Mié
24
Dic
2008

Homilía Nochebuena

Hoy nos es dado el Salvador

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

“Mientras estaban en Belén le llegó el tiempo de ser madre…lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc. 2, 7)

 

  • Navidad es acoger al extraño

Una mujer adolescente está embarazada y camina con un hombre, ya mayor de edad, hacia el pueblo donde este último había nacido…Son María y José, los papás que esperan que su hijo nazca en medio de un viaje, los que hacen lo que hay que hacer. Son los extranjeros que por llegar a un lugar desconocido no tienen un sitio para descansar, ni un lugar donde dar a luz y van a parar a un pesebre, a un establo, a un galpón. Aquí caben entonces algunas preguntas que nos pueden invitar a la reflexión sobre nuestra vida ¿Qué lugar hacemos a lo otros, cercanos y lejanos, familiares y desconocidos, pobres y no tanto, en nuestra vida, en nuestra casa y en nuestro corazón? ¿Somos un lugar para hospedar al otro, al diferente, o una posada llena de habitantes que no tiene lugar para el niño? El extranjero, el que está de paso, el diferente, parece no tener nada, no darnos nada a cambio, y justamente es ese quien aloja al Niño-Dios.

  • Navidad es la fiesta de la sorpresa, la alegre sorpresa.

Navidad es la fiesta de lo desconocido y lo esperado, es la celebración de lo extraordinario que irrumpe en la sencillez de lo ordinario, en el silencio de la noche, en lo desapercibido…El más grande, el Justo, el que había sido anunciado a María y en ella despertó temor y confianza, el que hizo dudar a José de su paternidad, el hijo del carpintero, el que pasó haciendo el bien, el Santo, se hace niño pequeño, fuerte y frágil, se hace humano, se hace Dios-con-nostros (Emanuel). Se hace pañal, llanto, pesebre, canción, cuna, lágrimas, se hace niño indefenso que precisa de otros para vivir. Se hace risa, gozo de familia que se comparte en la pequeñez y grandeza de un pesebre rodeado de animales, estiércol, paja, roca. El más grande nace como todo hombre de pueblo para instaurar el misterio más bello: Dios se hace hombre, el hombre está invitado a ser Dios y todos somos hermanos.      

 

  • La Navidad es la fiesta del regalo. Dios nos es regalado     

Este niño nos ha sido dado como un regalo, y es el mejor regalo que esa noche podemos recibir, una vida nueva que renueva la nuestra radicalmente, que quiebra lo yugos (Is. 9,3),  los pecados, las ataduras y nos dice: vale la pena vivir y abrazar el sueño de Dios, el sueño  de una humanidad donde la fe, la esperanza y el amor tengan sitio, sean plenas, donde entren todos los mundos y sueños posibles, donde tengan todos un lugar. Un sueño que puede levantarse aún en medio de la guerra, la pobreza, la devastación, la injusticia, la hipocresía, la corrupción, la desidia, el desasosiego.     

 

“No teman porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy les ha nacido un Salvador” (Lc. 2, 11)

 

  • La Navidad es la gran noticia que acabamos de procesar.

La vida que llega es bienvenida siempre, aún en el temor de lo que no se sabe o no se comprende, aún en el temor y las dudas que le produciría a María ver a su hijo tan apasionado por la vida y por el sueño de Dios que lo llevó a dar su vida para que otros tengan vida. En medio del temor y la incertidumbre del momento los ángeles son voceros de la noticia, la difunden, la comparten, la anuncian, la comunican a quienes pueden acogerla: a los pastores. El anuncio calma, los ángeles llevan paz allí donde hay temor, el anuncio de la palabra aclara el panorama, no aquieta ni tranquiliza las conciencias sino despeja temores y fortalece la confianza. Aquí podemos abrir otra serie de preguntas que nos interpelan: ¿Qué buenas noticias recibimos? ¿Soy una buena noticia para los otros? ¿Descubro en los otros, sobre todos en los diferentes, los pobres, los pibes de la calle, los enfermos, los presos, la buena noticia de Dios para mi vida?

  • Navidad es fiesta para exteriorizarla, pregionarla

Tal como expresa el profeta estamos invitados a ser propagadores de la alegría: “Tú has multiplicado la alegría” (Is9,2a). El que es un Santo triste un triste santo es, dice una frase que se atribuye a Santa Teresita de Lissieux y muchas veces los cristianos olvidamos que en la raíz misma de nuestra fe está la vida, el gozo por ser parte de una familia que nace de un profundo gesto de amor acunado en el dolor de dar vida: un parto. ¿Qué lugar tiene la alegría en nuestras vidas? ¿Qué lugar le otorgamos a la esperanza en medio de las dificultades, dolores, angustias y temores de nuestro pueblo?, ¿Qué lugar tenemos preparado para la sorpresa, la vida? ¿Somos, como el ángel, anunciadores de la buena noticia de Dios?, ¿Quién necesita del anuncio de la palabra en el mundo en que vivimos, en nuestro pueblo, en nuestra ciudad?, ¿A quiénes nos gustaría transmitir la alegría de la Buena Nueva?

