hoy nuestro pan de cada día” si la voluntad del Padre no se cumple “en la tierra como en el cielo”.