Dom
21
Ago
2011

Homilía XXI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)

¿Quién dice la gente que soy yo?

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Jesús es más que un profeta, que un sabio o un poderoso de nuestro tiempo

El texto evangélico de este domingo constituye uno de los núcleos fundamentales del evangelio de Mateo, en el cual se intenta responder a las reacciones generadas por la gente, ante las palabras y actuaciones de Jesús, las cuales escondían tras de sí revelaciones sobre su persona, que de una forma progresiva y pedagógica, ayudaban a ir descubriendo su propia identidad, ocasionando aptitudes de oposición y rechazo por parte de autoridades y gente del pueblo. En cambio, para otros, Jesús aparecía como uno de los grandes profetas de Israel, como nos lo manifiestan las confesiones de algunos personajes evangélicos, tales como la mujer samaritana, el ciego de nacimiento, los discípulos de Emaús y el mismo Jesús, ante su vuelta a Jerusalén. Por eso, frente a la pregunta que Jesús dirigió a sus discípulos: “¿quién dice la gente que soy yo?”, ellos respondieron: “unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas”, indicando a través de cada una de estas figuras una forma específica de interpretar la identidad y la misión del Maestro.

Pero Jesús no fue sólo un profeta poderoso en obras y palabras, que habló en nombre de Dios, que invitó a la conversión, que denunció el modo erróneo de vivir la religión y que incluso se enfrentó a los dirigentes del pueblo, tal y como afirman también hoy, de una forma indirecta, aquellos hombres y mujeres del s. XXI, que lo consideran como un hombre excepcional en bondad y doctrina, pero no van más allá. Tampoco es el Jesús que presentan aquellos estudiosos, que reconocen su valía moral y su influjo en la humanidad, comparándolo a grandes personajes de la historia. Jesús es el Mesías (Mc 8, 29), el Mesías de Dios (Lc 9, 20), el Santo de Dios (Jn 6, 69) y el Hijo del Dios vivo (Mt 16, 16), tal y como hoy escuchamos de labios de Simón.

  •  Jesús nos va revelando su identidad a través de un juego de preguntas y respuestas

Esta proclamación de Simón acaeció en la región de Cesárea de Filipo, en un momento decisivo para Jesús, cuando tras su predicación en Galilea, se dirigió a Jerusalén para cumplir su misión salvífica, que le llevaría a la muerte en la cruz. Dicha confesión adquiere la condición de cimiento sólido, sobre el cual se levanta la Iglesia, fuerte ante la destrucción y la muerte, y donde cada uno de los creyentes estamos llamados a expresar lo que está escondido en nuestra mente y nuestro corazón, como procedente de la revelación que Dios ha depositado en nuestro interior, por medio de la fe. De este modo, estamos llamados, desde nuestra racionalidad y libertad, a vivir la fe como la respuesta a la Palabra del Dios vivo, a través de un proceso determinado por el darse de Dios al hombre, la llamada a dar una respuesta y la respuesta del hombre, que dará forma a toda su vida.

Jesús nos va revelando su propia esencia de una forma continuada en el tiempo, tal y como lo hizo con aquellos enfermos y sanos, ricos y pobres, pescadores y recaudadores de impuestos, pecadores públicos y autoridades religiosas, la gente sencilla del pueblo y las autoridades políticas de la Palestina de su época. En efecto, hoy podemos acercarnos al Dios encarnado a través de las Sagradas Escrituras, de la Iglesia, de la tradición apostólica, del regalo de nuestra propia vida y de la de los demás, porque no es sólo el hombre el que sale al encuentro de Dios, sino que es Dios mismo quien viene a nuestro encuentro a través de su propio Hijo, de su Palabra y de todo lo creado.

Pero para ello es preciso pasar por la dialéctica de las preguntas y respuestas y por el vaivén entre las dificultades para creer y una progresiva maduración de la fe. Como nos recuerda la Carta a los Romanos, este ir y venir está presente continuamente en el ser humano, tal y como nos lo manifiestan los ejemplos del pueblo judío, quien fue el primero en obedecer, pero acabó desobedeciendo y de los paganos, que empezaron por desobedecer, pero terminaron obedeciendo y más tarde el ejemplo de aquel hijo del que nos hablaría el evangelista Mateo, que se negó a ir a trabajar a la viña de su padre, pero luego acabó yendo, frente a aquel otro, que prometió que iría y acabó por no ir (Mt 21, 28-32). En esta Carta paulina se nos narra cómo Dios conducirá a Israel a la salvación prometida, por unos caminos inescrutables, mostrando así que el misterio de la salvación supera a toda sabiduría humana. La clave de todo está en la grandeza de Dios, quien es un misterio insondable, que nos sobrepasa y nos penetra, pero sobre todo en su misericordia, que permite a cada hombre pasar por el pecado, brindándole así una oportunidad para experimentar su propia fragilidad y abrirse a la gracia del amor divino.

También hoy creer en Jesús puede conducirnos al angosto camino del martirio de quien es llamado a ir a vecescontra corriente para seguirlo a dondequiera que vaya, a través de una fidelidad vivida en las situaciones de cada día, que cuenta con las dificultades del camino, pero también con la gracia de Dios y que nos invita a transformar la vida no en el mero hecho existir, sino de existir creando, aprendiendo a gozar y a sufrir y a reposar, sin dejar de soñar.