  • En definitiva: “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz” (Is. 9,1).

Lucas nos dice que el pequeño es el Salvador, que nos ha nacido un Salvador. Sobre las oscuridades de nuestra vida y de nuestro mundo brilla una luz, la luz de la esperanza que ilumina y colorea hasta las realidades más oscuras. Esto no es mera fórmula sino realidad vital que estamos invitados a creer y anunciar: nuestra vida experimenta una constante posibilidad de volver a nacer del agua y del espíritu (Jn. 3, 1-11), una siempre novedosa y misteriosa posibilidad de iniciar el camino. El mundo irradia dolor, magia, alegría y sufrimiento y la vida que llega nos invita a recibir, acoger y portar la luz; somos luz y sombra pero en Jesús se nos devuelve y renueva la esperanza, una esperanza que es aquí y ahora, que es con los otros, que es en justicia, verdad y paz. 

El Salmo 85, uno de las bellas lecturas que hemos meditado este adviento, nos dice: “…la Verdad brotará de la tierra y la Justicia mirará desde el cielo”… (v. 12). Qué hermosa imagen para recordar que “es tan grande lo que pasa en Navidad, que la tierra se confunde con el cielo”. La Verdad que brota de la tierra es una hermosa metáfora para referirse a Jesús, “camino, verdad y vida”, que nace en la tierra como un hombre más. Pero también es una potente imagen para pensar que cada vez que alojamos, acogemos y portamos la luz, cada vez que nos atrevemos al encuentro honesto con nuestra propia humanidad y la del prójimo (sea este extranjero, inmigrante, pobre, sucio, feo o agradable) estamos actualizando la Justicia del Dios que nos creó y hermanó a todos en Cristo.

La gran luz que ilumina al pueblo que caminaba en tinieblas no es principalmente la estrella de Belén…es ese Niño que le ha sido dado y que comienza a caminar con ellos, a amasarse en el mismo barro de su historia. La Verdad  brota de la tierra…¿Y nuestra tierra? ¿Es fértil para el mensaje de este Niño?, ¿Y nuestro barro?, ¿Se deja moldear por el encuentro con el recién llegado, con el que es más pequeño, frágil y necesitado que nosotros?        

 

  • Cada día es Navidad…

En el silencio de la noche irrumpe la vida, el niño nace de una joven que cansada se dispone a parir. También el mundo gime dolores de parto y nuestros países están inundados de dolores, tragedias e injusticias, de hermanos que viven en el borde de lo humano. Navidad es la fiesta del Dios-con-nosotros, del Dios que no cambió el mundo con su vida pero que nos vino a mostrar una forma de entender la relación con nosotros mismos, con los otros, con la naturaleza y con Dios (Padre y Madre), que nos vino a invitar a sumarnos a su sueño. Navidad es la fiesta de la Esperanza, esperanza que habitará en nosotros si la acogemos, si le abrimos las puertas, si decimos sí a la vida y al otro, sea como sea, este donde esté, esté como esté.

Que al augurarnos una Feliz Navidad entreguemos en el saludo al otro un saludo al Niño-Dios que habita en el.

Que entreguemos en nuestros saludos, un saludo al que es fuerte y frágil, al que nació y vive en cada uno, al que cumple las promesas y no desoye los pedidos ni los clamores de su pueblo, de quienes en Él esperan contra toda esperanza.

Que nuestras palabras, pensamientos y acciones se inunden de vida, de fe, y de amor y trabajemos juntos para que este mundo sea una casa que aloje a todos, pero sobre todo al extranjero, al diferente, al que nos soportamos, al que nos molesta, al impertinente y no por un acto de caridad entendido como una lismona que se da para aliviar nuestra conciencia y nuestro corazón, sino porque en él reside y nace Jesús.

Que con San Benito podamos decir en el encuentro con el otro y con los otros: hoy es “Pascua porque he sido digno de verte”. Pascua y Navidad son dos fiestas que suceden en el misterio de la vida y lo desconocido, lo incomprensible, de lo que nos interpela y estamos invitados a creer. Será Navidad entonces todos aquellos días que dejemos nacer al niño-Dios dentro nuestro, todos aquellos días que volvamos a apasionarnos por la vida y digamos sí a Él y al otro que viene en traje ordinario: ¡FELIZ NAVIDAD!