Pedro logró penetrar en el verdadero ser de Jesús y descubrir en Él no sólo al Enviado, al que el pueblo esperaba con ansia, sino también al Hijo del Dios de la vida y no del Dios de la condenación (Juan el Bautista), de la intransigencia (Elías) o de la destrucción (Jeremías). Es a Él a quien busca el ser humano, cuando movido por su sed de radicalidad, no quiere dejarse llevar del conformismo ni de la mediocridad y cuando se compromete a mejorarse a sí mismo y a la sociedad, convirtiéndose en una palabra para el mundo, que más allá de transmitir mera información, entrega a aquel que la pronuncia. Pero ¿quién es Jesús para mí? ¿Sólo un hombre de Dios? ¿Un Dios distante, un juez castigador…? ¿Qué imagen de Dios doy a los demás, de qué Dios hablo con mis palabras, con mi vida y mis proyectos? ¿Vivo mi fe en Jesús de una forma aislada o comunitaria? Preguntas todas ellas cuya respuesta define a nuestra propia vida y esconde la vida de los demás.

  • Jesús revela su propia identidad en medio de la comunidad eclesial

Esta fe en Jesús va unida a la Iglesia, tal y como nos lo manifiesta la donación de las llaves del Reino a Pedro, hecho que nos recuerda a la Primera lectura. Ésta nos narra una escena sucedida en torno al año 700 a. C., época en la que el reino de Judá se hallaba comprometido políticamente por Egipto y Asiria, las dos grandes potencias de la época. Aunque el rey Ezequías, confiaba más en Dios que en las alianzas e intrigas con los pueblos vecinos, en Jerusalén existía un partido que apoyaba la sublevación contra las potencias dominantes, entre cuyos militantes se encontraba su mayordomo Sobna, quien se había construido un palacio excavado en la roca y paseaba en su carroza, como si fuera un rey.

En el ambiente veterotestamentario los poderes de administrar el tesoro del palacio real y de mediar el acceso del pueblo ante el rey, se conferían simbólicamente con la entrega de las llaves del palacio. Dichos poderes fueron concedidos al nuevo mayordomo Eliaquín, quien llamado a ser firme, como la estaca en la que se ata el tirante que sostiene la tienda de campaña, habría de ser el representante del palacio real de cara al pueblo. Pero el profeta Isaías lo comparará más tarde con un clavo, del que cuelgan tantos cacharros, que acabará por caerse con todos, por su despotismo.

En realidad el texto adquiere una lectura mesiánica: sólo el Mesías podrá desarrollar a la perfección las exigencias de su elección como el mayordomo de la casa del Padre y poseerá autoridad para abrir y cerrar y para dar arraigo a la tierra donde acampa todo ser humano. El auténtico poseedor de las llaves es Jesús y a Él se aplica también la imagen de la roca sobre la que se construye el edificio, pero Él mismo transmite esa misión a Pedro y lo convierte en el cimiento de una Iglesia que perdurará hasta el fin de los tiempos, precisamente por la profesión de fe que ha hecho en nombre de los demás apóstoles. Esta misma misión perdura en el Romano Pontífice, llamado a ser el Servidor de los servidores de Dios, en la fe, la caridad y la unidad de la comunidad cristiana.

  • La confesión de Pedro nos exhorta a abrazar la cruz desde la esperanza

El encargo conferido a Pedro está arraigado en la relación personal que el Jesús histórico tuvo con el pescador Simón, desde el primer encuentro con él, y a su vez a la confesión de éste sigue el anuncio de Jesús de su pasión. La integridad de la fe cristiana se da en la confesión de Pedro, que sólo puede ser comprendida a la luz del acontecimiento de la cruz, el cual sólo revela su sentido si aquel hombre llamado Jesús, que murió en la cruz, era el Hijo de Dios y sólo puede ser iluminada por la enseñanza del mismo, sobre su ser de Hijo, que nos enseña el modo en el que debemos seguirlo, desde esa paradoja evangélica de la cruz, que nos muestra cómo en el lenguaje cristiano, ganar la vida, significa perderla y recuperar la vida, significa darla.

Mientras que el instinto nos impulsa a rechazar la cruz, la confesión de aquel pescador nos exhorta a perder la propia vida por fidelidad a aquel que era Dios mismo hecho hombre. Un reconocimiento al que sólo se puede llegar desde una fe vivida como una peregrinación que parte de la experiencia de aquel Jesús histórico, que predicó, sanó a los enfermos, evangelizó a los pobres y reconcilió a los pecadores. Dicha confesión encuentra su fundamento en el misterio pascual, pero debe seguir hacia la plenitud de la verdad, gracias a la acción del Espíritu Santo, que nos hace exclamar, no sólo con la mente, sino también con el corazón: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo".

En medio de un mundo moderno que experimenta un cierto vacío de sentido, muchos hombres y mujeres de nuestra época descubren en su pequeñez, frente a la grandeza del cosmos, la presencia de ese más allá, que es Dios, cuya trascendencia nos es revelada en el Salmo de este domingo. No es el Dios que causa terror, sino el todopoderoso que es amor, mira a los humildes con predilección y protege al pobre rodeado de peligros.

Ojalá que también nosotros escuchemos en medio de las tormentas de la vida, la misma bienaventuranza que Jesús dirigió a Pedro: "¡dichoso tú (María, Luisa, Marta, José, Mario…)!”, vibrando bajo el deseo de experimentar la felicidad que produce la fe en Jesús. A veces pensamos demasiado en los esfuerzos que supone el plasmar nuestro amor a Dios en la vida cotidiana, pero dejémonos amar por El y que lleve a cabo sus planes sobre nosotros, sin mirar hacia atrás a mitad del surco y sin dejar sin finalizar esa obra salida de sus manos, que somos cada uno de nosotros. La declaración de Pedro nos recuerda estas afirmaciones y nos da esperanza cuando nos fallan las fuerzas o se acobarda nuestra fe.